El invierno del ángel (disponible en físico)

⭐ Capítulo 30: sin arrepentimientos.

Anthony había imaginado que la primera vez que miraría los ojos de Sarah estarían llenos de dulzura, no de enojo y confusión. Entre todas las cosas que ocurrieron aquella noche, después del accidente, no se le había pasado por la mente que compartiría tiempo con Sarah hasta que ella recuperara la visión por completo, tampoco en la posibilidad de quedarse a dormir en su apartamento, y mucho menos que, tiempo después, el doctor Mario le mandaría saludos. En realidad, ahora que lo pensaba, resultaba ser un verdadero milagro que el médico no lo hubiera mencionado delante de ella aquella semana en el hospital.

Esa noche, después de verse cara a cara con Sarah en la heladería, se encontraba sentado en una silla que había comprado hace poco, solo la usaba para comer todas las noches, y por las mañanas antes de salir a trabajar, la había colocado junto a una de las ventanas, muy cerca de la cocina. Solía observar el paisaje mientras se alimentaba, esta vez, no podía despegar la mirada del plato, servía una porción de sopa en la cuchara y la vertía de nuevo sobre este antes de intentar siquiera llevársela a la boca.

Unos veinte minutos después, finalmente decidido a comer, se metió una cuchara a rebosar y tuvo que hacer un esfuerzo en no escupir, se tragó aquello con gran desagrado a la vez que hacía un gesto de asco. Se levantó hasta la cocina para calentar su cena, no tenía microondas, así que sacó la pequeña olla que ya había guardado, vertió el contenido del plato y mientras esperaba a que el fuego cumpliera su trabajo, se dedicó a dar unos mordiscos a un pedazo de pan que sacó de una bolsa de plástico.

Haber visto a Sarah curada por completo, había sido muy gratificante, aun cuando eso podía significar el fin de sus encuentros, no solo porque en ese momento ella sabía que él había fingido ser su pareja, y que lo más probable era que la confianza, que hubo logrado construir, se había derrumbado como una pirámide de naipes en un ventarrón. Sarah podía ver, ya no estaba incapacitada, volvería a su vida de antes, sus otros amigos, su trabajo, y cabía la posibilidad de que arreglara la relación con aquel hombre con quien había compartido varios años. ¿Tendría él un lugar en su vida, ahora que todo volvería a la normalidad? Estaba casi seguro de que la respuesta sería afirmativa si no se hubiera descubierto aquel secreto.

Dos horas más tarde, luego de estar con la mirada fija en un viejo televisor que logró adquirir a un precio elevado para su calidad, puesto que no mostraba bien las imágenes debido a una grieta en la pantalla, se quedó dormido con la sensación de que Sarah estaba a su lado.

La mañana siguiente fue una pesadilla en el trabajo, nada le aterraba más que alejarse de Sarah, ya que continuaba considerando que ella fue quien le salvó la vida, y de que, durante un tiempo, había significado su único motivo para seguir adelante ¿Perderla significaría que junto con ella se iría también la voluntad de vivir? ¿Acaso su trabajo, su nuevo hogar, Isaac, Basil y sus otros compañeros lograrían mantenerlo con las ganas de continuar? No podía contar con Olivia, ella de seguro, en defensa de su amiga, sería la primera en alejarse, ya le había demostrado el grado de desconfianza que le profesaba cuando lo conoció en el hospital. Sentía que él mismo había marcado su fin. Estaba tan enfrascado en sus pensamientos y se aferraba tanto a Sarah, en su mente, que continuaba sintiendo que ella estaba allí cerca de él, aquel sentimiento no lo abandonó desde la mañana anterior, y pensó que tal vez estaría perdiendo la capacidad de mantenerse cuerdo, necesitaba tanto a Sarah, que su mente creaba la sensación de que ella no lo dejaría.

—No puede ser que vaya a volverme loco —murmuró.

—¿Loco?, ¿quién está loco?

Anthony escuchó una voz a sus espaldas, era Elena, la compañera de trabajo que no hacía mucho había rescatado a un cachorro luego de ser atropellado.

—Lo siento, hablaba conmigo mismo.

—Obviamente, pero ¿quién está loco?

Anthony rio apenado.

—¿No me puedes contar? —preguntó ella. Elena siempre parecía distraída, y, sin embargo, allí estaba.

—Me refería a mí mismo —respondió con la sensación de que ella no se movería de allí hasta que le dijera lo que ocurría—. Tengo miedo de perder a una persona —añadió.

—Bueno, no somos eternos, en algún momento partiremos.

—¿De qué hablas?

—Lucky.

—Es el cachorro que salvaste, ¿cierto?

—Sí —contestó ella, asintiendo con la cabeza demasiadas veces—. Creo que escogí el nombre equivocado, de verdad pensé que se salvaría.

—¿Murió? —preguntó impresionado.

—Sí, una lástima, era un cachorro con un alma muy hermosa, no puedo decir lo mismo de su apariencia —dijo con mucha seriedad—. Pero era muy cariñoso.

—Lo siento, de verdad —Anthony lamentó.

—No pasa nada, todos en algún momento vamos a partir, no tengas miedo de perder a esa persona, aprovecha el poco momento que te queda junto a ella —aconsejó con aparente sabiduría.

—Elena...

—¿Sí? —respondió ella, dándose la vuelta para mirar a Anthony, ya había comenzado a marcharse.

—Nadie va morir —explicó.

—¡Oh! ¿De verdad? —cuestionó con excesivo asombro.




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