Anthony tenía más de una semana laborando en Your flavor, no había sido despedido como pensó que ocurriría, al parecer, buscar un reemplazo no sería necesario, hacía bien su trabajo y nadie podía discutirlo, ni siquiera su jefe, que continuaba observándolo de manera extraña, pudo ser capaz de encontrar una falla.
Se había adaptado con rapidez a la encantadora tarea de servir los fríos helados, se sentía muy a gusto con su nueva vida, pensó que odiaría estar en contacto con el frío, pero la temperatura en ese lugar era la más perfecta imaginable para él, solo se abrigaba en cantidad al salir a la intemperie. Isaac había resultado ser un muchacho agradable, inteligente y entusiasta, una excelente compañía para Anthony que hasta hacía unos días solo veía las cosas negativas de la vida. En realidad, todos resultaron ser buenas personas, incluso el hombre encargado de la limpieza era un bello ejemplo de ser humano, había una gran diferencia entre trabajar en «Tu sabor» y en la empresa en donde laboró antes en Nueva York. Era un ambiente por completo diferente, y el horario no estaba mal tampoco. La tienda tenía dos turnos, pues cerraba a las once de la noche, y Mark, el empleado a quien Anthony reemplazaba, ocupaba el primero, tenía un descanso de una hora para almorzar y, además, los domingos libres.
Anthony se sentía afortunado, a pesar de que a veces le incomodaba descubrir al señor Basil vigilándolo como si sospechara que él podría robar dinero de su tienda o tal vez comer helado a escondidas. Aun así, el señor Basil parecía tener buenas intenciones, trataba a todos los empleados y clientes con amabilidad, a todos, menos a él. Al menos una vez al día le recordaba que había cámaras en el lugar, y Anthony, quien continuaba buscándolas sin éxito solo para saber si era cierto, justificaba sus acciones. A pesar de que a veces lo encontraba pesado, creía que era normal después de haber sido contratado en aquellas circunstancias.
Al finalizar el primer día de trabajo, algo asombroso había ocurrido, ese día y el siguiente. El anciano hizo llamar a Anthony a su oficina, y, después de cerrar bien la puerta, se le acercó, le entregó un sobre amarillo. Él lo tomó con curiosidad, no tardó en abrirlo y con fascinación descubrió varios billetes de veinte y cincuenta dólares acompañados de una hojilla de afeitar.
—Un adelanto, con eso podrás comer algo y tal vez encontrar un lugar donde pasar las noches, mientras tanto... —dijo el hombre canoso mirando a su alrededor como buscando algo—, vi que tenías una almohada y unas sábanas, duerme en el suelo, es mejor que duermas dentro de la tienda y no en la calle.
Con los ojos bien abiertos, Anthony vio el sobre con atención, tal vez de verdad le preocupaba que le robara, y para evitarlo le dio el dinero por voluntad propia, era una posibilidad.
Anthony se quedó en la tienda, cuando llegó la medianoche observó cómo su jefe cerraba con doble llave su oficina y salía del local después de entregarle dos llaves, la de la puerta de salida y de la reja de seguridad, advirtiendo que solo era en caso de emergencias y que ni se le ocurriera dejar entrar a alguien. Se marchó, no sin antes volver a advertir, con su voz gruesa, la presencia de las benditas cámaras de seguridad.
El día siguiente, bien temprano por la mañana, Anthony se despertó entusiasmado, se rasuró, se aseó en el baño destinado a los empleados, salió para adquirir el desayuno más económico posible y comprar un periódico.
En la hora del almuerzo estuvo revisando los anuncios de alquiler. Marcó cuatro de ellos con un bolígrafo rojo que pidió prestado, eran los más baratos que encontró, no parecían ser lugares muy agradables y estaban a más de treinta minutos en transporte público, sería una desventaja, aun así, era lo que podía costear si usaba el dinero que le habían adelantado y ahorraba hasta lo más mínimo. Justo cuando se disponía a cerrar el periódico al finalizar la hora de la comida, algo llamó su atención en uno de los avisos que estaban al final de la hoja que todavía no había revisado, era sorprendentemente breve, las letras más grandes que las otras y no daba información alguna de las características del domicilio.
«Se alquila apartamento en centro de la ciudad. Bajo costo, venga bajo propia responsabilidad». No decía nada más aparte de la dirección.
—Este es lugar —dijo el arrendador, un hombre asiático con notable acento, aparentaba tener unos cincuenta años, pero hacía movimientos ágiles—. Problema alquilarlo, no comprender, ¡la sangre no puede ser vista! —explicaba desesperado, agitando sus manos—. Las personas tienen miedo de fantasma, yo creo.
—¿Sangre? —preguntó Anthony sorprendido, sin saber si darle un vistazo al apartamento o quedarse mirando estupefacto al pequeño hombre frente a él.
El arrendador abrió la puerta luego de buscar la llave entre un gran manojo, y que estaba adornado con un gigante dado rojo y blanco. Empujó la puerta sin mucha dificultad, y Anthony quedó cegado por un momento, algo que sin duda tenía el apartamento era ventanas.
—Chica que vivía aquí, suicidó ella misma —explicó el hombre señalándose a su pecho con ambas manos después de dejar las llaves sobre la barra de la cocina—. Cortó las venas —añadió pretendiendo tener una especie de cuchillo en sus manos e imitando los movimientos suicidas—, sangre todos lados —explicó señalando sus propias muñecas y recreando la trágica escena a su manera y recorriendo el lugar con extraños giros.
Anthony trataba de inspeccionar el lugar, pero era algo difícil concentrarse.
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Editado: 22.03.2025