El instante de tinta y sangre

Huella que calla

Había una perrita que tenía una marca profunda y tan notoria en su pancita, debido a que había tenido cáncer la operaron y le cortaron de raíz las bolitas pequeñas que brotaban, pero al mismo tiempo se llevaron sus chichitas.

La veterinaria la mantenía en una jaula esperando que una persona la adoptara, pero cada que una familia se acercaba a conocerla les daba tristeza, se alejaban y se negaban a rescatarla.

La perrita esperó mucho tiempo hasta que poco a poco se hizo viejita, ella tenía esperanza en que una familia la salvaría y le daría una buena vida y así sería porque una niña llena de ternura y tan decidida le dijo a su familia que esa era la perrita que quería.

La perrita era una guerrera, jugaba como sin nada, iba y rascaba la puerta para que le abrieran, saltaba a la cama, se volteaba para que le rascaran la pancita, subía las escaleras y despertaba a la niña para que fuera a la escuela.

Aunque la operaron poco a poco el veneno se apoderó de su cuerpo, se esparció consumiendo todo a su paso, la perrita sufría por dentro, pero por fuera se mostraba como si nada pasara.

Un día la perrita estaba sentada, ya no soportaba el dolor, su mirada reflejaba cada tristeza guardada y la familia le dijo a su hija pequeña que tenía que despedirse, la niña lloraba, no quería soltarla, la abrazaba y la perrita no quería dejarla.

La familia la llevó a la veterinaria y les dijeron que estaba muriendo, su corazón estaba dejando de palpitar. –Fuiste una buena perrita. -La humana la acariciaba hasta que poco a poco la perrita se quedó dormida. Tuvo una buena vida con aquella familia que la consentía y la quería.




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