Despedazados
—Eso es todo Señorita Leila —empapó el algodón en un frasco de contenido cristalino—. Solo limpiaré una última vez. No dolerá tanto ya que la herida está casi completamente cerrada.
¡Al fin! Odiaba sentir el ardor de esa sustancia salina.
—Por lo que veo el resto de sus lesiones y heridas desaparecieron por completo —subió la manga de mi blusa blanca revisando mi brazo con nada más que un ligero hematoma—. ¿Has sentido alguna molestia aparte?
Su interrogante parecía oírse bastante considerada como un Sanador normal, pero la expresión nula y el tono de su voz monótona…
Ninguna persona de su oficio debería transmitir tan poca empatía.
—Nada que no pueda tolerar —Como en antiguas sesiones, descendí de la cama de revisión, dispuesta a retirarme de ahí.
—Olvida su medicina —recordó después de ponerme la chaqueta.
Recogí el frasco que dejó en la esquina de la mesa metálica terminando fríamente con eso. Vaya que es…
Salí de ahí mordiéndome la lengua y tuve que conformarme con azotar la estúpida puerta como niña malcriada. Sí, no me importaba verme tan inmadura. Necesitaba desquitarme.
Caminando por los pasillos más silenciosos que nunca. Aún pude sentir un ligero escalofrío, y esta vez, no se debía al tenso ambiente que se asomaban en los rincones. Para nada, esta vez era por la calma tan inquietante.
Continuando a pasos firmes destapé el frasco e ingerí un sorbo, solo para detenerme a toser por el amargo sabor terroso que cruzó por mi lengua hasta mi garganta.
Me quedé más del tiempo necesario mirando el maldito frasco al mismo tiempo que lo apretaba tanto que hice trisas la mitad del vidrio. No importó las astillas que se clavaron en mi palma, no importó las gotas de sangre que aparecieron a causa de éstas. Arrojé el resto contra una de las paredes de piedra lisa, terminando por completar el desastre a causa del nuevo sentimiento áspero que recorrió mis sentidos.
—Vaya, no me ataques mi Flor Salvaje —Ómar apareció de un lado con su característica sonrisa astuta, la cual se desvaneció al mirarme adecuadamente. —Leila, ¿qué ocurre?
Llegando frente a mí primero, alcanzó mi mano herida y poco preocupante, para después sostener mi mentón elevándolo y examinando mis ojos. Los cuales desvíe y me distancié de su agarre, con excepción del primero.
—No es nada. Solo una tontería del estúpido sabor horrible que tenia la estúpida medicina.
—Si es eso, podemos decirle a la Sanadora que lo cambie por otra.
—No creo que sepa hacer algo diferente. Con su terrible actitud taciturna, apuesto que me daría algo peor.
—Entonces vamos con alguien más. Debe haber alguien más eficiente y...
—No lo creo. No hay nadie mejor.
—Leila, estoy seguro que…
—¡Te dije que no hay nadie! —Le ladré metafóricamente. Algo de lo que me arrepentí al ver la caída de sus cejas negras y la confusión sin saber que hacer o que ocurría. —Lo siento Ómar. No es… —Sin poder ocultarlo más, mi vista se nubló y el sentimiento que tanto trataba de contener, estalló.
Desde que recuerdo ser una niña yo no era alguien que lloraba. De hecho cuando tropezaba por jugar o me rasmillaba la piel, nunca lloraba. Solía simplemente levantarme o ir donde uno de los trabajadores de mis padres para que revisara las heridas.
Al crecer y ser más consiente de mi alrededor tampoco hubo un cambio significativo. El llanto a causa de un corazón más suave y los sentimientos más puros no eran mi caso. Yo era más racional y me guiaba con la cabeza… Continuó así hasta la muerte de mis padres, donde fue la primera vez que mi corazón pareció hacerse presente.
Recuerdo haber llorado junto a sus cadáveres hasta que la noche se transformó en día. Sin importarme que alguno de los seres que invadieron nuestro mundo me matarán también, esperé junto a ellos. De hecho desee la muerte esas primeras horas que me quedé llorando hasta el cansancio.
Fue la primera y la última vez que derrame una lágrima, seguido de llenarme de odio contra su asesino. Fue la primera y la última hace cuatro años. Y hoy, hoy parecía haber llegado el segundo turno porque en medio de ese pasillo vacío, apenas reflejado por el ingreso de la luz del día, empecé a llorar tan desdichadamente como la primera vez.
Lo diferente de esa ocasión fue el fuerte agarre que me rodeó y el calor corporal de un cuerpo, permitiéndome ser débil en un hombro donde derramé todas las lágrimas que estuve conteniendo desde…
—Es por Marck, ¿cierto? —apreté mis dedos sobre la simple camiseta gruesa que traía— No hay nadie mejor, ¿no es así? —presionó mi nuca contra su hombro, bajo un suspiro silencioso— Está bien llorarle Leila. Eso demuestra cuánto te importaba. Cuánto te duele su ausencia. Está bien.
Con ese simple consuelo inició y terminó. Dejando que en el silencio de mi llanto por Marck. continuara hasta expulsar todo el dolor de las pérdidas que dejó esa guerra hace una semana.
Una semana transcurrida. Una semana desde ese enfrentamiento que se llevó por completo las veinticuatro horas de un día. Una semana desde que cada uno tuvo que reponerse a las consecuencias de lo ocurrido.
Una semana dónde aún se sentían vivos los hechos trascendidos…
La guerra aparte de todo lo bueno y malo que se llevó, trajo nuevos desafíos que los sobrevivientes debíamos enfrentarlo.
Las iniciales repercusiones eran los muertos. Centenas y miles de cadáveres quedaron en el campo de batalla, desde Humanos, Soldados y Alfas. Cada uno era importante para alguien… algunos lo fueron más.
Los Alfas que cayeron sobre todo dejaron manadas enteras en desolación por perder su mayor pilar. En estás filas el que mayor destacaba fue la tercera manada Guerrera, la misma que lideró la movilización de los aliados de Aren…
La Alfa Victoria fue una gran pérdida. Su manada aún lloraba su muerte, aunque con la frente en alto; orgullosos de que su líder lucho con determinación y coraje hasta su último aliento.
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Editado: 20.08.2024