Anthony despertó antes de la media noche las pocas horas de descanso habían sido una tortura, perseguido en sueños por el arrendador, el hombre de la billetera y Alexander, intentaba alcanzar a Anna que se alejaba cada vez más. Aturdido y confundido, sin estar despierto por completo, le costó diferenciar qué había sido un sueño y qué había sido real. Se pasó las manos por el rostro y después el cabello, apretó los ojos con fuerza y los volvió a abrir. En ese momento, su corazón se aceleró al tener la sensación de que el dinero que encontró formaba también parte de la extraña pesadilla. Se levantó con prisa, y gracias a las luces de la ciudad que se colaban por la ventaba pudo comprobar con alivio que los billetes eran reales, los volvió a guardar con cuidado mientras tomaba una importante decisión.
No tuvo que pensar casi nada en realidad, enseguida comenzó a guardar todas sus cosas en un bolso viejo y grande que había adquirido hace unos meses, no tardó mucho tiempo, todo cabía allí, incluso tenía solo un par de zapatos y se los calzó al momento. Tomó una bolsa plástica de color negro que tenía guardada y, sin dificultad, metió allí las sábanas. Entre sus pertenencias estaba el collar con sus alas negras, no lo había vuelto a mirar desde aquella vez que intentó ver a Anna, había sido una sensación poco agradable descubrirlos sobre las hojas secas que se acumulaban en el suelo afuera del edificio donde ella habitaba, no cabía duda de que ella había lanzado al collar por la ventana, la pregunta era por qué, pero ya estaba mentalizado de que nunca lo sabría. Fuera como fuera, él tampoco quería estar en contacto con su collar, le traía remordimiento, sentimiento que estaba presente en su mente la mayor parte del tiempo, a pesar de eso debía llevarlo consigo, no lo necesitaba, pero no pensaba dejarlo allí, seguía siendo parte de él, de su pasado y no quería correr el riesgo de extraviarlo, así que se lo puso en el cuello y al momento le pareció que le pesaba, no era cierto, sin embargo, así lo percibió.
Anthony estaba muy impaciente, así que apenas logró recoger todo, salió al baño para asearse con el mayor silencio posible, no quería que nadie notara que estaba preparándose para abandonar el edificio. Pronto regresó al apartamento, tomó sus pertenencias y echó una última mirada al miserable lugar, oscuro, viejo, las paredes no podían estar más manchadas y el suelo daba la impresión de que no importara cuánto se limpiara no dejaría de estar deslucido. De todas las cosas que podría llevar lo que quedaba era la almohada, lo pensó un poco, tal vez le haría falta, así que entró de nuevo y la tomó, le había costado dinero y por unos días el dinero no le sería fácil de conseguir.
Cerró la puerta con cautela y comenzó a bajar las escaleras tratando de hacer el menor ruido posible, lo cual era complicado, ya que algunos escalones rechinaban casi que, por su propia cuenta, no quería ni por la más mínima casualidad encontrarse con el arrendador, no solo no había pagado, sino que se estaba marchando dejando una deuda pendiente.
Apenas puso un pie en la nieve se encaminó a la estación de autobuses, sin ánimos de observar a su alrededor para despedirse de la ciudad, conocía muy bien Manhattan y no quería saber nada más de ella. Así que caminó sin detenerse hasta llegar a la estación del metro. Mientras llegaba a su destino maquinaba una manera de administrar bien el dinero que tenía en su bolsillo, no le duraría demasiado, necesitaba prolongar su uso el mayor tiempo posible.
—Necesito un boleto —pidió decidido a la mujer encargada de una de las taquillas del terminal de autobuses.
—Es Año Nuevo —respondió sin siquiera preguntarle al cliente hacía dónde se dirigía mientras que se hacía una cola alta en su cabello teñido de verde.
—Lo sé —afirmó Anthony con seriedad.
—No hay boletos —negó con firmeza y su cabello atado se movió con viveza.
—¿Cómo que no hay boletos? —preguntó alterado como si tuviera que llegar urgente a algún lugar.
—Señor, faltan casi veinticuatro horas para Año Nuevo, todo el mundo está viajando —aclaró sin prestar mucha atención.
—¡No puede ser! ¿No tiene nada? —insistió.
—¿A dónde se dirigía?
—A donde sea, no importa —examinó Anthony observando las pantallas llenas de información que no comprendía.
—¿Está siendo espontáneo? —preguntó la mujer bajándose las gafas para observarlo a la vez que entrecerraba los ojos.
—Necesito irme de aquí —respondió sin dar más detalles.
—¿Está usted huyendo de algo?, ¿o de alguien? ¿Cómo... la policía, tal vez? ¿Es acaso usted un fugitivo de la ley? —preguntó mientras que lo estudiaba con la mirada.
—¡No!, claro que no, y de serlo, tenga por seguro que no le diría que lo soy.
—Bien, necesito ver una identificación —pidió alargando la mano.
—No tengo ninguna —respondió y pensó que hasta allí llegaba su intento por salir de la ciudad, en esta ocasión no tenía la ayuda que había solicitado la última vez que cruzó una frontera sin documentación.
—¿Cómo que no tiene? Debe tener algo que lo identifique.
—Perdí todo en un robo, ¿de acuerdo? No tengo nada, solo estos billetes, necesito salir de aquí, necesito salir de aquí como sea —repitió y fijó sus potentes ojos azules en los verdes de la mujer—. Por favor, se lo ruego —insistió.
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Editado: 22.03.2025