—Ira...—Susurro a la chica que está contra mi cuello, entre su temblor y su respiración agitada, es más que evidente que está teniendo un ataque de pánico.
Vaya que los reconozco, por dos años Gustavo los tuvo luego de haber vivido un intento de secuestro.
La psicóloga nos había entrenado tan bien, que podíamos hacer que sus ataques sean breves, o contenerlo para evitar entrar al pico máximo.
Las uñas de Iracema estaban entrando en mi espalda, pero era incapaz de separarla, de mi, porque la entiendo, porque sé, que puede parecer una tontería temer a la oscuridad, pero ningún miedo es una tontería cuando lo entendemos.
—Ira...—la vuelvo a susurrar calladamente en su oído y su perfume entra en mi nariz, impregnandose por completo en mi.— Voy a levantarme, y quiero que relajes tus manos, ya hay más luz, las velas iluminan mejor el lugar, pero entiendo si no estás lista.
—Yo... yo... Luriel, siento algo en mis piernas—Dice casi llorando, Juanjo y Gustavo quienes ahora ya están en mi campo de visión hacen un gesto.
—Te voy ayudar a subirte a mi silla —¡Dios, duelen sus uñas!
—Ok, ok, ok,—Repite casi susurrando, reconozco eso, el pánico la está secuestrando. Debo calmarla pronto.
Bajo de la silla y ahora siento sus lagrimas en mi camisa. El miedo se a apoderado por completo de esta chica, y a pesar de que podemos jugar ser enemigos, o de tener ganas de superar uno al otro, no puedo dejar de sentir ganas de ayudarla y calmarla. Me duele sentirla así.
La tomo de la cintura, y una corriente eléctrica poseyó mi estomago cuando hice eso, a continuación la alce delicadamente hasta la butaca, pesaba como una pluma.
—¿Te sientes segura ahora?—Le pregunto mientras el canto de nuestros anfitriones sonaba más fuerte. Las luces de las velas se encendían y apagaban y todo se hacia más aterrador.
La chica mueve su cabeza de manera afirmativa, mientras sigue abrazada a mi.
—Ahora, quiero que desentierres tus uñas de mi espalda—pedí riendo contra su oído y eso desencadenó en ella una reacción de vergüenza.
Me soltó de inmediato, acto seguido, se tomó de las piernas, las cuales alzó en la silla y las abrazo mientras enterraba su cabeza en medio de sus rodillas.
—Lo siento, lo siento, lo siento—repite en un llanto.
Gustavo y Juanjo en verdad sienten lo mismo que yo, y quisiera volver a abrazarla para contenerla, pero una de las cosas que prendí, es que debo dar espacio, a la persona que sufre el ataque y que sea ella que con su comportamiento me guie al siguiente paso.
—No te preocupes, no dolió y estoy bien—Le aseguro, pero miento, me duele con un demonio la marca de sus uñas—. ¿Quieres un poco de agua tónica?
—¿O gaseosa?—Agrega Juanjo
—¿O jugo de piña?—Gustavo también estira su brazo, la chica sólo niega.
—Bien—Digo cuando escucho la voz de Cenit pidiendo que se guarde silencio absoluto— Ya hay más luz, puedes abrir tus ojos...
Ella obedece, saca la cabeza de entre las rodillas e inmediatamente se vuelve a ocultar no sin antes emitir un pequeño grito.
—¿Qué pasó?—Pregunta Juanjo, en lo que Gustavo también gira en la dirección a dónde ella vio.
—Ese niño, de sonrisa retorcida me está mirando, da, miedo.
—¿Niño?—Pregunta Gustavo, en lo que yo hago un gesto para indicar que la chica enloqueció, Juanjo no duda en darme una palmada en la cabeza y reprenderme con la mirada.
—¿Qué niño Iracema?—Pregunta él y sigue regañamdome—¿Cómo es?
—Rubio, lleva un bastón, no tiene tanta ropa, y me estaba mirando a mi.
¡Ay no puede ser! Juanjo me mira preocupado, al parecer hemos acertado.
—Esta noche, los 7 espíritus se les van a mostrar, sólo a aquellos que estén bendecidos para proteger y cuidar el camino al bosque eterno, los que podrán caminar por el Tapekue. —Trago fuerte al escuchar la voz de Cenit.
—Los veran, los sentirán, les hablaran o los oleran, y de esa forma, ellos les presentarán un mundo de posibilidades. —Itae ahora habla más fuerte—No les teman, que ellos no les dañaran, al menos que sus intenciones sean malas.
—Cada uno de ellos, les dirá, o les prometerá una cosa—Cenit termina de hablar, y al levantar mis ojos doy con Yara que me observa atentamente del otro lado. ¡Qué hermosa se ve, incluso en la penumbra! —No los rechacen... y acepten los regalos que el espíritu les ofrece.
Las luces volvieron a apagarse, y la verdad es que yo, no temia por mi, no me preocupa lo que pudiera ver esta noche, lo que me preocupa, es como Iracema quede al final. No es bueno someter a alguien con fobias a una situación como esta.
Respiro profundo, y de nuevo el olor a cigarro, caña y miel se instaló en mis fauces.
—¿Lo huelen?—Pregunta Gustavo.
—¿El cigarro, la caña y la miel?—Pregunto.
—Sí.
—Sí.
—No—Dice Iracema— Yo huelo a carne podrida, sangre y sudor.
¿Cómo explicar lo que es el miedo? De niños nos contaban historias de terror sobre 7 monstruos, algunos son simpáticos, otros te preguntas que tanto podrían hacerte, pero cuando te hablaban del 7 hijo, no había niño alguno que pudiera dormir por las noches.
Las historias se hacían entre los estudiantes, contaban experiencias de parientes que les contaban cosas aterradoras que sucedían en el campo. Y todos dejábamos las luces prendidas, nos tapabamos los pies, y cerrabamos las ventanas. Por qué resulta, que la Colmena está en medio del bosque, lugar que en teoría es la casa de estos espíritus.
Pero ese 7mo hijo, que olía a carne podrida, sangre, sudor, muerto, era el que realmente nos aterraba. Luison, o lobison, le decían.
Según las leyendas el se alimentaba de la carne podrida de los muertos, roia los huesos en los cementerios y anunciaba la muerte tocando los pies de sus víctimas.
—¿Estás segura?— pregunta Juanjo en un hilo de voz, claro que estábamos aterrados, ahora yo también lo siento, así como el aliento ediondo en mi nuca.