El Inmortal

9

Un estruendo lo despertó a media noche, se levanto de su cama casi sonámbulo y otro estruendo retumbo en las paredes, haciendo que tiemblen sin oportunidad alguna. No podía entender que estaba pasando, así que decidió comprobarlo por si mismo, poniéndose su capucha y saliendo de su habitación para encontrarse con los fríos pasillos del templo, los cuales retumbaron una vez mas.

Lo próximo que se escucho fueron gritos de múltiples voces, los mismos que despertaron a los demás monjes, quienes salieron de las habitaciones contiguas con rostros asustados, nadie entendía que pasaba.

Todos corrieron a la capilla principal, lugar de donde provenieron los gritos. La puerta principal en donde lloraba Tobías hace dos días ya estaba totalmente destruida por el ariete, causante del escándalo. Se podía ver un tumulto de personas reunidas fuera del templo, unos campesinos y otros miembros de la inquisición, todos gritaban palabras irreconocibles con sus antorchas en manos

—¿Qué esta pasando aquí?— pregunto el padre William que también se había despertado por el escándalo.

—Padre, hemos venido por el demonio— respondió una voz que se abría paso entre la gente y cuando se pudo ver su tuerto rostro, Tobías lo reconoció de inmediato, retrocediendo unos pasos involuntariamente. También estaba Edward escoltándolo con la frente bien en alto.

—Al menos hubieran tocado la puerta, ¿No crees?

El líder de la Inquisición y la mano derecha del rey, Horst Reinhardt, un despiadado guerrero que hacia lo que fuera por honrar y defender la palabra del Señor y de su rey. En su único ojo se podía ver que no disponía de una pizca de escrúpulo y Tobías comprobó eso de la peor forma posible. Su estómago se revolvió al recordar aquellas inhumanas torturas.

Normalmente los procesos de la Inquisición eran mas largos, ya que si la persona confesaba sus delitos en un plazo de 40 días, podía tener un castigo menor, pero si se rehusaba a confesar, eran condenados al calabozo y si seguía con la resistencia, la cosa se tornaba mas oscura con sus torturas, como la pera, un objeto con la misma forma que se le introducía en el ano, vagina o boca mientras se gira una tuerca que hace que la pera comience ha abrirse para destrozar todo por dentro... Eso le pareció una caricia a Tobías después de probar El Toro de Faralis y demás formas de torturas que tenía la iglesia en ese entonces.

A el ni siquiera le dieron oportunidad de confesión, aunque claro, ¿Qué iba a confesar? Ni el tiene una explicación para su situación.

—¿Dónde esta?— pregunto Horst a Edward, ignorando las irónicas palabras del padre.

El rubio señalo a Tobías, quien no supo como responder ante la acusación, solo dependía de su sucia capucha, la cual estaba a punto de ser arrancada por Horst, quien se acercaba con paso firme hacia el chico, hasta que el padre William se interpuso en su camino, provocando una mueca de confusión en el rostro de Horst y de Edward, quien observaba todo desde atrás.

—¿Hay algún problema?

—No te lo permitiré— William no estaba seguro de cuanto tiempo podría contener a la mole metálica que tenía al frente.

En ese momento Edward lo entendió todo, no hubo una especie de lavado de cerebro o engaño por parte de Tobías hacia el padre William.

—¡Lo supiste desde un principio!— estallo Edward —¡Dejaste entrar a ese demonio a nuestro hogar, en la casa del Señor!

Las personas que permanecían fuera del templo por respeto al mismo, comenzaron a gritar y a reprochar sobre los comportamientos del padre William, tachándolo de hereje.

—Eres una vergüenza para el pueblo— dijo esta vez Horst, con una expresión de asco —Un delito directo contra la corona y la iglesia, ¡A la hoguera!— las personas gritaron y comenzaron a lanzar sus antorchas hacia un mismo punto hasta que se comenzó a formar una llama que superaba los tres metros.

William no titubeo ni un segundo y volteo su mirada hacia Tobías, quien no sabia como reaccionar ante lo que estaba a punto de pasar: Horst se acerco hacia el y lo lanzo al suelo de un simple empujón que aturdió por completo al padre.

—Corre...— exclamó William con las pocas fuerzas que le quedaban.

En su cabeza se avivo el sentimiento que estuvo presente todas las veces que se sintió en peligro, sus piernas suplicaban que se moviera y cabeza solo pensaba en su supervivencia, pero fue muy tarde, los monjes ya se habían abalanzado contra el, quienes a pesar de tener un semblante delgado y decrépito, pudieron reprimir entre todos al chico para después quitarle la capucha y revelar sus ojos color escarlata, tan rojos como la sangre.

Ahora Horst se encontraba pisando los dedos de William, uno a uno iban deformándose, provocando los gritos y sollozos del padre, quien apenas podía abrir los ojos

—¡Ya basta!— gritó Tobías con lágrimas en sus ojos —¡Aquí me tienes! ¡No le hagas daño!

Ahora Horst había olvidando por completo el motivo de su llegada, solo quería hacer pagar al padre por sus pecados, además, lo disfruto más al saber que significaba tanto para Tobías.

—Eres un crapuloso— continúo Edward con furia en sus ojos mientras la multitud seguía gritando y preparando la hoguera —Y tú— está vez se acercó a Tobías, quien seguía totalmente sometido contra el frío pavimento del templo —Mira lo que causaste, maldito demonio.

El padre seguía gritando, la muchedumbre celebrando y Edward balbuceando, hasta que de repente una voz se empezó a materializar en la cabeza de Tobías.

Hazlo.

Y ese fue el detonante para que, con una rapidez y fuerza que hasta el desconocía, pudiera liberarse de las manos que lo ataban al suelo, Edward se alejo instintivamente y Horst rio complacido, dejando a un lado a William, quien parecía casi muerto, para después desenfundar la espada que permanecía en su espalda.

Tobías corrió tan rápido como pudo, pero para ese punto no sabía nada sobre combate, por lo que la espada de Horst se incrustó inevitablemente en su pecho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.