La presencia de Elena Vance se había convertido en una mancha de perfume caro y amenazas veladas que impregnaba Vanguard Media. Lucía intentaba sumergirse en los informes de Luxury Cosmetics, pero cada número le parecía una jaula de ruido blanco. La imagen de Elena enlazada a Damián, la palabra "error" y el susurro de "nunca fueron tan simples" formaban un torbellino en su cabeza.
Fue durante una pausa forzada frente a la máquina de café, buscando desesperadamente cafeína que le aclarase las ideas, cuando el jazmín y azahar invadieron de nuevo el espacio.
—Parece que el café de la oficina es la única compañía que algunas pueden permitirse —la voz sedosa de Elena sonó a su espalda.
Lucía se volvió, encontrándose con una sonrisa perfecta y gélida. Elena llevaba un traje pantalón color hueso que costaba más que el sueldo de Lucía de tres meses.
—Señorita Vance. ¿Regresó tan pronto? —preguntó Lucía, con una dulzura igual de falsa—. El Señor Rojas no está. Salió hace un momento. Creo que mencionó algo de una cita con el urólogo —comentó, mirando su taza con fingida inocencia—. Por ciertos... problemas, ya sabe. Cosas de hombres.
Hizo una pausa calculada, dejando que la insinuación se envenenara en el aire. No alzó la vista, pero en su periphery vision vio cómo la sonrisa de Elena se congelaba por una fracción de segundo. Un músculo en su mandíbula se tensó.
—Damian tiene una constitución excelente —replicó Elena, su voz un poco más cortante—. No te preocupes por asuntos que no te incumben.
Giró sobre sus tacones y se marchó, su espalda rígida delatando que el dardo, por sutil que fuera, había encontrado su blanco. Un pequeño triunfo amargo que le supo a gloria a Lucía durante exactamente cinco segundos, antes de que la realidad volviera a aplastarla.
Porque la realidad, en los días siguientes, se volvió extraña.
Damián era un reloj suizo de exigencia y orden. Pero ahora, Lucía comenzó a notar las grietas en su fachada de titán impasible.
Una noche, trabajando tarde forzada por él, vio la luz de su oficina aún encendida. Se acercó sigilosamente para dejar unos documentos y lo vio a través del cristal. No estaba trabajando. Estaba de pie frente a la ventana, una mano en el vaso con whisky, la otra apoyada en el cristal como si el peso del mundo entero descansara sobre sus hombros. Su espalda, siempre tan recta, se veía curvada. Agotada.
Otra mañana, llegó antes que nadie y encontró en la bandeja de entrada de su propio escritorio, mezclado con sus correos, un informe financiero parcial. No era de Luxury Cosmetics. Era un análisis de cuentas internas de Vanguard, y unas cifras, marcadas en rojo, no cuadraban. Había un flujo de dinero, significativo, que se desviaba hacia una cuenta fantasma en las Islas Caimán. Alguien, o algo, estaba sangrando la empresa desde dentro. El corazón le dio un vuelco. Recogió el documento como si fuera dinamita y lo escondió en su cajón, bajo un montón de carpetas. ¿Por qué estaba eso allí? ¿Se lo había dejado él caer... deliberadamente?
Las llamadas también cambiaron. Ya no eran solo los clientes o sus amantes ocasionales. Ahora, a altas horas de la noche, recibía llamadas en voz baja, urgentes. Fragmentos que ella captaba al pasar: "No es suficiente... Tiene que ser antes de la fusión... Está jugando un juego peligroso."
La gota que colmó el vaso fue una discusión apasionada que estalló dos días después.
Lucía entró en su oficina para presentarle el storyboard final de Luxury Cosmetics. Él lo hojeó con desdén y lo arrojó sobre el escritorio.
—Basura. No tiene el tono de la marca. Vuelve a empezar.
—Es el mismo tono que usted aprobó en la fase conceptual —replicó ella, conteniendo la furia—. No puedo leer su mente para saber qué humor tiene hoy.
Damián se levantó de un salto, sus ojos verdes brillando con ira.
—No te pago para que hables.Te pago para que obedezcas y produzcas.
—¡Y yo no soy su esclava! —estalló ella, toda la rabia, la confusión y los celos acumulados saliendo a la superficie—. No sé qué juego está jugando, Damián, con sus reuniones a escondidas y sus documentos financieros extraviados en mi escritorio, pero no voy a permitir que me trate como a su basura personal.
Él se quedó paralizado. "Documentos financieros extraviados". La mención surtió un efecto eléctrico. Su ira se apagó, reemplazada por una alerta repentina y gélida. Cruzó el espacio que los separaba en dos zancadas y la agarró del brazo, no con brutalidad, pero sí con una fuerza que no admitía réplica.
—¿Qué has visto? —preguntó, su voz un susurro áspero y peligroso—. Dime exactamente qué has visto, Lucía.
—¿Por qué? ¿Temé que tu futura esposa descubra que su imperio perfecto tiene grietas? —lo provocó, sin importarle las consecuencias.
Su expresión se endureció aún más. La arrastró hacia la puerta, la cerró de un golpe y la giró para enfrentarla a ella.
—Escúchame,y escúchame bien —murmuró, su aliento rozándole el rostro—. Hay cosas aquí que no entiendes. Peligros que no puedes ni imaginar. Mantén la cabeza baja, haz tu trabajo y no preguntes. Es por tu propio bien.
—No me hagas ese favor —replicó ella, sacudiéndose—. No necesito que me protejas. Necesito que me respetes.
—En este mundo, el respeto es un lujo que no nos podemos permitir —dijo él, y en sus ojos, por un instante, volvió a asomar ese hombre vulnerable que ella había amado. El que tenía miedo.
La soltó bruscamente.
—Vete.Y olvida lo que hayas visto.
Lucía salió de la oficina, temblando. No de miedo, sino de una certeza que se solidificaba dentro de ella. Damián no era solo un tirano. Estaba asustado. Y aquella desviación de fondos, aquellas llamadas, aquella tensión con Elena... todo estaba conectado. Ella era solo un peón en un juego mucho más grande y peligroso. Pero estaba decidida a dejar de serlo. Iba a descubrir la verdad. Aunque esa verdad los destruyera a ambos.