Seis días habían transcurrido desde el terrible accidente, parecía que el día iba a ser igual que los últimos; sin embargo, Sarah recibió una noticia, una que estaba esperando desde lo que sentía que había sido un mes entero.
—Puedes marcharte hoy a tu hogar —dijo el doctor Mario.
—¡¿De verdad?! —exclamó Sarah, separando su cuerpo del espaldar de la silla en donde estaba sentada.
—Sí, hemos terminado la revisión, solo falta esto —agregó, y Sarah sintió las manos de él en su cuello—. ¿Segura de que no tienes ningún dolor?
—Ninguno, doctor, al contrario, estoy experimentando un gran alivio al quitarme esta cosa.
—Debes estar segura.
—Estoy bien —afirmó Sarah después de que el doctor moviera con delicadeza su cuello de lado a lado y de atrás hacia adelante.
—Quise dejártelo por precaución, de verdad me cuesta creer que tu cuello esté bien, pero bueno, las radiografías no mienten y supongo que tú tampoco, estás oficialmente libre de esto, y perdona por habértelo dejado tanto tiempo, no podría perdonarme si te pasara algo por mi descuido —se justificó con sinceridad.
—No se preocupe, muchas gracias —respondió con una amplia sonrisa.
—Te lo he preguntado ya muchas veces, pero ¿segura de que no has tenido dolores de cabeza?, ¿náuseas?
—No, no he tenido.
—Has tenido demasiada suerte, mejor no andes diciendo esto en todas partes o te harán objeto de investigación médica —recomendó con una carcajada—. Eres una mujer muy fuerte, me alegra que estés bien, pudiste haber muerto en ese suceso —acotó cambiando el tono de su voz.
—¿Qué ocurrió con la investigación del accidente? —preguntó Sarah, sintiéndose afortunada y al mismo tiempo con gran temor.
—El informe de la policía no arrojó nada nuevo, el conductor iba ebrio, y por eso no notó que tu automóvil estaba en medio de la vía, accidentado. Él no cargaba cinturón de seguridad y murió, su compañero resultó con heridas leves, nada que no pudiera resolverse con suturas y un yeso en uno de sus brazos.
—Lo siento mucho —dijo Sarah bajando la cabeza con dificultad, sintió que ya no recordaba cómo era mover su cuello.
Hubo un silencio y el médico pareció indicar que la consulta había finalizado cuando Sarah habló de nuevo.
—¿Es normal que no recuerde con exactitud lo que ocurrió? Una parte de mí siente que todo es solo parte de un muy mal sueño.
—Es mejor que sea así y no recordar con claridad. Ten, ya te he explicado cómo debes tratar tus ojos, las gotas debes usarla durante seis semanas, los medicamentos para el dolor, posición de la cabeza, sobre todo, al dormir —dijo colocándole unos papeles entre sus manos—. Pero aquí están las instrucciones para que a tu amiga no se le escape nada, incluso indicaciones a la hora de ducharte. Debes hacerlo al pie de la letra para recuperar tu visión, si lo haces así estarás bien, cada paciente se recupera a su ritmo, no olvides descansar, no levantes peso, ten mucho cuidado, por favor, pareces una mujer lista, pero igual pídele a tu amiga que te lea las instrucciones un par de veces más —solicitó con gran preocupación.
—Muchas gracias, de verdad, no solo por las instrucciones, sino por todo lo que ha hecho por mí.
—No me agradezcas todavía —habló con voz suave, y Sarah pareció por un momento perder las esperanzas.
Sarah sintió cómo Olivia, quien había estado escuchando todo desde una distancia prudencial, se acercaba para darle un abrazo.
Media hora más tarde, Sarah, ya vestida con ropa casual, se encontraba sentada en la cama mientras el doctor Mario le hacia una última revisión antes de marcharse.
—Te recuperarás, lo sé —aseguró Olivia.
—Estoy segura de que me recuperaré mejor estando en casa, han sido todos muy amables, no me malinterprete, pero necesito salir de aquí —aclaró con voz nerviosa.
—Comprendo, ¿segura de que puedes cuidar bien de ella? —preguntó el médico a Olivia.
—Así es, ha dejado todo muy bien explicado —dijo ella—. Estará bien.
—De acuerdo, ahora sí puedes marcharte a tu hogar, espero que la próxima vez que nos veamos pueda darte buenas noticias —mencionó con optimismo—. Y si llegas a tener alguna molestia, por más mínima que sea, no dudes en llamarme o venir. Nos veremos pronto —agregó.
Sarah afirmó con su cabeza, luego sintió cómo quedaba un vacío.
—¿Se fue? —preguntó al cabo de unos segundos.
—Sí.
Sarah experimentó una extrema felicidad, aunque a la vez tenía miedo de volver. Estaba agradecida por todo lo que Olivia hacía por ella, pero temía que las cosas no resultaran tan fáciles como a veces trataba de imaginarse.
—Venga, señorita, la ayudaré a bajar. —Escuchó Sarah y se estremeció con aquella voz, y al sentir una mano sobre la suya.
—Está bien, han venido por ti, para que no tengas que caminar hasta la salida —aclaró Olivia.
—Me pareció escuchar que llegaba alguien —mintió.
—Él vino cuando entró el doctor.
Ambas rieron.
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Editado: 22.03.2025