El invierno del ángel (disponible en físico)

Tercera parte / Capítulo 27: la petición de Sarah.

Olivia estaba sentada en una de las sillas del pasillo, fuera del consultorio. Se hallaba muy enfocada, con el teléfono pegado a la oreja, hablaba con una de sus empleadas. De pronto, reparó en una mujer con la misma ropa de Sarah, mismo cabello y zapatos, pero tenía los ojos abiertos, a pesar de eso parecía un poco perdida, como si no pudiera orientarse por su cuenta.

Fue cosa de pocos segundos lo que tardó en darse cuenta de que aquella mujer que sostenía algo entre sus manos era Sarah, su amiga.

—¡Sarah! ¡Dios mío! ¡Sarah! —exclamó Olivia mientras que hacía un esfuerzo en levantarse sin dejar caer su bolso al suelo, del cual había sacado una botella de agua y una libreta de gran tamaño—. ¡¿Estás bien?! ¡¿Puedes verme?! —preguntó haciendo gestos con sus manos frente a ella, y al ver que Sarah no enfocaba nada, sumado al gesto de preocupación que profesaba, se alarmó—. ¡No puede ser!, tenías muy buen pronóstico —se lamentó, casi comenzando a llorar.

—¿Qué? No, no, estoy bien —respondió Sarah volviendo en sí y mirándola directo a los ojos.

—¿Puedes ver? —murmuró Olivia con absoluta admiración.

—Sí, todo está bien, mi visión es perfecta —explicó Sarah con una débil sonrisa.

Olivia no pudo expresar su felicidad con palabras, abrazó a su amiga con fuerza y comenzó a llorar por la conmoción.

—¡Me asustaste! —expresó colgando la llamada sin despedirse ni notificar nada—. ¿Qué te dijo el doctor?, no esperaba que fuera tan pronto.

—Estoy bien, solo debo seguir con el tratamiento, ¡ah!, y debo usar gafas oscuras por un tiempo.

—¡Lo hubieras dicho antes! —exclamó alarmada, y se devolvió veloz hasta la silla, dónde estuvo sentada, para tomar su bolso y sacar de él un estuche de color verde que al abrirlo descubrió unas gafas oscuras.

Olivia iba a devolverse para entregárselas, pero ya Sarah se encontraba junto a ella.

—Puedes caminar sin ayuda, es increíble, siento que han pasado muchos meses. Estoy tan feliz por ti. ¿Cómo te sientes?, no pareces muy alegre.

—Olivia, ¿puedes llevarme a ver a Anthony?

—Debe estar trabajando a esta hora, puedo llamarlo y pedirle que vaya al apartamento al salir, no le diré nada de tu recuperación, se sorprenderá mucho —sugirió con alegría.

—No, quiero verlo ahora —insistió.

—¿Quieres ir a la heladería ahora? —preguntó con extrañeza.

—Sí. ¿Sabes dónde está?

—Sí...

Olivia no pudo terminar su frase, Sarah comenzó a avanzar a pasos apresurados, se notaba preocupada y menos alegre de lo que hubiera imaginado.

—¡Sarah! —exclamó Olivia.

Sarah se dio la vuelta e hizo un gesto como para preguntar qué ocurría.

»La salida es por este lado —respondió, señalando la dirección opuesta con su brazo izquierdo extendido.

Esperó a que Sarah estuviera cerca de ella para iniciar la marcha, pero tuvo que apresurar el paso, pues su amiga parecía tener mucha prisa, así que corrió para alcanzarla y entregarle los anteojos negros.

El camino desde el ascensor hasta llegar al auto transcurrió en completo silencio, Olivia no podía dejar de preguntarse qué le ocurría a su amiga; sin embargo, no quería presionarla, tal vez se encontraba demasiado impactada, ya tendría tiempo para hablar con ella.

Sarah estaba conmocionada y asustada, pero no tenía las mínimas intenciones de desvelarle a su amiga las cosas que pasaban por su cabeza durante el camino a la heladería, sabía que reaccionaría de manera alarmante.

Había tratado de imaginar muchas veces la apariencia de Anthony, y, basándose en su voz, siempre pensó que él era una persona con una apariencia que denotaba amabilidad. De un momento a otro, esa posibilidad había cambiado, ahora luchaba en su mente para no visualizar a Anthony como un hombre de aspecto malvado o con gestos inusuales, esos que advierten que una persona no está bien de la cabeza. La única esperanza que Sarah tenía era la confianza en su mejor amiga, no había forma de que ella hubiera aprobado que un completo extraño se adentrase en sus vidas de ese modo, si no era alguien de fiar.

—Llegamos. —Escuchó que le dijo Olivia.

Sarah estaba tan concentrada en sus reflexiones que perdió la noción el tiempo. Miró por la ventana del auto y pudo ver la heladería. Desde afuera se podía observar el interior, el aviso con el nombre de la tienda era enorme, muy llamativo, afuera había dos papeleras de color negro y de gran tamaño.

En ese momento, el teléfono de Olivia volvió a sonar y atendió alarmada, Sarah no se quejó, era perfecto, no quería que Olivia estuviera presente, ya estaba comenzando a pensar en cómo explicarle que no quería que la acompañara.

Decidida a no esperar por más tiempo, Sarah se bajó del auto con determinación y ni siquiera se distrajo a contemplar los árboles que se encontraban en la acera, sin hojas, todos llenos de nieve, y que tanto le gustaba observar.




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