Se abalanzó contra él tan rápido como pudo, aprovechando su distracción, clavando la espada en su costilla derecha, presionando hasta que la punta de la oxidada hoja relució en la costilla izquierda, sintiendo como destroza sus huesos y costillas. El ni siquiera soltó quejido alguno.
Cuando vio la mirada de furia en su contrario, supo que todo había sido un error, el montarse a su auto para venir hasta aquí, el pedirle ayuda a Kara, el tomarle la foto a su auto, el encontrarse con él en aquella mañana... Todo había sido un error, y ahora tiene que pagarlo, llevándose todo lo que vio esa lluviosa tarde a la tumba.
Y como un rayo, aun con el trozo de metal atorado en su tórax, el se levanto envuelto en furia y la tomó por el cuello con una fuerza sobrehumana para estrellarla contra la pared más cercana, aumentando el agarre de sus manos con completa decisión. Helena comenzó a patalear contra la pared en un intento errado por buscar el suelo. No puede respirar, mucho menos pensar con claridad, y el pensamiento de muerte hizo que las lágrimas comenzaran a caer por su pálido rostro.
Hazlo.
El movió levemente la cabeza de lado a lado y las imágenes comenzaron a correr por la mente del pelinegro como un rollo de fotos, pasando por las caras de muerte de soldados, reyes, niños y niñas... Hasta que el carrusel se detuvo en el decrépito rostro de William y su gentil sonrisa.
Totalmente distraído y absorto en sus pensamientos, soltó el cuello de Helena, quien cayó de pompa en el piso de madera. Se quedó atónita cuando él se sacó la espada de su tórax como si de una espina de rosa se tratase, pero casi se desmaya al presenciar cómo las horrorosas heridas comenzaron a cerrarse frente a sus ojos, regenerando todos y cada uno de sus tejidos, célula por célula.
—Lárgate— dijo él con cabizbajo, totalmente rendido.
—Lo siento... Yo.
A Helena se le cortó la voz al instante cuando un rayo iluminó el rostro del pelinegro, dejando ver sus ojos carmesí totalmente encharcados. Ella pudo sentir la tristeza y el terror mismo, parece cansado, abatido, no se puede explicar el porqué, pero tampoco pudo evitar sentir pena por el... Solo se levantó, temblando, y comenzó a caminar hacia la salida sin dejar de mirarlo por miedo a que la agarre desprevenida. Su espalda chocó contra la puerta principal, la cual abrió tan rápido como pudo para correr hasta su auto, ignorando al pequeño felino que la recibió horas atrás y también las gotas de lluvia que caen sobre su rostro.
Estaba temblando y las llaves de su auto se le resbalaban de los dedos, pero al final pudo arrancar sin problema, pisando el acelerador a fondo para salir de ese laberinto cuanto antes, llevándose unos cuantos maizales en la acción. Sus manos se movían por sí solas y las gotas del vidrio delantero nublaban su visión hasta que encendió el limpiaparabrisas.
Solo pudo soltar un fuerte suspiro al encontrarse de nuevo con la solitaria carretera, en ese momento entendió que el peligro había terminado, al menos por ahora. No tardó en sacar su móvil para escribir un mensaje de texto para Kara, teniendo que escribirlo varias veces, culpa de sus temblores.
"En la cafetería de la calle 29, AHORA" en ese momento no le importaba cual era el estado Kara, tenía que contarle lo que acababa de ver a alguien, de otro modo, su cabeza explotaría al intentar asimilar lo que vieron sus ojos. No existe explicación lógica para eso, y como siempre ha sido una persona escéptica respecto a lo sobrenatural, le cuesta aceptar que esa extraña regeneración sea producto de alguna especie de magia.
"Rápido, rápido, rápido" repetía Helena en su cabeza, pisando a fondo el acelerador por la ansiedad de llegar cuanto antes al lugar indicado. Algún que otro rayo centellaba por lo alto, pero estaba tan concentrada en el camino, que ni siquiera les prestaba atención.
Y luego de diez arduos minutos conduciendo por el liso asfalto, llegó a la dichosa cafetería, aparcando su auto de cualquier manera para después entrar por la puerta de cristal, pudiendo ver a lo lejos a Kara, ignorando por completo su nuevo estilo.
—Hola Hely, ¿Por qué...?
—El hombre, las fotos— interrumpió Helena, sentándose de golpe en la silla que queda paralela a la de Kara —¡Es real!
—¿Cómo dices?
Volvió a sacar su teléfono y comenzó a escribir el titular del artículo Hindú que vio antes.
—Mira— le pasó el teléfono y Kara comenzó a leer con una velocidad anormal, terminando de leer el artículo a los pocos segundos.
—Tienes que estar bromeando— dijo Kara, levantando su cabeza del teléfono con una mirada de confusión e incredulidad.
—¿Cuándo me has visto bromear con estas cosas?— Kara asintió, aceptando un poco las palabras de Helena, quien se balanceo hacia adelante para no ser oída por las demás personas de la cafetería —Apuñale su corazón— confesó Helena con un leve susurro.
—¡¿Que?!— exclamo Kara más fuerte de lo esperado, llamando la atención de los presentes —Lo siento— dijo entre dientes.
—Creo que quería secuestrarme o algo así, pero para defenderme saque mi cuchillo y clave en su pecho, pero el ni siquiera se inmuto, como si ya se hubiese acostumbrado.
—¿Estás segura de que no lo imaginaste?
—Se lo que vieron mis ojos, Kara. Te lo juro.
—Muy bien, entonces vamos con la policía o el FBI para que lo atrapen o algo así.
—Ese ese el punto, quiero que Clay, tu y yo lo interroguemos para sacarle cuanta información podamos, debiste ver su sala, está llena de cosas muy extrañas.
—Eso es una idea muy estúpida— replicó Kara —Y mira que a mi se me ocurren cosas estúpidas.
—Solo piénsalo, ¡Es el descubrimiento del siglo!— esta vez fue Helena quien alzó la voz, atrayendo de nuevo a los otros clientes —Lo siento.
—No lo se Hely...— en ese momento, llegó un mesero con los capuchinos que Kara había pedido antes —Por ahora, calmemos los aires un poco.