Cuando Sarah escuchó del doctor Mario que Anthony se había hecho pasar por su prometido, sintió miedo, enojo, confusión y muchas otras cosas más, pero todo aquello desapareció con el abrazo que le dio esa noche que habló con él. No podía estar enojada con Anthony, él había hecho mucho por ella, le estaría agradecida de por vida.
Sarah ya sabía que Anthony no quería ningún obsequio ni algún tipo de recompensa por haberla ayudado, aun así, quiso hacer algo, aunque fuera pequeño. Llamó a Anthony para invitarlo a cenar esa noche, él enseguida dijo que sí y luego de acordar la hora salió muy contenta, dispuesta a comprarle un regalo.
Dos horas más tarde, Sarah regresó a su apartamento con una bolsa grande en su mano. Dejó el paquete sobre la mesa y se metió a la ducha para alistarse. Peinó su cabello, lo dejó suelto y se puso un gorro rojo que acompañó con un abrigo blanco y las gafas oscuras.
A las siete en punto, se encontraba en el lugar acordado, un bonito restaurante, no muy elegante para que Anthony no pensara que había gastado mucho dinero. Sarah sostenía la bolsa en la mano y esperaba impaciente a que llegara su invitado.
En menos de cinco minutos llegó Anthony con su abrigo negro y un aspecto de que se estaba congelando.
—Hola —saludó Sarah con alegría.
—Hola, perdona la demora.
—Bromeas, ¿verdad? —preguntó Sarah divertida—. Llegaste justo a tiempo.
—Llegaste primero que yo.
—Acabo de llegar, en serio.
—Te ves hermosa —dijo Anthony de pronto, y Sarah se sorprendió.
—¿Tú crees? Me siento rara con estas gafas, supongo que la gente pensará que tengo algo malo.
—¿Debes usarlas también de noche? —preguntó con mucha curiosidad.
—No me quitaba el antifaz ni para dormir, ¿de verdad crees que voy a usar las gafas oscuras solo cuando esté en la calle bajo el sol?
—No he dicho nada —aseguró Anthony divertido y negando con la cabeza—. Vamos, no debes preocuparte por eso, entremos.
Sarah se sorprendió al ver cómo Anthony la tomaba por el brazo para acompañarla, él debió haberlo notado, porque la soltó enseguida.
—Lo siento —mencionó apenado—. Es la costumbre.
—No pasa nada, vamos —aseguró Sarah, volviendo a agarrarse de su brazo.
Ambos entraron al restaurante, Sarah se quitó su abrigo y lo dejó sobre la silla a su lado, en cambio, Anthony se rehusó a hacer lo mismo con el suyo, y ella sonrió.
Segundos después se acercó un mesonero y les tomó la orden.
—Te tengo un obsequio —dijo Sarah con una sonrisa, mientras esperaban—. Ya sé que no querías nada —se apresuró a decir antes de que él la interrumpiera—, pero no es algo costoso, y esta cena va por mi cuenta, es mi manera de agradecerte lo que has hecho por mí.
—Bueno, repito, no tenías que hacerlo, pero creo que no puedo lograr que cambies de parecer —opinó mientras agarraba la bolsa que Sarah había puesto sobre la mesa.
Sarah observó cómo Anthony sacaba una caja negra de tamaño mediano y con una cinta gruesa de color rojo que formaba arriba un bello lazo. Al destaparla, Anthony sonrió, era una bufanda, una bufanda roja.
—Es perfecta, y, además, es roja, tu color preferido —añadió luego de sacarla y contemplarla.
—No sé qué color te gusta más, la escogí roja para que te acuerdes de mí.
—Sarah, no podría olvidarte nunca —aseguró Anthony.
Ambos se miraron, ella trataba de trasmitirle con su sonrisa toda la gratitud que sentía, y él parecía decirle que estaba muy feliz por haberla conocido.
Llegó la orden y comieron muy a gusto mientras que hablaban del trabajo de Anthony, del invierno, la comida y otras cosas.
Fue una velada encantadora, y al momento de despedirse, Anthony se ofreció a acompañarla hasta su apartamento.
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Editado: 22.03.2025