El invierno del ángel (disponible en físico)

⭐ Capítulo 18: insospechada autorización.

Sarah mejoraba cada día desde su catastrófico accidente, se sentía afortunada por pasar la recuperación sin mayores molestias que la incapacidad que sufría. Sin embargo, a pesar de la buena mala suerte, su corazón continuaba destruido por aquello ocurrido en Año Nuevo con el que había considerado ser el amor definitivo de su vida.

—¿Estás despierta? —Escuchó que le preguntó Olivia en voz baja.

—Sí —respondió con tristeza, estaba recostada en su cama con las piernas y brazos rectos y sin abrigarse.

—Buenos días, ¿cómo te encuentras?

—Bien. —Suspiró.

—No parece —observó, y Sarah sintió que se sentó al otro lado de la cama.

—¿Qué ocurre? —preguntó inquieta.

—El mismo lamento de todos estos días, mi vida se puso de cabeza, nunca pensé que esto me ocurriera.

—Bueno, eso es lo malo del futuro, que es impredecible.

—No siempre, si ves que el cielo está oscuro es porque va a llover, ¿no?

—Pues sí —respondió Olivia pensativa.

—Bien, yo vi al cielo mil veces y no vi nada.

—No estás hablando del accidente, ¿cierto?

—No.

—Sarah, sé que lo que ocurrió fue..., no tengo palabras para eso, pero no puedes sacar conclusiones tu sola, debes hablar con Tom, solo te estás lastimando; puede que la realidad sea menos dolorosa de lo que imaginas.

Sarah se quedó en silencio, una parte de ella, una minúscula y casi invisible parte, pensaba en que tal vez, tal vez existía la posibilidad de que Olivia estuviera en lo correcto, pero de manera inconsciente se negaba a ello, el dolor en su pecho y la enorme tristeza no la dejaban pensar como era debido.

—¿Sarah?

—Voy a bañarme —respondió en un tono cortante—. Por cierto —añadió mientras que se ponía de pie y caminaba en dirección al baño que estaba a su izquierda—, hay que comprar más papel higiénico.

—¿Otra vez? —preguntó Olivia asombrada.

—No puedo ver nada, ¡no es fácil! ¡¿Ok?! Tenía mi periodo —se quejó, ahogando sus emociones para no llorar y cerró la puerta del baño al entrar.

Sarah encendió la luz por costumbre y después de resoplar la apagó, todavía lo hacía de vez en cuando. Hizo un esfuerzo en relajarse y despejar su mente. Se dirigió hasta la bañera con cuidado de no tropezar con nada, buscó sin mucha dificultad las manillas en la pared y graduó el agua caliente para dejar llenándola. Luego ubicó con su pie el inodoro que estaba justo al lado, se bajó los pantalones, se sentó y lamentó de nuevo la situación por la que estaba pasando.

Después de un largo baño, Sarah salió envuelta en su toalla, se dirigió hasta los cajones de madera en dónde guardaba su ropa y contando las manillas de arriba hasta abajo, logró encontrar un atuendo con el que se sintiera cómoda. Contó de nuevo las manillas para buscar ropa interior y, luego de colocársela, tomó el pantalón y buscó la etiqueta, lo colocó en la dirección correcta, se agachó para meter un pie por el agujero, tiró hacia arriba un poco y metió el otro pie. Buscó la cinturilla de la prenda y se lo subió hasta la cadera. Localizó con sus manos el suéter, y de igual modo buscó la etiqueta, metió la cabeza, la sacó por el agujero sin problemas y estiró los brazos para pasarlos por ellos. Ya se consideraba una experta vistiéndose, aunque tardaba mucho tiempo, y a veces debía recostarse de la cama o de la pared, sobre todo, los primeros días, no ver nada le daba la sensación de que perdía el equilibrio, y era frecuente sentir que se iba de lado, más que nada, al ponerse las prendas que iban en la parte inferior del cuerpo.

Una vez lista, se dirigió hasta la cocina. Percibió un agradable aroma, y el hambre que sentía se hizo más fuerte, en eso escuchó un sonido y supo que Olivia se encontraba cerca.

—¡Lo siento! —dijo en voz alta.

—Estoy aquí —Escuchó.

—Perdón, no debí de haber gritado —lamentó mientras que hacía movimientos con sus brazos, tratando de encontrar el respaldar de una de las sillas que estaban en la barra de la cocina.

—No tienes que disculparte —respondió Olivia con compasión, después de unos segundos.

—¿De qué color me vestí hoy? —preguntó en un tono curioso.

—Pues, tienes puesta la sudadera de corazones rojos, ya sabes, esos que tienen ojos, boca, pies y manos. Creo que no me has dicho de dónde la sacaste.

—Un intercambio de obsequios en el trabajo —contestó con pesadez.

—¡Ah!, eso lo explica todo, quien te dio eso claramente quería hacerte una broma.

—No lo creo, me la dio Frank, tiene como noventa años el hombre, no tengo idea de porqué sigue en el museo.

—A lo mejor, de verdad ama su trabajo.

—Quién sabe, cuando vuelva le preguntaré —dijo pensativa—. ¿Qué pantalón me puse?

—El de color verde manzana —respondió Olivia con rapidez.

—Uf —resopló Sarah.

—No te preocupes, se podría decir que todavía estamos en Navidad —acotó enseguida—. Esto no pasaría si me hubieras dejado escoger tu ropa —observó.




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