Un hombre armó y ensambló cada pedazo del cuerpo de otro dejando cada tejido incrustado, sólo necesitó un rayo para darle vida y crear un monstruo.
Al día siguiente despertó asustado porque la abominación de su creación tenía vida. Poco a poco se acercó a la creatura, la cual le tenía miedo al tacto de los humanos. -No quiero hacerte daño.
Pero el hombre mintió porque lo encerró, lo dejó atado y golpeado. La criatura era esclavo de sí mismo de cuerpo y alma, él sopló su aliento en las heridas haciendo que terminaran curadas. Buscó un remedio para su sufrimiento porque con cada pedazo adherido a su piel cada sutura le recordaba que era una mancha de la naturaleza a la cual le faltaba la chispa de inteligencia. La creatura recordó lo que le había dicho al principio el hombre y le contestó. -Pero el daño ya está hecho.
Con el tiempo el hombre se hizo viejo y murió dejando al monstruo encarcelado y con la incógnita que todo mundo quería saber, ¿de todas las partes que lo conforman cuál de ellas contiene su alma? Simplemente él es la semilla del alma que es capaz de ser dañado y curado al mismo tiempo.