—¿Anna?
—Sí, ¿me escuchas bien? —Se oyó una voz tímida y un poco distante, aunque no hubiera problemas con la línea telefónica.
—Sí, vaya, qué sorpresa —respondió Anthony con gran asombro—, no esperaba una llamada tuya —añadió mientras que marcaba la tarjeta que indicaba la hora de salida de su trabajo.
—Lo siento, he estado un poco distante.
—No te preocupes, tampoco me conoces lo suficiente como para pedir disculpas, estás en Tokio, es obvio que hay cosas más interesantes que hacer por allá que aquí en Nueva York.
—En serio lo lamento.
—Anna, está bien —insistió riendo un poco, y el sonido que salió de sus labios pareció tranquilizar en algo a la pelirroja que estaba a miles de kilómetros de distancia—. No tienes que disculparte siempre por todo,
—¿Cómo has estado? —preguntó ella en un esfuerzo por al fin iniciar la conversación.
—Las cosas van bien —mintió Anthony—, el trabajo…, todo marcha sobre ruedas—. Salió del pequeño almacén donde laboraba y comenzó a caminar hacia el Central Park.
—Me contenta eso —respondió Anna de forma pausada, como preparándose para dar noticas poco agradables.
—¿Cómo van las cosas por allá?
—Yo… eh…, bueno… —Suspiró ella.
—¿Ocurre algo? —preguntó comenzando a angustiarse.
—La verdad es que te he llamado para decirte una cosa.
—¿Te ha pasado algo?
—No, no, estoy bien, es solo que he estado pensando mucho… y no creo que pueda ser capaz de… tener una relación contigo cuando regrese.
—¿Y si tal vez…? —interrumpió él.
—Tampoco como para intentarlo —aclaró ella con rapidez como si supiera con exactitud lo que él quería proponerle.
***********
Anthony despertó, envuelto en su cobija rota y desgastada tuvo la sensación de que necesitaba abrigarse aún mucho más. Miró hacía la ventana, y luego intentó seguir durmiendo.
Por primera vez, Anthony llamó al trabajo para avisar que no asistiría, era el día en que Anna regresaba a Nueva York, no podía ni quería esperar más tiempo, necesitaba verla, sentía que tal vez podría convencerla si le contaba toda la verdad, o bueno, no toda, ya que estaba seguro de que no sería capaz de perdonarlo.
Después de un buen baño y un rápido desayuno, salió de su pequeño apartamento vestido con abundante ropa de invierno y un gorro que cubría parte de su larga cabellera rubia. Caminaba apresurado, como si pudiera llegar tarde.
Pasó frente a una floristería y se detuvo a contemplar las hermosas plantas. Se lamentaba por estar corto de dinero, deseaba poder comprarle a Anna muchas margaritas y claveles, sabía que le encantaban. Dispuesto a marcharse, bajó la mirada y para su buena suerte descubrió una margarita que había caído, al parecer, hacía tan solo unos pocos segundos. Con discreción, la tomó antes de que alguien pudiera pisarla, y enseguida una sonrisa asomó en sus labios, no era precisamente la flor más bella, con seguridad había sido descartada de algún ramo, pero era mejor llevar algo que llegar con las manos vacías.
Reanudó la marcha, esta vez con más calma, llevaba la flor sujeta por el tallo con cuidado y caminaba con el brazo doblado frente a él, de esta manera evitaba que alguien de la multitud que transitaba por las calles pudiera estropearla.
Una vez que llegó al edificio donde vivía la pelirroja, se detuvo a esperar con paciencia hasta que uno de los inquilinos saliera, no quería correr el riesgo de llamar al interruptor, necesitaba hablar con ella directamente, hacía algunos días le había atacado la descabellada idea de que lo mejor sería contarle todo, decirle que había dejado de ser un ángel para estar a su lado y demostrarle que la amaba. Sería fácil conseguir que le creyera, sabía casi todo sobre ella y tenía los recuerdos de los sueños en donde ambos se encontraban a diario, a pesar de eso, llegó a descartar la idea varias veces, la reacción de Anna podría no ser la mejor, con más razón necesitaba estar al menos a una puerta de distancia en caso de que ella no quisiera hablarle.
Podría decir en voz alta su discurso y tal vez sus palabras hicieran algún efecto, gritar todo lo que tenía planeado desde la calle sería una tarea difícil, además, era probable que algún vecino quisquilloso terminara por llamar a la policía al escuchar lo que en realidad cualquier persona con cordura consideraría un disparate con eso de las alas y ser perseguido por unos seres monstruosos llamados «Rebeldes Alados», hasta por fin convertirse en humano para estar al lado de la mujer que ama. Lo más probable es que tendría que salir corriendo de allí mucho antes de siquiera narrar la mitad de toda la palabrería que pudiera ocurrírsele en ese momento en el medio de la calle y con gente mirando.
Mientras que no hacía más que divagar, el tiempo transcurría, mucho más de lo que había pensado, su paciencia quería agotarse, necesitaba verla cuanto antes. A cada momento examinaba su viejo teléfono. Definitivamente, el tiempo parecía detenerse a veces, en más de una ocasión, al volver a revisar no había transcurrido ni cinco minutos. En lugar de tanto ver la hora, habría sido una excelente idea repasar su monólogo, pero estaba tan nervioso que no podía quedarse quieto mucho rato, subía y bajaba las escaleras de la entrada una y otra vez, daba ligeras patadas a los montones de hojas secas acumuladas en casi toda la acera, y observaba con cuidado a los vehículos que transitaban, prestaba suma atención a los taxis, era posible que Anna no hubiera llegado todavía.
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Editado: 22.03.2025