El domingo bien temprano, Anthony recibió una invitación por parte de Basil. Ninguno de los dos iría a trabajar ese día, se reunirían a charlar sobre un tema que Anthony ignoraba.
Con la dirección escrita en una hoja, Anthony se dirigió hasta un edificio no muy lejos de la heladería. Al llamar por el intercomunicador, Basil le contestó casi de inmediato y le permitió subir.
Era un edificio muy elegante que prometía hermosas vistas panorámicas a todos sus inquilinos, desconocía su antigüedad, pero parecía ser muy nuevo. El ascensor era amplio y con muchas luces. Marcó el último piso, no le extrañaba que hubiera decidido vivir tan alto, el mismo sentía a veces que extrañaba observar todo desde muy arriba.
Una vez que el ascensor llegó a su destino, se dirigió hasta la puerta que indicaba el número escrito en la hoja, y tocó el timbre.
Basil tardó tanto en abrir la puerta, que Anthony estuvo tentado a tocar de nuevo.
—¡Vaya! ¿Llegaste sin problemas?
—Sí, todo bien.
—Adelante, entra, entra, siéntate por acá —pidió Basil con amabilidad—. Ya vuelvo, déjame ir a buscar algo, estaba tratando de encontrarlos cuando llegaste, pero se deben haber escabullido.
Anthony obedeció la invitación, se acomodó en un sofá de mediano tamaño y de color gris, era suave al tacto, aun así, firme al acomodarse en él. Se quitó el gorro y la bufanda mientras que observaba a su alrededor, en lugar de paredes de concreto parecían ser de cristal muy resistente, la vista era increíble, todo el edificio lo era. El lugar se encontraba casi vacío, el suelo era de madera oscura y estaba repleto de cajas de mudanza con sus etiquetas correspondientes, a lo lejos parecía que una gran parte de ella decía: «Libros de Eva». Y antes de que tuviera tiempo de preguntarse si Basil acababa de mudarse o se mudaría pronto, él regresó cargando tres libros que, al acercarse más, Anthony se dio cuenta de que se trataban de álbumes fotográficos.
—He estado desesperado por mostrarte esto, pero antes de invitarte debía de poner un poco de orden al apartamento, ya sé que no parece estarlo —se explicó en un modo divertido—. Aun así, verás, hace apenas dos meses me mudé a este lugar y no he tenido muchos ánimos de desempacar, más que todo porque la mayoría de lo que vez aquí me recuerda a mi esposa, y se supone que esa es la razón por la cual me mudé a este moderno lugar —señaló con fingida alegría—. Teníamos una casa en las afueras de la ciudad, pero no soportaba ya estar allí, además, queda muy lejos de la heladería, y desde que ella murió yo siento que vivo en mi negocio, es raro verme salir de mi oficina.
Anthony no había pronunciado palabra alguna, dejó que Basil hablara sin interrupciones, suponía que debía sentirse muy solo.
»Mira, Anthony, observa aquí con atención —pidió Basil, de pronto, como si se hubiera dado cuenta de que se estaba desviando mucho de su propósito—. Esta es la primera foto que me tomaron —explicó mientras que la señalaba.
Anthony observó una fotografía en blanco y negro, un joven de piel blanca iba vestido con un pantalón muy ancho, camisa de color claro y manchada, acompañada de un sombrero viejo, tenía una pose inusual, los brazos abiertos, extendidos y levantados al cielo, tenía una expresión de asombro que resultaba muy divertida.
»Fue en el trabajo —comenzó a explicar Basil—. Estaban construyendo un edificio nuevo —añadió, y Anthony comprobó que así era, al fondo de la fotografía podía verse a unos hombres trabajando—. Se nota mi cara de felicidad, ¿verdad que sí?
Anthony asintió divertido.
»Hice un poco de todo, vendí flores, cigarros, repartí correspondencia y hasta limpié botas —decía alegre—. Cada experiencia afirmaba mi decisión de haberme convertido en humano, no había experimentado cosa parecida. Al principio, fue bastante difícil, pero encontré la manera de salir adelante, por suerte no pasó demasiado tiempo para que pudiera hacer amigos, esta foto fue en mi primer empleo, ya tenía unas semanas durmiendo en las calles. Ha pasado mucho tiempo —expuso con melancolía.
Anthony sonrió feliz de que Basil hubiera tenido, a pesar de lo malo, una vida llena de dicha y felicidad, aunque de pronto, al mirarlo con más detalle prestó atención a las arrugas de su rostro, a su cabello casi blanco, y tuvo temor.
—¿Qué se siente? —preguntó Anthony—. Envejecer —aclaró.
Era muy extraño, hace poco más de un mes había estado a punto de acabar con todo, tirándose desde un puente hacia un lago congelado y ahora que había experimentado la vida de una manera tan diferente, sentía que de pronto le temía a la muerte.
—Creo que con el tiempo te acostumbras, yo sabía que hacer esto significaba que debía de morir algún día, en tu caso, pues..., creo que poco a poco, a medida que transcurren los años, el cuerpo llega a cansarse —trató de explicar—. Oye, yo no sé si se llega a una edad en donde uno espere morir, yo estoy bastante viejo aunque no lo parezca, me veía así como tú cuando pisé la tierra, de unos treinta, en años humanos debo tener más de noventa. No sé si ocurrirá con todos, pero me da la impresión de que esto de ser, o bueno, haber sido un ángel, nos hace más resistentes. Es decir, nos convertimos en humanos y no hemos pasado por la infancia, adolescencia, y joven adulto, creo que nos dan un cuerpo más sano, no lo sé, es algo que supongo. Recuerdo todas las veces que le dije a mi esposa que venía de una buena genética —comentó y rio a carcajadas un instante.
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Editado: 22.03.2025