El domingo, Anthony disfrutó de un agradable despertar, a pesar de haberse quedado en el sofá, tuvo un buen descanso, durmió acompañado de esa agradable sensación que sentía cuando estaba cerca de Sarah y sintió que fue la mejor noche que había pasado durmiendo en su corta vida. La mañana transcurrió tranquila, ambos disfrutaron de una película, ella escuchaba con atención y él se esforzaba en darle una mejor descripción de las imágenes. Por la tarde se quedó con ella y Olivia, que narró con lujo y detalles lo bien que la había pasado la noche anterior, los dos reían junto con Olivia al escuchar las alborotadas historias de las peculiares amigas de la estilista mientras que tomaban chocolate caliente.
Había sido un fin de semana diferente para todos, y Anthony se fue el lunes al trabajo de muy buen humor, tanto así, que llegó la hora del almuerzo y ni cuenta se dio. Se sentó a comer, como de costumbre, acompañado de Isaac, y le contó lo ocurrido la noche del sábado.
—Con que amigos, ¿ah? —preguntó Isaac justo después de dar el último bocado a su pasta a la boloñesa.
—Eso dijo ella —respondió Anthony, quien por haber estado narrando no había siquiera consumido la mitad de su almuerzo.
—Me parece bien a mí —analizó en voz alta—. Con algunas mujeres resulta mejor ser su amigo, primero. Sarah suena como una persona muy tranquila, yo creo que vas por el camino correcto, es decir, tuvo un accidente, no puedes cortejarla y llevártela a la cama...
Anthony tosió al ahogarse con su sándwich.
»Ella ni siquiera sabe cómo te ves —continuó Isaac como si nada—. Ya te aceptó, puedes relajarte un poco.
Después del descanso continuaron trabajando. En poco tiempo, Anthony había aprendido todo lo necesario para ser un excelente empleado, era imposible encontrar algún mínimo inconveniente con su desempeño. Él era consciente de que lo hacía bien, por eso, cuando recibió un llamado esa tarde, su confianza se vio alterada.
—¡Hey, Tony! —exclamó Isaac—. El señor Basil necesita hablar contigo en su oficina.
—Enseguida voy —respondió sobresaltado mientras terminaba de servir un helado de naranja a un cliente.
Temeroso de no atender la orden al momento, Anthony dejó a cargo a una compañera para que terminase de servir el pedido. Se dirigió hasta la oficina de su jefe y tocó la puerta antes de entrar.
—¡Entra! —Escuchó.
—¿Me llamaba? —preguntó con voz agitada.
—¿Tienes algo que hacer esta noche?
—No, señor —respondió sin siquiera pensarlo.
—Entra a mi oficina cuando ya la tienda esté por cerrar, necesito hablar contigo —ordenó y Anthony podría jurar que su jefe se encontraba de muy mal humor.
—De acuerdo —coincidió, y un nerviosismo lo invadió.
«Estoy despedido», se dijo al cerrar la puerta.
Anthony salió cabizbajo, su expresión era tal, que Isaac se le acercó de inmediato.
—¿Qué pasó? —inquirió, sostenía en su mano un helado a medio servir.
—Dijo que fuera a su oficina cuando la tienda estuviera por cerrar, debe hablar conmigo.
—Pero...
—Disculpe... —Se escuchó una voz muy débil, casi como un susurro.
—Un momento —dijo Isaac dirigiendo la mirada a la clienta que intentaba reclamar su helado—. ¿Te vas a quedar hasta la hora de cierre? —continuó, esta vez fijando sus ojos negros en los de Anthony—, ¿o puedes irte y después volver?
—No lo sé —respondió aún afectado—. Me quedaré, supongo.
—¡Tonterías!, ¡pregúntale!
—No puedo hacer eso, el hombre me detesta.
—¡Bah!, Basil no detesta a nadie, pregúntale —insistió.
—¡¿No has visto cómo me mira?! —exclamó Anthony con un susurro de asombro.
—Sí..., pero... ¡Ah! No lo sé, a lo mejor le recuerdas a alguien.
—¿Cómo dices? —preguntó confundido.
—Sí, sí, suele pasar. Verás, un amigo...
—¡Oye! ¡¿Qué no piensas trabajar hoy?! —Se escuchó una voz como un trueno, que los interrumpió.
Ambos trabajadores dirigieron la mirada hacía el sonido, un hombre muy alto, robusto y con un enorme bigote, tenía el puño sobre la barra y reclamaba en nombre de la mujer que se encontraba de primera en la fila, una señora muy delgada, pálida y con grandes anteojos que de cierto modo la hacían parecer más aterrada de lo que parecía ser normal para ella. Isaac se dio cuenta de que había perdido la noción del tiempo y regresó a la barra con el helado.
—Discúlpeme —dijo Isaac con el mayor respeto posible y mostrándose muy serio—. ¿Fresa?
—Sí —musitó la clienta.
Transcurrieron las horas y Anthony terminó por quedarse. Sentado en una de las sillas, pegado a la vitrina, se dedicaba a observar a las personas que caminaban en la calle. Había comenzado a nevar, el tiempo parecía transcurrir muy lento, así que decidió colaborar un poco con sus otros compañeros de trabajo, atender a los clientes y limpiar las mesas ayudó a que la espera fuera menos tormentosa.
Era casi medianoche, el estómago le rugía, hace tiempo que no pasaba hambre y fue un desagradable recuerdo, pero por fin, todos se habían marchado y ahora podía acabar, al menos, con el misterio de la repentina reunión.
#5982 en Novela romántica
#1768 en Fantasía
#942 en Personajes sobrenaturales
angeles caidos, amor desilusion encuentros inesperados, romance drama
Editado: 22.03.2025