El instante de tinta y sangre

Firma encarnada

La tinta estaba corrida en una página olvidada donde la aguja se filtraba y perforaba la piel, cada punzada dolía porque la aguja mojaba la tinta y la sangre salpicaba de las heridas, por eso la letra se llenaba de tristeza.

Un humano se acercó al pintor. -Quiero que use mi cuerpo como lienzo.

-Si le pinto un fragmento de su cuerpo después no podrá bañarse porque podría borrarse.

-¿Por qué no mejor tatuarme lo que va a pintarme?- El artista quedó atónito, él sólo sabía pintar más no tatuar.

El humano le trajo la máquina junto con la aguja eléctrica, le mostró que era sencillo hacerlo que terminó convenciendo al pintor. Primero lo pintó y después lo tatuó, con cada movimiento que hacía la aguja se sentía como un zumbido, un pellizco perforando su cuerpo. El dolor no dejó que se quedara dormido. Al final el pintor quedó maravillado que terminó firmando y tatuando su obra.

Con el paso del tiempo, el pintor se volvió muy reconocido y cada obra valía mucho dinero, un día el humano entró al estudio dónde exponían cada una de sus obras, el encargado quería echarlo porque era una galería privada.

-Yo llevo una de sus obras tatuadas. -Grito el humano, mientras se estaba desvistiendo.

Tanto el público como el encargado quedaron perplejos, que todos querían comprar el cuadro, pero ¿cómo podrían hacerlo? Si lo traía adherido a la espalda estando pegado al cuerpo.

Un señor se acercó e hizo un trato con el humano, él le daría cada lujo que quisiera desde atuendos hasta comida con la única condición de que siempre usará traje de baño en el hotel para así poder mostrar a cada cliente el cuadro tatuado. El humano aceptó sin dudarlo porque así su vida no estaría colgada de un hilo y podría seguir viviendo para contarlo.




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