El invierno del ángel (disponible en físico)

⭐ Capítulo 26: un inesperado diagnóstico.

Un mes había transcurrido desde que Sarah salió del hospital, y todo su cuerpo estaba invadido de emociones, alegría y, a la vez, extrema preocupación. Era el momento de su primer chequeo médico.

—¿Segura de que no estás conduciendo muy deprisa? —preguntó Sarah por cuarta vez.

—Te juro que voy a buena velocidad —insistió.

—No sé si es porque no veo por dónde vamos, o tal vez los nervios de estar de nuevo en un auto, lo mismo me pasó cuando me dieron de alta, pero no dije nada. Esta vez es peor, tengo un mal presentimiento —murmuró Sarah mientras se apretaba las manos húmedas con un sudor frío.

Media hora más tarde, Sarah continuaba apretándose las manos, le habían empezado a doler.

—Tranquila, estás bien, tú misma me lo has dicho varias veces, no tienes dolor, ni molestias, sin dolor no hay enfermedad —explicó Olivia mientras hojeaba lo que Sarah suponía que era una revista, se encontraban ya esperando ver al doctor—. Bueno, al menos en la mayoría de los casos —añadió pensativa—. Creo que por aquí menciona algo sobre las enfermedades silenciosas...

—¡Olivia! —interrumpió Sarah con desánimo.

—Perdón, perdón, tranquila, estarás bien. Estás bien —aclaró y pronunció estas últimas dos palabras con firmeza, al tiempo que tomaba una de las manos de Sarah.

—Dios, estás helada, ten —dijo, y casi enseguida puso en las manos de su amiga el par de guantes que se había quitado al entrar al hospital—. Póntelos de nuevo.

—Gracias, Olivia, yo...

—¿Sarah Anderson? —preguntó una mujer.

—¡¿Sí?!

Sarah dio un brinco en el asiento y miró hacia todas las direcciones.

—Puedes entrar —indicó la voz.

—Gracias —murmuró aliviada.

Con la ayuda de Olivia, Sarah entró en el consultorio que se encontraba a unos pocos pasos de distancia, pero casi al momento se escuchó un teléfono sonar con la melodía de I will survive, era el de Olivia.

—Debo entender esto, es mi abogado —explicó en un tono penoso—. ¿Puedes...?

—Estoy bien, anda, anda —insistió Sarah tratando de sonar despreocupada.

Al instante que escuchó cómo su amiga salía apresurada y cerraba la puerta.

El terror que Sarah había olvidado por casi un par de minutos pareció tomar impulso, pues regresó con más fuerza que antes e hizo que apretara sus manos con mayor consternación. Le pareció que todo se volvió más oscuro, ajustó su antifaz y alzó sus brazos para tratar de guiarse. En eso sintió que una mano tomó la suya.

—Es por aquí, Sarah. —Escuchó. Enseguida reconoció la voz, era el doctor Mario, el mismo que la había operado y quien esperaba que diagnosticara su estado aquella mañana.

—Hola, muchas gracias.

—¿Por qué cargas eso? Puedes usar lentes de sol —dijo el doctor Mario.

—Lo sé, pero me aterra no ver bien.

—Ven, vamos a revisarte.

Sarah se dejó guiar por el médico hasta una silla de cómodo espaldar, apretó sus manos con más fuerza, ya al punto en que para ella era casi imposible soportarlo, y contuvo la respiración.

***

Diecisiete minutos más tarde, Sarah se encontraba todavía en el consultorio del médico, era una habitación interesante con una inusual característica, una gran variedad de plantas decoraba el lugar, pero las que más resaltaban eran unas muy bellas de un verde oscuro que se hallaban en la ventana, dos más de minúsculo tamaño sobre el escritorio y una casi gigante y repleta de flores hermosas que colgaba del techo, justo en una esquina. Entre tanta vegetación, era curioso que el olor que se percibía era de algún tipo de desinfectante, lo cual hacía suponer que las plantas no eran reales, sino de plástico.

En cuanto a Sarah, sentada frente al doctor Mario en una silla de color negro, observaba con detenimiento una diminuta mancha roja que tenía en la bata blanca y se preguntaba si acaso aquello era sangre.

—No puedo creerlo —dijo el médico mientras que, sentado frente a ella en otra silla de igual color, revisaba sus ojos con una pequeña linterna.

Sarah acababa de terminar de leer en voz alta y sin titubeos, las letras de un afiche que se encontraba en una pared del cuarto, a una distancia considerable. Al principio, le costó mantener los ojos abiertos, por la luz, tardó unos minutos, pero ya se había acostumbrado por completo.

—Por favor, no me diga que es algo malo —exclamó ella desviando la mirada y fijando sus ojos en los del médico—. No puede ser algo malo.

—¡¿Qué cosas dices?! ¿Acaso el accidente afectó tu capacidad de análisis? —preguntó entre asombrado y divertido—. Para nada son malas noticias, creo que tú misma puedes diagnosticar tu condición.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Estás curada... —aseguró con una sonrisa de asombro que no se borraba de su rostro.

—¿Cómo que curada? —interrumpió Sarah en un tono un tanto paranoico—. Apenas han pasado cinco semanas.

—Puedes ver, ¿no?

—Perfectamente.




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