El Inicio del Reino Lycan

Capítulo 33

 

 

 

Un oscuro secreto

 

 

 

De pie en el mismo lugar, desde hace algunos minutos, mantuve mi presencia imperdurable a la escena en lo alto de los escalones del salón del trono.

 

Intimidarme por ver a uno de los Lycans, calificados como un peligro si provocaban su ira… no levantó ese temor natural que ofrecía la ley. No como a los demás a distancia; enseñando absoluta sumisión por el Alfa de Alfas. Caminando de un lado al otro. Frente a su trono, como una bestia enjaulada. Una bestia literalmente

 

—Cómo te atreves. Cómo te atreves —masculló entre dientes con una tenue voz rasgando al peligro.

 

El gruñido bajo hizo saltar a otros soldados a los costados, y el destello rojizo, creciendo a su alrededor, provocó el temblor en sus propios tres escoltas a los lados del trono.

Demetri estaba enojado. Algo que no era la primera vez que veía y tampoco era algo que me afectara.

Él creó lo que soy ahora. Él hizo de mí alguien que no sentía, ni siquiera temor por él. Ya no era un niño.

 

—Revelarte. Revelarte contra mi, por esa maldita…

—Le recomiendo que mida sus palabras —advertí con el mismo tono—. No voy a permitir ningún otro ataque contra mi pareja.

La fijeza de sus ojos carmín, informó lo en serio que hablaba. Lo serio de la situación y como no me doblegaría ni con su nuevo aspecto donde mostraba los rasgos de un Lycan en término medio.

Garras en sus manos, colmillos a la vista y finas diferencias en el rostro, indicaban más de lo peligroso que era en este estado.

No me importaba.

 

—¿Quieres morir, Seth? ¿Eso es lo que quieres? Porque créeme, estás a punto de tenerlo —mover su cuello de una manera anormal también indicaba como trataba de controlar a su Lobo que al parecer, también estaba buscando pelea.

Tampoco me importaba. El mío estaba listo para un enfrentamiento. Por Minerva lo haríamos.

 

—No. Pero si es la única opción el enfrentarme a usted para hacer que entienda la realidad, estoy dispuesto.

Analizó mi semblante y constató mi sinceridad absoluta. Igual que una realidad de lo que se avecinaba si tomaba esa decisión.

 

—¿Qué es esto, Seth? ¿Qué es lo que te mueve para arriesgar tu propio cuello? ¿Es solo esa… —El que gruñó esta vez fui yo, dando una advertencia diferente a las palabras. —humana?

—Es más que eso.

Era inexplicable aún. Era más que ese sentimiento llamado amor. Sobrepasaba el límite de todo. De todo lo que alguna vez conocí. Así califique a Minerva en mi vida: única.

 

—Amor —reteniendo la mirada en mi unos segundos, dio pasó a reír atronadoramente por un tiempo durable—. Seth, Seth, Seth —En movimientos gráciles, se dejó caer en su trono. —¿En serio pretendes que algo como ello exista? Tú no eres alguien estúpido que se dejaría engañar por algo tan manipulador como el amor. Yo no críe a alguien débil.

Su intento de insultar mi decisión por sentir algo por alguien, resbaló en mi tan fácil como me resbaló la nueva presencia añadiéndose en el salón.

 

—La experiencia que vivió usted no significa que se replicará en mi —enserió el semblante—. No intente, comparar a Minerva con Joanna. Ella no es frívola, ni sádica.

La respuesta a un ataque como este creí que sería un descontrol mayor en el que estaba. Por el contrario, fui sorprendido ante solo un silencio seco, con un análisis minucioso y persistente en mi.

 

—Admito que existe gran diferencia. Te doy la razón en ello —tamborileo sus garras en el reposabrazos, pensativo—. Pero ella aún es joven. Demasiado joven, inexperta e inmadura. ¿Qué te hace pensar que estará toda su existencia a tu lado? ¿Qué te hace pensar que jamás cambiará de opinión? Porque no sé, ella podría cansarse fácilmente. Ya sabes, es una humana, y ellos son tan… volátiles.

El punto lo conocía y no era la primera vez cuestionable, por mi.

 

En medio de todo lo que despertó Minerva, tuve noches interminable de análisis profundo a las posibilidades de todo tipo de escenarios. Entre ellos: ella podría hacerme a un lado con facilidad, decidir alejarse y buscar en otro lado a alguien mejor que yo. Porque lo admitía, soy contrario a la perfección misma. Tenía tantas faltas. Tantas cuentas que pagar. Tantos enemigos…

Estaba consciente que podía ser desechado en cualquier momento que ella notara todo lo mal que estaba conmigo.

Aún así…

 

—Lo aceptaré —Fue una promesa. —Sí algún día ella decide que no me quiere a su lado. Yo… la dejaré ir. Su felicidad será la mía. Y sus decisiones las respetaré, porque mi lealtad estará con ella, igual que mi corazón.

Escribí mi destino y lo sellé con una promesa imperdurable. Promesas y propósitos las cuales siempre cumplía, desde mi uso de razón. Alcanzar la meta de cumplir un juramento, tenía el mismo nivel a mi lealtad.

 

La nueva sonrisa desplazándose en su rostro y asentamiento de su cabeza, indicó un cambio de actitud notable. Incluso a su alrededor descendió cualquier intensión flameante de asesinato.

—Tus palabras acaban de conmover a tu Rey. Deberían hacerse poemas a tu amor tan apasionado por Minerva, ¿no les parece? —En respuesta, algunos asintieron por lo bajo como simples títeres en manos de su temor. —Y por la pasión de tu corazón, te otorgare esta autorización —elevó el mentón—: mandato Real: Al Comandante Seth Fidelcan se le otorga la libre disponibilidad de cortejar a la Convertida Minerva Arévalo, hasta que ella decida rechazarlo, o bien aceptarlo algún día como su compañero de vida —dictó la orden a todos los presentes igual al comunicado que dio a un cortejo y unión con Minerva hace una semana.

Contrario a esa ocasión que sentí ira, escondiendo dolor, esta vez creí lo que muchos decían acerca de Demetri, y lo loco que parecía estar.




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