La familia Reynold iba a ir a una cena de caridad que ellos y los más ricos de la ciudad habían organizado para ayudar a los más desafortunados. Algunos de ellos solo daban una minúscula parte de lo que obtenían, pero los Reynold eran conocidos por dar más de la mitad de su dinero y por eso eran muy queridos por toda la ciudad.
Todo estaba muy elegante y bien preparado. Los ricos darían comida y una despensa a cada familia, así como cobijas y ropa. Si bien la comida que daban no se comparaba con la que ellos comían, nadie protestaba, pues si lo hacían ya no se ayudarían más a los que menos tienen.
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La cena había sido todo un éxito y todos hablaban de lo buenas personas que eran por ayudar a los que más lo necesitan, pero los Reynold sabían que los demás daban no era ni la mitad de lo que ellos daban, pero tampoco les gustaba presumir y por eso se quedaban callados.
La familia, al llegar a su casa llevaron a su hija Penelope a su habitación y la arroparon. Se fueron a sus habitaciones y se durmieron.
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Por la madrugada Penelope soñó que su hermano era devorado por algo maligno que estaba a las afueras de la ciudad, tal fue el susto que despertó a sus padres y fueron a verla, pero al abrir los ojos no recordaba lo que había soñado, los padres la arroparon.
—Tranquila cariño —dijo la madre—, fue solo una pesadilla, vuelve a dormir.
Penelope la agarró del brazo.
—¿Puedo dormir con ustedes esta noche?
La madre volteó a ver a su esposo y él asintió, la madre suspiró.
—Está bien, pero solo por esta noche.
Penelope se agarró del cuello de su papá y la llevaron a dormir con ellos.