El Inmortal

7

Se encontraba en un lugar oscuro, flotando como una partícula en el espacio. Se pellizcó las manos mutuamente y no sintió dolor alguno, lo que comprobó que efectivamente se encontraba dentro de su cabeza, solo que esta vez no conocía el motivo de esa visita.

—¿Quién eres?— preguntó con una determinación que indicaba que ya estaba acostumbrado a ese extraño lugar.

—Vaya que has crecido...— respondió una voz ronca y gentil, sintió como su corazón daba un vuelco al reconocer de quién provenía.

—¿William?— ahora se encontraba volteando su cabeza en busca del rostro conocido, hasta que dicha persona se hizo presente en la estancia, justo al frente del confundido hombre.

El tal William tiene un aspecto decrepito pero a pesar de todo sonriente, además su túnica le daba un aire religioso, también venia acompañado de un pequeño bastón que usaba para apoyarse.

—Cuanto tiempo, ¿No crees?— el sabe que nada de lo que esta viendo es real, pero eso no le ayudo mucho a controlar sus pensamientos.

—No...— exclamo el hombre de los ojos escarlatas, los cuales ya están cubiertos de una capa tan cristalina como un manantial —Basta, por favor, basta.

Odiaba, odiaba con todas sus fuerzas tener esos recuerdos que merodeaban por su mente, pero no podía evitarlos, y ningún arma le ha hecho tanto daño como su propia mente.

Ahora volvía a ser joven de nuevo, como de unos 16 años, en ese entonces se encontraba en una época medieval, mejor conocida como la Edad Media, en donde los reyes derrochaban sus lujos juntos a los demás miembros del clero para que al final el pueblo se quede con las sobras.

¿Haz oído hablar de ese tal demonio?— escuchaba el encapuchado a sus espaldas —Dicen que está maldito, la Inquisición ha intentado matarlo pero no lo han logrado...— simplemente hizo caso omiso ante aquellas acusaciones, aunque no podía negar que dolían, dolían mucho —También se rumora que ha escapado...— continuaban las voces —Ojala lo atrapen pronto...

Estaba hambriento, su estómago rugía como nunca, acostumbraba a robar los bollos de algún panadero, pero ya no le quedaban fuerzas si quiera para correr, así que simplemente se dejo caer por la puerta de un tétrico templo mientras el frío penetraba su piel, haciendo que hasta sus huesos tiemblen.

Y de repente, las lágrimas simplemente comenzaron a caer, estaba solo y asustado. No podía dejar de pensar en como lo habían torturado unos días antes, arrancando sus extremidades y piel con la esperanza de asesinarlo, pero obviamente no lo consiguieron. Se quedaban boquiabiertos al ver cómo un nuevo brazo o pie salía de sus amputaciones.

Al ser una posible amenaza, la inquisición decidió encerrarlo hasta que se encuentre una explicación a ese tipo de "brujería", pero por suerte el chico logro escapar antes de que ellos lograrán su objetivo.

Pero en ese momento, la vida decidió sonreírle un poco, poniendo al padre William en el camino del abatido joven, pero para ese punto el ya desconfiaba hasta de su propia sombra.

—¿Hola...?— exclamó el encorvado hombre al escuchar el llanto del chico, por lo que abrió las puertas del templo, provocando que el chico se alejara rápidamente de estas sin quitarle la vista de encima —Pero si solo eres un hombrecito— dijo el padre William con una sonrisa que transmitía paz y tranquilidad —Vamos, pasa, está haciendo frío.

—¡Púdrete!— replicó el encapuchado enojado, con la idea que ese viejo solo era uno de ellos.

—Oh— el padre no parecía ofendido ni impresionado —Como tu desees, las puertas siempre estarán abiertas para ti— ahora se había dado media vuelta con su bastón para volver al interior del templo.

Le sorprendió la respuesta del padre, lo que provocó que bajará la guardia al entender que esa amigable persona no era un peligro para el, al menos no de momento.

—¡Espere!— William obedeció, girando su cabeza ligeramente —Es que...— se le caía la cara de la vergüenza —Tengo hambre— su estómago hizo un notorio ruido que coincidía con sus palabras, acto que provocó una pequeña risa en el padre William.

—Tienes suerte, acabo de servir la cena— dijo el padre aún sonriente.

Y así, ambos se adentraron al templo, el cual estaba decorado con hermosas estatuas perfectamente talladas y con ventanales llenos de santos deformados geométricamente, además, habían algunos sacerdotes que se encontraban rezando delante de algunas velas blancas, que cuando notaron aquella presencia, se levantaron rápidamente, regalándole al chico una mirada de desprecio y repulsión, ya podía hacerse una idea de porque... Pero de repente, el rostro del padre se oscureció, haciendo que los monjes vuelvan a su lugar, como una especie de orden que les dio en silencio.

Un ambiente algo nuevo para el ya que siempre había estado acostumbrado a la calle y sus peligros, pero la mejor parte llegó al momento de ver el comedor: Una pequeña mesa con una buena cantidad de legumbres, frutas y otros manjares.

—Provecho— exclamo el padre, esta vez sonriente.

El chico ya se había lanzado hacía la mesa para empezar a meterse la comida a su boca como un maniático, lo que provocó otra pequeña risa en William, que se sentía a gusto de poder ayudarle a esa pobre alma.

—¿Ya estas mejor?— pregunto William al ver cómo el chico se metía una última uva a su boca.

—Si, gracias— ahora todo tipo de sospecha había desaparecido, aún así no podía confiarse del todo, ya que podría ser una trampa, una sucia trampa...

—No te preocupes, hijo— el padre ya se había sentado a su lado —Y dime, ¿Cuál es tu nombre?— una pregunta de la cual tampoco tiene una respuesta.

—No lo sé— levantó sus ojos mostrando desinterés —Nunca he tenido padres, así que nunca había pensado en eso...

—Lamento escuchar eso, además, supongo que no tienes un lugar en donde quedarte— el chico lo confirmo asintiendo levemente —Entonces puedes quedarte aquí el tiempo que sea necesario. Por cierto, me llamo William, pero puedes decirme como desees.




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