El invierno del ángel (disponible en físico)

⭐Capítulo 23: recuerdos de una vida pasada.

Anthony jamás había pensado que en su estado humano pudiera encontrarse con algún otro ángel, de cierto modo estar vivo se había sentido como una experiencia bastante solitaria, era reconfortante saber que había alguien más allí que podía entenderlo de muchas maneras.

Después de conversar aquella noche con su jefe, estuvo repitiendo fragmentos de la reciente conversación, de manera inconsciente, en sueños. Basil tenía razón, ninguno de esos seres anda por allí buscando la manera de sobrevivir en la tierra al mismo tiempo que revela su condición anterior, sería una catástrofe, no todos los humanos están preparados para recibir una noticia como esa. En sus sueños, Anthony luchaba por tener un orden en las imágenes que veía, por momentos, estaba en la heladería conversando sorprendido, con Basil, y de pronto se encontraba corriendo sobre arena blanca, en un ambiente de caos, luchando por llegar hasta unas montañas; veía pies descalzos, túnicas blancas y gritos que no lograba distinguir, para luego percibir sus alas ardiendo en un fuego que no se extinguía.

La mañana siguiente, Anthony despertó tan ajetreado, como si hubiese estado corriendo en un maratón y le hubieran ordenado de manera inesperada que se detuviera. Las imágenes de su sueño habían sido tan reales que, durante unos pocos segundos, tuvo dificultades para reconocer dónde se encontraba. Recordó la conversación con su jefe, y juró que todo había sido parte del sueño. Varios minutos tuvieron que transcurrir para que Anthony aceptara que su estado de ángel sí había sido descubierto por un hombre anciano de cabello blanco llamado Basil, y que era dueño de la tienda de helados en dónde trabajaba.

Se alistó para ir a trabajar, pero le tomó más tiempo del acostumbrado y tuvo dificultades para desayunar cuando recordó que su jefe le dijo que fuera en el horario de la tarde. Abatido, se dejó caer en su colchón y no tardó en conseguir, de nuevo, conciliar con sueños inquietos en dónde una voz femenina no hacía más que reclamar palabras que no podía entender, intentaba correr hacia la voz pero no veía de dónde provenía. Una multitud de ángeles cuyas vestimentas se notaban algo sucias y desgastadas lo invadían con preguntas, mas no alcanzaba a escuchar ninguna en particular.

Se despertó de nuevo con cierto malestar, se puso de pie para lavarse el rostro con abundante agua fría y luego se asomó a la ventana como si tuviera miedo a enfrentar el mundo. Con la frente pegada al cristal, comenzó a observar con detenimiento hasta donde le alcanzaba la vista. Una presión se adueñaba de su pecho, al tiempo que recordaba las imágenes de su sueño.

—Eso ya es pasado, deja de recordarlo —se dijo a sí mismo.

Despegó su frente de la ventana, por un momento creyó que nunca había experimentado tantas emociones juntas.

Salió del apartamento listo para trabajar y, al pisar la nieve con sus zapatos, tuvo una extraña sensación de estar vivo, le parecía estar respirando por primera vez. Hacía frío, pero le dio la impresión de que era menor al acostumbrado, y se dio cuenta de que, en definitiva, aquella conversación le había afectado demasiado.

—Tony, Tony, ¡hey, Anthony!

—¿Ah?

Se encontraba en la barra limpiando con un pañito un poco de helado que se había derramado, y la voz de Isaac se escuchaba tan lejana que parecía no ser real. No se había dado cuenta, pero el producto derretido ya no estaba y él seguía frotando como si fuera una mancha de grasa fuertemente adherida.

—Hombre, ¿estás bien? —preguntó Isaac acercándose.

—¿Yo? Sí, sí estoy bien —aseguró en un tono de voz que ni él mismo se creía.

—Anda, vamos, creo que no has llegado a trabajar aún hombre, tu mente está en otro lugar —insistió.

—¿Tú crees?

—Anthony, ¡vamos!, ¡te equivocaste al servir tres helados!, ¡el último cliente dijo con claridad que quería chispas de chocolate y tú te empeñaste en colocarle almendras! —explicó en un tono de voz que parecía gritar, aunque sin alzar la voz para que los clientes no lo notaran.

—¿Almendras? —respondió casi en un susurro.

—¿Qué demonios te ocurre? —preguntó con extrema seriedad.

—Nada, solo estoy pensando.

—¿Y puedo saber de qué se trata? —insistió.

—No tiene importancia.

—No digas que no tiene importancia, puedo entender si no quieres contármelo, pero no digas que no importa, eso es una mentira, hombre, y no me gustan las mentiras —advirtió alzando las cejas y abriendo los ojos hasta su máxima capacidad.

—Lo que quiero decir es que, ya no tiene importancia, es inútil. ¿Que no tienes que irte ya? —preguntó Anthony casi interrumpiéndose a sí mismo, y buscando con su mirada el reloj de pared.

—Sí, voy de salida, ¿no ves mi mochila? —preguntó al señalar su espalda— ¿Qué te ocurre?

Anthony dejó el área de trabajo y condujo a Isaac a la parte trasera, se sentó en las escaleras de la parte de atrás que conducían al piso de arriba y que era utilizado como almacén.

—Hombre, ¿qué fue lo que te dijo Basil anoche? —lo cuestionó Isaac.

Se hizo un silencio ensordecedor, Anthony no había pensado en qué podía decirle, ni siquiera se le había ocurrido la posibilidad de que él le hiciera preguntas al respecto.




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