Anthony parecía trotar en medio de la nevada, se alejaba con prisa del lugar mientras que a cada instante volteaba hacia atrás, tenía la sensación de que el hombre se daría cuenta de que su presupuesto estaba incompleto, que enseguida asumiría que le habían robado y junto con su amigo llamarían a la policía. Esto hizo que tropezara con más de una persona, pero seguía su camino apresurado sin disculparse con nadie, quería alejarse cuanto antes posible.
Ya estaba lo suficientemente retirado cuando se detuvo a tomar aire. La vista era preciosa, la ciudad cubierta de nieve era un paisaje digno de admirar, aunque nadie parecía detenerse a observar nada, todos parecían estar demasiado apresurados como para malgastar el tiempo observando las calles que transitaban cada día. Anthony no era la excepción, él era quien menos disfrutaba el panorama. Con las manos en las rodillas, trataba de recuperar el aliento, ejercitarse después de comer le había causado un malestar peor del que ya padecía. Se enderezó y respiró profundo con mucha fuerza como para agarrar impulso y seguir adelante. Al hacerlo percibió un olor particular, un perfume, uno que él conocía, olía a flores y vainilla. Desconcertado, buscó con la mirada, la vida parecía tener intensiones de torturarlo, como si él fuera de hierro y pudiera resistir más de lo que ya debía soportar. Casi enseguida, Anthony sintió cómo Anna pasó a su lado, lo había rozado con su chaqueta, fue un leve toque, tan insignificante que ella no se disculpó por haber casi tropezado con él.
—No puede ser —murmuró—, ¿Anna?
No supo por qué lo preguntó, sabía que era ella, la reconocería a la distancia en donde fuera. El tiempo pareció detenerse y Anthony pudo observar como ella se daba la vuelta con esa sonrisa en los labios que la hacía ver siempre tan encantadora, iba con ropa de invierno, lo que de cierta forma resaltaba mucho más su belleza, los copos de nieve en su larga melena roja le daban un toque mágico. El impulso por correr tras ella llegó hasta su corazón, que dio un brinco de emoción ligado con un profundo miedo al rechazo, pero no lo detuvo y comenzó a marchar hacia ella.
—¡Anna, espérame! ¡Me vas a hacer caer! —Escuchó detrás de él.
Anthony frenó en el acto, casi al instante, no había dado más allá de tres pasos cuando un hombre lo repasó con prisa, no tenía que preguntarse quién era, lo sabía muy bien.
—¡Apresúrate! —contestó la pelirroja con una carcajada.
Entre la muchedumbre, Anthony pudo ver que Alexander la alcanzaba justo al llegar a la acera y la abrazaba por la cintura, antes de girarla con suavidad y darle un beso para luego decirle algo al oído mientras ella sonreía. La escena no podría ser más perfecta para cualquier espectador, sin embargo, Anthony sintió que se le desgarraba el corazón. La impotencia y el dolor fueron demasiados, sabía que estaban juntos, aun así, verlos frente a sus ojos era más doloroso de lo que hubiera imaginado. No pudo seguir caminando, se quedó paralizado un instante hasta que las bocinas de los autos, manejados por irritantes conductores, comenzaron a sonar con desesperación e hicieron que se diera cuenta de que el semáforo ya se había puesto en verde para el paso de los autos. Sin avergonzarse por estar de pie en medio de la calle, continuó su camino esquivando los vehículos hasta pasar desapercibido mientras cubría su rostro con ambas manos al pasar junto a Alexander y Anna, quienes seguían muy encariñados sin notar ni su presencia ni el sonido de las bocinas.
Con el corazón apretado en el pecho siguió caminando un largo rato sin detenerse, hasta llegar al edificio donde vivía. Cuando se acercó a la entrada de la construcción, abrió enseguida con las llaves que había buscado casi una cuadra más atrás.
Vivía en el penúltimo piso. Apenas estaba a punto de terminar de subir el primero, cuando se encontró de frente con alguien que bajaba las escaleras y a quien temía. Un hombre de aspecto amenazador que desprendía un intenso olor a tabaco y a cerveza, era de gran tamaño, piel oscura, un muy largo cabello descuidado, acompañado de un bigote más desaliñado aún. Era el dueño del edificio.
—¿Saliste a dar un paseo? —examinó interponiéndose en su camino.
—Sí —respondió Anthony que trataba en vano de continuar subiendo las oscuras escaleras.
—¿A dónde crees que vas? ¿Qué no me debes algo? —preguntó alargando la mano y con un tono desafiante que haría temblar a cualquier persona—. ¿No piensas pagarme?
—No tengo el dinero ahora...
—Maldito imbécil —interrumpió con voz baja, pero firme—. Eres un maldito, ¿lo sabías? —Anthony no respondió—. ¿Para cuándo lo tendrás, insecto? —preguntó y bajó un escalón.
Anthony miró hacia atrás deprisa y bajó uno también, a punto estuvo de caerse.
—No lo sé —murmuró cabizbajo—, me despidieron del trabajo.
El hombre se quedó en silencio total, pero su respiración era estrepitosa. Estaba de pie justo en medio de uno de los escalones, era muy ancho y Anthony no cabía por ninguno de los dos extremos.
»¿Me puede dejar pasar? —No hubo respuesta—. ¿No va a dejarme pasar? —se atrevió a repetir sin saber con exactitud de dónde había sacado las fuerzas para desafiar a semejante hombre
—¡Eres un parásito! —gritó el arrendador mientras bajaba los escalones con rapidez—. Quiero mi dinero, ¿me estás escuchando bien chico blanco de mierda? ¡Eres un completo inútil, debería echarte de aquí de una buena vez, no sirves para nada! —vociferaba el hombre—. ¡Dame mi dinero ahora!
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Editado: 22.03.2025