Un pasado de sufrimiento
—Hagan sus apuestas, Señores. Hagan sus apuestas y podrán beneficiarse de la victoria de uno de ellos —Un adolescente de no más de casi quince años animaba, incitando a los estudiantes que rodeaban la próxima apuesta que se llevaría a continuación. —Arriesgarlo todo es lo que un buen apostador siempre hace. ¡Arriésguense, víctimas! —Los presentes dejaron de animarse al oír como fueron llamados. —Solo bromeo, amigos. Estas apuestas son garantizadas. Solo bromeo.
Le creyeron ante una gran sonrisa genuina de su parte, volviendo a emocionarse. Apoyando a uno de los que estaban sentados en dos sillas, delante de una mesa desgastada, preparándo mentalmente los movimientos que harían ante una última ronda, después de haber tenido otras seis anteriormente. En las cuales ambas partes empataron.
El joven de cabellos rubios y ojos verdes, cerró las apuestas del público y se acercó eufórico a la mesa, tomando la baraja inglesa de cincuenta y dos cartas. Hábilmente barajeo las cartas, mezclándola dos veces, bajo la atenta mirada de uno de ellos sobre todo; un joven que no pertenecía a la institución del resto que lo rodeaban, más dos de sus acompañantes adolescentes de pie tras él.
—Bien, ya conocen las reglas, y esta será la última ronda —Sin la pérdida de su sonrisa repartió cinco cartas a cada uno, en un juego de Póker Clásico. —¡Qué gane el mejor! —deslizó cada carta de forro azul, iniciando la última ronda.
Él estaba tan emocionado como el resto, era su pasatiempo más emocionante las apuestas que se hacían tras su escuela, hace un año completo. La más conocida el juego con cartas y el más popular de ellos: el mismo adolescente energético. Hasta el momento nadie podía vencerlo en ninguna partida de apuestas. Estaba invicto en perdidas.
—Bien. Este es momento decisivo —extendió las manos a los lados señalando a ambos apostadores—. Señores, su apuesta final. ¿Van o se retiran?
—Apuesto treinta —El chico no perteneciente a ese territorio, colocó el dinero en efectivo en el centro, junto a otro par de billetes de la primera vuelta de la misma ronda.
—Oh, vaya. Es una suma alta —dijo mirando a su compañero que también parecía un poco sorprendido—. Imagino que debe tener una muy buena mano nuestro visitante. ¿Brian, irás o te retiras?
—Voy —El resto de sus compañeros murmuraron. Algunos sorprendidos, otros cuestionando su decisión.
—¿Seguro? —El rubio tenía un mal presentimiento. Sí iba perdería mucho dinero su compañero. —Piénsalo bien, amigo.
—Por lo que sé, el repartidor no tiene porque meterse en las decisiones de los apostadores —Reclamó con un toque de dureza, excelentemente escondido.
—Discúlpeme usted. Tiene razón —Jamás le agrado meterse en conflictos, mucho menos con alguien que pertenecía a la clase alta. —Entonces, si es así… Muestren sus manos.
Los espectadores se acercaron a mirar las cinco cartas que el adolescente de cabellos castaños cortos con una ropa sencilla dejó en la mesa, enseñando tres cartas iguales (trio) y otras dos iguales (par).
—¡Full! —gritó animado y aliviado por su compañero, seguido de su aclarar de garganta, intentando borrar su alegría ante la gran mano— Ahora, veamos que tiene el invitado, ¿Señor?
Incluyendo al de ojos verdes, muchos creían que el que enseño ya sus cartas iba ser el ganador de ochenta en efectivo, pero que tan equivocados estaban cuando el otro apostador de cabellos negros, ojos ocre suave, cubiertos por unos cristales que le hacían ver superior, reveló sus cartas, silenciando a todos por el asombro.
Oh. Wow… Se lo advertí por algo. Pensó el que ahora actuaba de repartidor ante la vista de cuatro cartas iguales en su valor. Un Póquer, sin duda que aplastaba al Full de su compañero.
—No hay probabilidades de que sacara algo como eso —murmuró callándose rápidamente cuando fue el objetivo del visitante—. Es decir… ¡El ganador es el Joven John Evanston, con una gran mano! ¡Felicidades!
Sonriéndole empujó el dinero a su lado, bajo los lamentos de algunos por las pérdidas de a quien apoyaron.
—Aburrido —La única palabra dicha de las otras cortas que anteriormente dijo llamó la atención total.
—¿Disculpe?
—Dije que esto fue aburrido. Y una perdida de tiempo de mi parte.
—¿Okey? —Por más que intento saber que es lo que no entendía siguió sin comprender por mucho tiempo, y al final decidió mencionarlo. —Disculpa, amigo, pero no entiendo que ocurre. Tú ganaste. Deberías animarte.
La nueva sonrisa ofrecida fue correspondida con una seriedad intimidante. El adolescente que también rondaba por los catorce y quince, era demasiado serio para su edad, pero no era sorpresa para su estatus siendo de uno elevado en la sociedad común. Su apellido muy conocido, por el gran imperio de empresas que su familia se encargo por generaciones en elevar.
—Vine a este sitio para poder tener un duelo con el mejor de aquí. Y solo consigo a alguien muy por debajo —mantenía la misma elegancia que hacia ver todo lo demás muy simple—. ¿Dónde está el invencible Kal?
—Bueno… él…
—Lo tienes frente a ti, niño rico —El que perdió no entendió que su colega no quería revelar ese dato. —Él es el que te arrastraría en la primera partida —ignorando las expresiones del otro se levantó más que animado—, demuéstraselo, Kaled. Hazle ver a esta monedita de oro que puedes quitarle su dinero —Lo arrastro hasta hacerlo sentar en la silla delante del visitante que lo examino a detalle.
—Yo… no creo que sea…
—Apostemos cincuenta como inicio —No era sorpresa que ofreciera tanto dinero. La sorpresa era a quien le pedía hacerlo; el contrario no poseía una suma de ese nivel.
—No tengo tanto dinero. ¿Quién carga con uno de cincuenta? —La pregunta fue tonta ante alguien que debía cargar más de mil, y se dio cuenta, por suerte. —Aparte de usted claro, pero yo soy alguien pobre. No soy millonario, disculpe…
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Editado: 20.08.2024