El Inicio del Reino Lycan

Capítulo 28

 

 

Eternos lazos fraternales

 

 

 

Ingiriendo todo el líquido de un frasco metálico, no debatí el hecho de estar por completo recuperada.

Las heridas desaparecieron por completo y eso dejó de ser un misterio, aunque aún no sabía porqué. ¿Por qué yo era diferente? ¿Por qué mi sangre aceptaba tan bien la contaminación Lycan que hubo esa noche?

Todavía existía esa duda bastante oculta dentro de mi.

 

Oyendo un tercer suspiro desde la entrada de la noche, guardé el frasco vacío en una de las bolsas, sacando un par de mantas livianas. Acercándome a un Kaled triste, cubriendo su espalda.

Sentado sobre el tronco de un árbol, sonrió leve. Agradeciendo la acción. Lo acompañé a un lado, compartiendo la atención de ver las llamas de tonos anaranjados y rojos de una hoguera que contrarrestó la oscuridad en esta parte verde en la que decidimos, acampar de un largo día recorriendo un camino desconocido.

 

—¿Crees que tenemos que ir más lejos? —preguntó vagamente.

—No lo sé —Fue mi turno de suspirar. —Dos días son una gran diferencia de cuanto y a que distancia se movieron.

Kaled sabía sobre lo sucedido en el ataque al campamento, donde mi hermano permaneció un tiempo largo. Conocía sobre lo ocurrido. Desde la muerte del padre de Silvia, la señora Dora y la aparición de ese ser similar a un Lycan.

 

—¿Sabes? Me he preguntado mucho acerca de esos ataques extraños —movió su cuerpo a mi dirección—. Hay tantas cosas extrañas desde el primer ataque de los Salvajes al pueblito en el que estabas primero. En los anteriores tres años, no pasó nada como eso, ni siquiera conocíamos a los Salvajes. Menos a los Sangrientos.

En ocasiones me preguntaba lo mismo, pero no indagado en lo profundo por la única razón del pensamiento persistente de solo estar concentrada en Alejandro…

—Aren es la razón, según Marck, y Demetri lo confirmó —Tenía grabado en fuego el enfrentamiento de los Lycans infiltrados. Como uno rebeló muchas cosas acerca de Demetri, asegurando ser él aquel usurpador.

 

—Mi compañero de rehén casi me muerde cuando dije lo mismo —La mención de su amigo me recordó algo. —Defendió a Aren y dijo que Demetri es el usurpador. Ya sé los dije. Recuerdas…

Tan pronto dejo de hablar, detecté la melancolía escalando al recordar a Leila y el estado en el que estábamos con ella.

En esta vida había adquirido la manía de aborrecer la tristeza en Kaled. Debería estar prohibido que sus ojos esmeraldas vibrantes, perdieran su brillo y que su sonrisa como el sol, fuera cubierta por una nube.

Odiaba verlo así y odiaba ser yo la culpable.

 

—Lo lamento —Antes de controlarlo estaba ya vaciando mi pesar. —Es mi culpa que Leila… —me negué a decirlo y lastimarlo— no debí de haberte involucrado. Si no supieras de la relación que tenia con el Comandante, ella…

—Ella está mal —interrumpió—. Tú no tienes ninguna culpa de nada. Porque, primero: descubrí solo las miraditas que se lanzaron entre el Señor Comandante y tú. Jamás me lo dijiste directamente, hasta interrogarte e interrogarlo a él. En segunda… —apretó sus manos— Leila nunca nos contó de lo sucedido con sus padres, y sí, podía no ser necesario que lo hiciera pero tampoco puede echarnos toda la culpa; decir que somos traidores cuando no teníamos idea de la historia con el Comandante —finalizó enojándose más y más.

Me sorprendía su análisis porque en cierta manera o toda en realidad. Tenía la razón. Nosotros no lo sabíamos, pero tampoco se lo dijimos, porque… Perder su amistad era lo que no queríamos. Yo no quería.

Tal vez fue inevitable que sucediera esa confrontación.

 

Con calma, sujeté su mano, deshaciendo sus puños. Y me apegué a su lado, hasta apoyar mi cabeza en su hombro, teniendo más de su aroma confortante. —Eres la mejor persona Kaled. Aunque siga sintiendo culpa ante Leila, supiste hacer que no me martirié tanto —entrelacé sus dedos con los míos, haciendo presión—. Gracias.

Devolvió el apretón, apoyando también su cabeza contra la mía. Sin decir palabra por primera vez y solo disfrutando de los sentimientos que dejamos de cargar. Dejamos sanar las heridas. Al menos por este tiempo lejos de los problemas.

 

Entre ojos cerrados a punto de quedarme dormida, el reflejo de la iluminación de un relámpago obligó a olvidar el cansancio que sentía.

Alejando mi cabeza de la almohada improvisada, observé el cielo con unas nubes oscuras formándose. —Al parecer la naturaleza nos detesta —susurré ya de pie.

—No creo que llueva… —Un trueno lo interrumpió y estremeció su cuerpo. —Creo que me equivoqué —tiró la cabeza hacia atrás, extendiendo los brazos a los lados—. ¡¡Oh, aquaman, por qué nos pones a prueba!!

La respuesta a su grito y reclamo, vino en forma de gotas cayendo sobre todo el lugar. Mierda.

 

—¡Debemos buscar otro lugar! —apresuré en correr al lado de los caballos sujetos en los troncos.

El cielo volvió a retumbar y una llovizna intensa inició a presentarse, inquietando y molestando a los equinos que se removieron relinchando.

 

Áureo fue la que más se removió. Elevando sus patas delanteras, tratando de soltar las cuerdas aún sujetas en la madera. —Tranquila. No ocurrirá nada malo —tomando sus riendas, traté de calmarla.

Funcionó por un momento el tiempo suficiente para que el otro caballo se librará de la atadura en el tronco, empezando a huir a todo galope, dejando a Kaled a mitad del camino de acercarse justamente a el.

 

—¡No te vayas! ¡No me dejes! —gritó en medio del camino por donde se fue su medio de transporte— ¡Moriré sin ti! ¡¡Te necesitooó!! —Añadiendo más drama, cayó de rodillas como si fuera un hombre siendo abandonado por el amor de su vida en medio de una lluvia que aumentaba el drama.




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