Sarah descansaba, pero seguía aturdida por el accidente, dormía, sin embargo, sentía que estaba despierta, consciente de todo, que podría incluso sentir si alguien interrumpiera la oscura habitación de hospital. A pesar de eso, no podía ver, tampoco hablar o moverse. Poco a poco comenzaba a recordar y en su mente se repetía el accidente una y otra vez, había quedado inconsciente al momento de golpearse la cabeza. La sacudida y el dolor que sintió en ese instante eran cosas que recordaba muy bien y que tal vez nunca podría olvidar.
Quería despertarse e irse de aquel lugar, pero no podía, debía esperar, y eso le causaba una sensación muy desagradable tanto en el cuerpo como en la mente. Tiempo, lo que necesitaba era tiempo, esperar a que terminara de pasar.
«Recuperaré mi visión —se repetía una y otra vez medio dormida o medio despierta para intentar calmarse— ya pasará, todo está bien, estás viva, estás bien, tranquila. Estás bien, agradece que estás bien», se decía a ella misma.
Luego de unas cuantas horas de tortura en sueños, Sarah al fin despertó por completo, y con lentitud fue manifestando en su cuerpo el dolor que sentía en los músculos. Se quejó, sus brazos, piernas y cabeza comenzaron a recordarle sin muchos problemas lo que había ocurrido, sintió un desagradable malestar mezclado con una ligera pero inquietante comezón, sobre todo en sus piernas, ya que sentía que lo que más deseaba en ese momento era ponerse de pie y marcharse, por suerte nunca había estado en una cama de hospital, y ahora que lo estaba experimentando lo encontraba más desagradable de lo que hubiera podido imaginar. Recordaba las palabras más duras que había escuchado hasta entonces en su vida, palabras que nadie querría nunca jamás escuchar:
«Tuviste un accidente, estás en el hospital». Hubiera dado lo que fuera con tal de que todo lo que estaba ocurriendo formara parte de una muy mala pesadilla, comenzó a repetirse en su mente una y otra vez qué hubiera pasado si no hubiera salido corriendo de la fiesta, que habría pasado si hubiera decidido escuchar a Tom, que la llamaba en un intento de persuadirla de marcharse de la fiesta, escuchaba los gritos con su nombre y varias advertencias. «¡Sarah! No te vayas así, está nevando, quédate. ¡Sarah!». Ella había decidido no escuchar, ignorar la voz y marcharse, se sentía tonta y que había exagerado al reaccionar de ese modo. Se arrepentía de haber tomado esa decisión hasta que recordaba el motivo de su reacción y comenzaba a sentir de nuevo dolor en su corazón y pensaba que no había forma en que ella se hubiera quedado después de aquello que había ocurrido.
«Todo cambió en un instante» se lamentó, hasta hace unas horas tenía lo que ella consideraba como una vida perfecta.
«Demasiado perfecta como para ser real» pensó.
Era difícil para Sarah dejar de lamentarse por su situación hasta que consideró la opción de que a lo mejor no estaba sola en la habitación.
—¿Hay alguien allí? —preguntó con voz fuerte y nerviosa. No escuchó respuesta—. ¿Hay alguien allí? —repitió y el resultado no cambió.
La respiración de Sarah empezó a agitarse, el miedo la envolvió de pronto. Trató de mover la cabeza de un lado a otro, para negar lo que estaba viviendo, pero el collarín le impedía el movimiento, llevándose ambas manos a la cabeza, se la sujetó con la mayor fuerza que pudo y gritó para sus adentros.
»Debí de haberme quedado —dijo en voz baja después de calmarse un poco, era complicado dejar de pensar en lo que había ocurrido pocos minutos antes del accidente, era inevitable querer retroceder el tiempo para tomar otra decisión—. No debí salir, debí de haberme quedado, debí de haberme quedado…
Dejó de hablar, le pareció escuchar que la puerta se abría y unos pasos muy ligeros.
—¡Buenos días, Sarah! —Se escuchó de pronto una voz amable—. Veo que estás al fin despierta.
—Hola —respondió sobresaltada mientras trataba de averiguar de dónde venía el sonido.
—Ya es hora de almorzar, debes tener mucha hambre.
Sarah fingió lo mejor que pudo, aparentó estar bien mientras escuchaba cómo la amable señora colocaba lo que supuso que era una bandeja en algún lugar.
—Voy a acomodarte la cama, para que puedas comer —anunció la mujer, y Sarah notó que la voz se aproximaba.
—De acuerdo, gracias —respondió sin saber quién le hablaba.
—No eres alérgica a ningún alimento, ¿o sí?
—No.
—Me alegra saberlo, el menú no es demasiado variado —explicó con una carcajada.
Pocos segundos después, Sarah se sobresaltó de nuevo, la cama comenzó a moverse. Se asustó por no poder ver nada, y cuando se detuvo se sintió aliviada de haber, al fin, cambiado de posición, estaba con la espalda casi recta y así podría alimentarse
—Si necesitas algo, presiona este botón —explicó la voz y enseguida Sarah sintió el aparatico en la palma de su mano.
—Muchas gracias —contestó mientras que sentía cómo la bandeja con la comida le era colocada sobre la cama, justo frente a ella, en lo que parecía ser una pequeña mesa.
—Que tengas buen provecho.
—Muchas gracias —repitió tratando de sonreír.
Sarah supuso que volvió a quedarse sola, pues no escuchó más nada, nunca pensó que el silencio pudiera ser tan aterrador, y nada más pensar que este era el inicio de una nueva etapa en su vida la desesperaba. Moría de hambre, mas los sentimientos eran tan fuertes que quería echarse a llorar, llorar por horas y horas. Desde lo más insignificante, que en el momento era tratar de comer sin derramar nada, hasta lo más difícil que sería vivir ciega unas semanas, le causaban un indescriptible dolor. Se lamentó por no saber cómo comer, estaba sola y no sabía qué hacer. Quería comenzar a llorar con desespero, pero lo pensó un momento y decidió más bien respirar profundo, lo cual hizo con dolor en el pecho.
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Editado: 22.03.2025