Cuando el hombre aparco su coche y se bajo de este, recordó la ciudad al instante, era allí donde le habían descubierto, por eso lleva consigo una capucha y unos anteojos negros, lo que en parte si lo hacia un poco resaltable, teniendo en cuenta su gran altura y su pálido color de piel, claro, pero la gente simplemente pasaba por su lado, algunos mirándolo de arriba abajo y continuando su camino, otros ni lo notaban. Es en esos momentos que el hombre agradece la indiferencia de las personas.
"Ahora solo debo encontrar la ferretería" pensó, aunque ni siquiera sabia por donde empezar, totalmente desorientado, decidió buscar ayuda, mala idea.
—Disculpe...— decía intentando preguntarle a las personas, las cuales simplemente pasaban de el, ignorándolo por completo —Yo...— sin resultados.
No consiguió nada mas que sus miradas de prejuicio con un toque de burla, casi al instante, también diviso a un hombre con lo que parecía ser su perro, un lindo cachorro, ambos sentado sobre un cartón en la orilla de la acera, recibiendo el mismo trato de aquel hombre, incluso peor... Las personas sentían asco, al parecer su olor las repelía, pero enserio, ¿Qué esperaban?
El hombre no lo pensó dos veces y metió sus manos en los bolsillos de su polerón para buscar el dinero con el que iba a comprar las herramientas, tenía el valor aproximado que había visto por internet y eso no impidió que fuera a la cafetería mas cercana para comprar algo de comida, específicamente un par de emparedados y algo de café para compartir con aquel hombre... El hombre que miraba sonriente a su perro mientras este se posa en su regazo, el hombre que en un principio parece no tener nada, pero en el fondo se siente inmensamente feliz por el simple hecho de poder respirar.
Sin previo aviso, el encapuchado se sentó al lado del distante hombre, el cual sintió un poco de confusión al ver como este le extendía la mano para ofrecerle algo. No podía mentirse, así que reconoció el mal olor que provenía del barbado hombre, posible razón de su aparente exclusión, aún así, no le importo en lo absoluto.
—¿Puedo acompañarlo?— pregunto, aun ofreciéndole el emparedado, el hombre solo pudo asentir y recibir su ofrenda, aun confundido, pero su expresión cambio por completo al entender de que se trataba: Un alimento fresco y bien hecho, hacía mucho que veía uno de esos, ya se había acostumbrado a los restos que se encontraban en los basureros de los restaurantes de los alrededores.
Y allí estaba, comiendo silenciosamente al lado de un desconocido, el cual desprendía un extraño calor que lo acogía gentilmente. Ambos comenzaron a compartir risas, y ni hablar del pequeño cachorro que jugaba alrededor de ambos hombres.
—¿Puedo hacerle una pregunta?— exclamó él encapuchado, a lo cual el rendido hombre asintió mientras daba otro mordisco al manjar que tenía al frente —¿Por qué?— el otro hombre solo pudo arquear una ceja desconcertado.
—¿A qué te refieres, chico?
—¿Por qué pareces más feliz que todos ellos?— culminó con una mirada a su alrededor, divisando el rostro aburrido de las personas, robotizados.
El hombre solo pudo soltar una carcajada que atrajo más la atención de las personas que caminaban alrededor. No fue burla, si no de compasión... El sabía que el caritativo hombre escondía algo, pero ni siquiera se molestó en averiguarlo y solo extendió su mano al frente para darle de comer a su perro, su voz era nostálgica y suave.
—No lo sé— exclamo con tranquilidad.
—¿Cómo dices?— no pudo contener su asombro, revelado fácilmente en su voz.
—Simplemente... ¿Por qué no serlo? Estamos vivos, ¿No es así?
—Pero...
—Ya lo entenderás— interrumpió con una sonrisa, inspirando la reflexión del inmaduro hombre, que a pesar de todo lo vivido, no ha podido encontrar ese equilibrio que tanto anhela para su vida —Me gustaría quedarme hablando contigo sobre la caída de Babilonia, pero ya tengo que pasear a Tommy— sentenció con una mirada amistosa.
El hombre ya estaba a punto de estallar de confusión hasta que el viejo sabio posó su mano sobre su hombro, transmitiéndole tranquilidad y confianza, la suficiente como para saber que todo esta bien. El viejo hombre termino por recoger su bastón blanco de la acera y retomo su camino por las calurosas calles de la ciudad. Las palabras no salieron, el silencio fue su mejor aliado en ese momento...
Mientras tanto, Kara y Helena ya se habían bajado de su auto compartido para ir directo a la puesta en escena. Helena, anticuada como siempre, decidió abrir su sombrilla solo para evitar los rayos del sol.
—¿Es enserio?— dijo Kara con una sonrisa.
—Vamos, no quiero quemarme la piel— respondió, con la misma sonrisa de su amiga, pero ambas se vieron interrumpidas por la vibración del teléfono de Helena —Es Zack— su sonrisa se extendió, pero solo un poco, lo que hizo que Kara ruede los ojos. Helena se distancio para poder hablar a gusto con el chico.
Zack, el prometido de Helena, un ambicioso empresario, dueño de una gran franquicia de fármacos allí en Canadá, ambos se conocieron en la facultad, pero comenzaron a salir poco después de que ambos terminarán sus carreras, su relación es un poco distanciada, pues el pasa la mayoría de su tiempo viajando, haciendo juntas y sacando su emprendimiento adelante, el tiempo libre que tiene lo utiliza para estar con Helena, la cual asegura ser bastante feliz con el apuesto hombre, pero siente que algo le falta, lo que no sabe es que ese algo contradice por completo su naturaleza.
—¿Ya terminaste?— pregunto Kara luego de estar cinco minutos esperando a que terminaran su llamada.
—Si, no fue nada, simplemente quería ver como estaba y esas cosas— Kara la noto un poco nostálgica, como siempre.
—¿Por qué siempre te pones así cuando hablas con el?— expreso a ceja alzada y brazos cruzados, a lo que Helena simplemente respondió con un levantamiento de hombros desinteresado, ella esta convencida de que Zack es el hombre ideal o al menos eso le hizo creer su padre, con la esperanza de que su relación diera buenos frutos... Económicos —Esta bien, vamos.