Anthony dormía desde hace largas horas, el cansancio acumulado no le permitió despertarse con la salida del sol, y de no ser porque alguien lo pateaba con el pie, hubiera seguido durmiendo más tiempo.
—¡Hey!, despierta —decía una voz ronca—. Vamos, ¡levántate!
Anthony abrió los ojos, parecía confundido, había olvidado dónde se encontraba. Por un momento creyó estar en su antiguo apartamento, estaba cubierto con su manta, al parecer, un alma bondadosa lo había abrigado durante la noche o la madrugada.
—¡Hey!, aquí arriba. ¿Qué haces durmiendo en la entrada de mi negocio?
Anthony levantó la vista y sin poder abrir los ojos todavía por completo, observó a un hombre de piel muy clara que le dirigía la palabra, llevaba un gran gorro para la nieve, pero su abundante cabello blanco sobresalía en algunas partes, estaba muy bien abrigado y cargaba una pequeña bolsa de papel marrón en su mano derecha junto con un vaso desechable y tapado, evitando el derrame del contenido.
—¿Qué haces acostado aquí? —preguntó el hombre.
—Lo siento, debí de haberme quedado dormido —respondió Anthony y se puso de pie tan pronto como su adormilado cuerpo se lo permitió.
Con torpeza debido al sueño, comenzó a recoger sus cosas y encontró dentro del plato, que había robado la noche anterior, un billete de diez dólares, tal vez la misma persona que lo cubrió le dejó el dinero, en su mente agradeció el gesto y se dispuso a doblar su manta para marcharse mientras el hombre lo observaba con gran curiosidad
—Discúlpeme, que tenga buen día —dijo Anthony antes de comenzar a caminar.
No llevaba ni cinco pasos cuando escuchó de nuevo la voz gruesa y ronca del hombre.
—¡Hey! ¿A dónde vas?
Anthony se dio la vuelta, observó que el señor ya había abierto la puerta y se disponía a entrar al local. Miró a su alrededor e hizo un gesto, indicando que no tenía la menor idea.
—¡¿Tienes como desayunar?!
Anthony pensó en el billete de diez dólares, pero no dijo nada.
El hombre de cabello blanco suspiró, vaciló un poco, como dudando de lo que iba a hacer, y le hizo una seña para que entrara con él.
Anthony se apresuró a obedecer antes de que su anfitrión pudiera cambiar de opinión. Observó la fachada y enseguida notó que era una venta de helados.
«Genial, helado en invierno, como si se pudiera tener más frío», pensó mientras se disponía a entrar.
No pudo avanzar más de tres pasos, el señor lo veía con mucha atención, pero más que observar su vestimenta, su extraño bolso, la bolsa negra o su almohada, parecía prestar demasiada atención a sus ojos, como si tratase de ver más allá de ellos, tratando de averiguar si Anthony era una mala persona y él estuviera cometiendo un gravísimo error al prestarle cualquier tipo de ayuda.
Anthony retrocedió un paso, y el hombre avanzó uno. Era una situación más que incómoda. Observó con terror al hombre frente a él, era un hombre mayor, debería de tener un mínimo de setenta años; sin embargo, se le notaba mucho más joven, posiblemente se ejercitaba con frecuencia, parecía ser muy fuerte para la edad. Ojos azules, algunas arrugas y barba bien rasurada, vestía un gran abrigo gris.
—¿Eres un ladrón? —preguntó con voz descontenta después de casi un par de minutos de observación.
—No, señor —respondió enseguida.
—¿Cómo te llamas?
—Anthony.
—¿Eres de por aquí?
—Nueva York.
—¿Qué edad tienes?
—Treinta —respondió sin dudarlo, era lo que siempre decía.
—¿Tienes trabajo? —interrogó con voz firme.
—No, señor.
—Bien —dijo el hombre y pareció disimular una contrariedad—. Puedes trabajar para mí, justo hoy iba a colocar un aviso, uno de los empleados renunció, tuvo una pelea con su mujer y ahora se va a mudar a Alaska. ¡Ja!, Alaska. ¡¿Puedes creerlo!? —preguntó enfadado—. Necesito un empleado urgente.
—No tengo hoja de servicios.
—No me interesa eso, será temporal —dijo con indiferencia y casi interrumpiéndolo—. Estás hambriento y por lo que puedo suponer también te encuentras sin hogar, cualquier persona como tú estaría dispuesta a trabajar para poder comer, así sea limpiando inodoros.
Anthony comenzó a sentir un ligero rayo de esperanza que lo emocionaba y confundía al mismo tiempo, ¿acaso quería trabajar para seguir viviendo una vida como humano, sin Anna y sin Sarah?
»Eres bienvenido si quieres ganar algo de dinero —continuó diciendo el hombre—, pero te advierto que, si descubro que robas algo, por más mínimo que sea, llamaré a la policía enseguida —advirtió en un tono de voz muy firme y acompañado de una mirada amenazadora.
—No le robaré, se lo prometo —aseguró Anthony, tratando de que su alegría no fuera muy evidente.
—Bien —respondió, en apariencia, complacido y adentrándose en su negocio—. Escucha, solo vine a buscar algo, la tienda no abre, sino hasta las nueve. Ten, este es mi desayuno —agregó dejando la pequeña bolsa y el vaso sobre el mostrador—. Pero puedes comerlo tú. Iré a comprar otra cosa. Allí hay un baño, entra, aséate, porque no hueles muy bien que digamos, hay una ducha que puedes usar, te colocas este uniforme —explicó mientras que sacaba uno de unas gavetas que había debajo de la barra—. Puedes dejar tus cosas en este lugar —agregó señalando una esquina—. Quédate aquí, familiarízate con el local, dile a Isaac que te explique lo que debes hacer, siempre es el primero en llegar. Volveré más tarde.
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Editado: 22.03.2025