El invierno del ángel (disponible en físico)

Primera parte / Capítulo 1: enfrentando la realidad.

Anthony había perdido a Anna para siempre, luchar contra Alexander sería, por completo, en vano, sabía que no había forma de alejarlo de la pelirroja, y posiblemente tampoco habría manera de separarla a ella de él; no entendía cómo habían regresado, pero no podría encontrar la respuesta a eso, así que pensarlo una y otra vez solo sería una pérdida de su tiempo, y lo único en lo que él podía pensar, desde ese entonces, era en su errónea decisión de haberse convertido en humano.

No estar con Anna era terriblemente doloroso, aun cuando no era solo el hecho de que no podía estar con ella, había algo más, y era que dejar de ser un ángel significaba también ser mortal. Con aquella mujer a su lado, todas las molestias terrenales carecían de importancia, y él había dejado sus alas para acompañarla, al menos no todo fue en vano, pudo hablarle y mirarla a los ojos y que ella lo observara de regreso, cosa que nunca pudo experimentar cuando era un ser con alas. Ahora, aquello se sentía como un simple recuerdo, no eran más que eso, imágenes en su mente con eventos del pasado cuya sensación se desvanecía cada vez más, llegaba incluso a dudar de su existencia mientras lloraba en silencio y se daba cuenta de lo equivocado que estuvo. Vivir como humano, después de haber perdido la oportunidad de estar con ella, lo torturaba, al menos sabía que Anna era feliz, aunque igual le destrozaba el alma y le quitaba las ganas de existir.

Los días después de haber visto a Anna por última vez, resultaron ser los más difíciles en un largo período de tiempo. Él estaba acostumbrado a estar a su lado. Mientras que la hermosa pelirroja estuvo en Japón, él había esperado con paciencia, porque juraba que volverían a estar juntos, ese beso lo mantuvo esperanzado, no hubiera podido imaginar que sería el último. Ahora todo había cambiado y un sentimiento de agonía se apoderaba de él con el pasar de los días. Estuvo tentado a buscarla a escondidas, no obstante, debía enfrentar la realidad, verla, sabiendo ahora que no podría estar con ella, no sería más que añadir otra tortura a su debilitado corazón; ella seguro se sentiría mal por el ya no tan reciente rechazo, y toparse con Alexander no era algo que quisiera repetir.

Anthony no lo esperaba, pero fue despedido del trabajo pocos días después de este acontecimiento, no rendía de igual forma. Se atrasaba al mover la pesada mercancía, y pronto su jefe, un insensible hombre de negocios, quién no llegó siquiera a preguntar el motivo de tales cambios, lo despidió de inmediato a penas se enteró de sus fallas, gracias al informe del supervisor. Anthony estaba obligado a buscar otro empleo pronto, aunque no lo hizo, compró comida con todo el dinero que tenía, ignoró las llamadas y mensajes de tres compañeros de trabajo con los que había comenzado a tener cierto nivel de amistad, y se encerró en su apartamento.

Faltaba muy poco para fin de año, Anthony continuaba encerrado. Sin empleo y con la renta vencida, corría el riesgo de ser echado del miserable piso en donde vivía, incluso antes de que se acabara el mes, de seguro uno de los propósitos de año nuevo del dueño del edifico era no perdonar los atrasos a sus inquilinos. Para Anthony las probabilidades de conseguir un trabajo a esas alturas eran escasas, debía resistir unos días más, pero ¿cómo si no tenía dinero? Pedirlo prestado no era una opción, sus conocidos se encontraban en situaciones forzadas y no podría aparecerse de pronto después de pretender que no existían.

Pasaban las horas y no lograba conciliar el sueño, el estómago le rugía, había agotado la comida que le quedaba. Debía de salir cuanto antes, así que dejó sus pensamientos negativos a un lado, juntó las últimas monedas encontradas en un pantalón sucio y se alistó para soportar las bajas temperaturas. Tuvo que ponerse ropa extra para dejar el apartamento, se le hacía incómodo tener que abrigarse tanto; sin embargo, lo requería con urgencia, sentía que se le congelarían los huesos si no lo hacía.

Caminó unas cuantas calles hasta que encontró un lugar que, a juzgar por su apariencia, era algo que podía costear sin tanto dolor de cabeza.

Entró con poco agrado, se sacudió la nieve y, sin quitarse el gorro ni el abrigo, se sentó en la primera silla que encontró desocupada. Pronto, una delgada mujer que se veía mucho mayor de lo que en realidad era y que estaba vestida de acuerdo a su contrato navideño, se le acercó.

—¿Cómo te encuentras, amigo? ¿Qué puedo traerte de comer? —preguntó en un tono muy amable y mostrando una amplia sonrisa

A pesar de la cortés atención, Anthony no pareció cambiar su humor ni por un segundo, observó el viejo menú que había en la mesa y después de sacar unas cuentas pidió todo lo que le alcanzó.

—Tu orden estará lista enseguida —respondió la mujer con la misma sonrisa, después de anotar en una pequeña libreta.

Anthony esperó con los brazos cruzados, trataba de sentir todo el calor posible que le ofrecía la calefacción del minúsculo restaurante. Los demás clientes miraban la nieve caer por la ventana o charlaban animados, de seguro contentos porque dentro de poco iniciaría una nueva vida para todos, y junto con ella muchos sueños daban inicio, pero Anthony no se dio cuenta de nada de esto, sus ojos azules estaban clavados en la mesa y sentía como su corazón palpitaba con fuerza mientras que la impotencia, la rabia y el arrepentimiento lo consumían al mismo tiempo que su estómago no paraba de quejarse.

Cuando le trajeron su orden miró la comida con desagrado, una de las cosas más satisfactorias para el ser humano es comer cuando se tiene hambre, mas para Anthony no lo era, ahora todo le resultaba terrible. Odiaba tener que comer, odiaba sentirse debilitado, odiaba el frío, odiaba tener que dormir, nada le parecía agradable, todo lo encontraba insoportable, no quería seguir siendo humano, no solo, no sin Anna que lo hacía sentir tan bien, solo con ella podía tolerarlo todo.




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