El invierno del ángel (disponible en físico)

⭐Capítulo 34: bajo el árbol congelado.

Sarah se despertó esa mañana con una idea fija en la mente: «buscar a Tom lo antes posible». Cuando se dio la vuelta, notó que Anthony no estaba, se puso de pie, lo llamó en voz alta, pero él ya no se encontraba allí. Le costó descifrar si eso la tranquilizaba o la angustiaba. ¿Qué pensaba él de ella? Era claro que se sentía atraído de alguna forma, pero ¿le había hecho creer ella que sentía lo mismo?

«Respondí a sus besos, no debí de haberlo hecho», se reprochaba internamente mientras que se cepillaba los dientes y lavaba su rostro colmado de lágrimas secas. Peinó su cabello, miró su reflejo, le daba vergüenza admitir para sí misma que había disfrutado estar de esa manera con Anthony, y tan solo pensar que hubiera podido aceptar llegar más lejos si no hubieran sido interrumpidos por aquellas perturbadoras cicatrices, las cuales la alteraban de solo recordar el tacto. Se sentía como una de las peores personas sobre el planeta Tierra. No era para tanto; sin embargo, la situación se había ido un poco más allá de unos simples besos, ella lo había invitado a su cama, no había duda de que aquello era un engaño, le había sido infiel a Tom, nunca habían terminado, ni quedaron en darse un tiempo ni en salir con otras personas, lo que ella hizo no podía calificarse como otra cosa que no fuera infidelidad.

Sarah se mantuvo aislada todo el día en su apartamento, pensaba en estas cosas una y otra vez. Apagó el teléfono y dejó que el tiempo transcurriera mientras ella comía, descansaba, y veía la televisión, pero su mente no podía concentrarse en nada que no fuera su vida amorosa.

Sí Tom no quería casarse, ¿querría decir que no planeaba continuar su relación con ella? Se suponía que se mudarían juntos a California a mitad de año, ¿acaso ya no quería vivir acompañado? Pero Olivia decía que él la extrañaba, ¿había entonces cambiado de parecer?, ¿ahora sí quería casarse? ¿Y si él solo quería que estuvieran juntos y ya? Sarah ya no pensaba en el matrimonio, estuvo a punto de llegar lejos con Anthony, ¿qué tan infiel pudo haber sido? No podía casarse así, incluso si Tom se lo pedía, debía revisar sus inquietudes.

No le importaba pasar el día entero pensando en todas estas cosas, no podía cometer el error de tomar decisiones apresuradas, no sería la primera vez que hacía algo dejándose llevar por una emoción. Si ella se hubiera tomado las cosas con calma no habría tenido el accidente que la mantuvo ciega durante semanas.

Por la noche se fue a dormir con dolor de cabeza y la misma idea con la que se había despertado: «debo ir a hablar con Tom».

La mañana siguiente, Sarah se dio un largo baño, escogió la ropa con mucho cuidado y se esforzó bastante en su apariencia personal, rio para sí al pensar en que la razón por la que lo hacía era porque quería verse bien para su novio, aunque él siempre le decía lo hermosa que estaba, incluso cuando tenía gripe y su nariz parecía una llave de agua descompuesta. La sonrisa de Sarah no duró mucho, ¿quién aseguraba que él correría a abrazarla al verla, y le diría que la extrañaba? Ya sabía gracias a Olivia que así era, aun así, no había forma de que Tom no estuviera molesto después de tantas semanas en silencio, sobre todo, porque desde el tiempo que llevaban juntos, las peleas jamás duraron más de veinticuatro horas, ni siquiera aquella vez en la que él le contó que había descubierto que una de sus alumnas tenía sentimientos por él y que terminó robándole un beso luego de quedarse a solas con él en el aula. Tom siempre le contaba todo, y aunque tenía caprichos poco frecuentes, y a veces necesitaba un poco más de espacio que una persona corriente, ella lo amaba.

Una vez que Sarah estuvo segura de su apariencia, salió decidida a solucionarlo todo ese mismo día. No imaginaba que sería fácil, incluso tenía dudas de ir a buscarlo esa mañana, lo más prudente sería esperar hasta que él estuviera en su apartamento, pero ya no podía contenerse, lo había pospuesto demasiado, y luego de su último encuentro con Anthony sintió que había llegado al límite.

Sarah no tardó en subirse a un taxi, y casi sin darse cuenta se encontraba caminando por el campus de una de las mejores universidades de la ciudad, Tom laboraba allí como profesor de Literatura.

Se detuvo un momento, vio la hora en su teléfono, todavía faltaban veinte minutos para que acabara una de sus clases. Decidió esperar, no podía llegar hasta el aula, estaba desesperada, pero mantenía su cordura, no interrumpiría su trabajo. Además, no sabía cómo él reaccionaría al verla, ni siquiera sabía cómo lo haría ella, no se molestó en planear un discurso, solo quería verlo, disculparse.

Buscó un árbol, puso su bolso sobre la nieve y se sentó en él. Sarah acomodó su improvisado asiento un par de veces, y recostó su cabeza en el tronco. Sintió que fueron los veinte minutos más largos de su vida.

Después de ver la hora en su teléfono, unas once veces, llegó el momento que esperaba, comenzó a redactar un mensaje, no tenía el valor de llamarlo. Luego de tratar de explicar su ubicación exacta, agregó en el mensaje una frase muy corta: «¿Puedes venir?».

Sarah esperó, lo más desesperante fue que Tom no le contestó, mas no quiso insistirle, solo se dedicó a esperar, al tiempo que se esforzaba en no impacientarse.

Quince minutos después, reconoció a un hombre a lo lejos, que caminaba hacia ella, ambos se miraban a la distancia, sin embargo, ninguno de los dos podía distinguir la expresión del otro. Se aproximaba, vestía con la chaqueta marrón que acostumbraba a usar casi siempre que iba a trabajar, traía consigo su maletín marrón, de profesor, colgando en su hombro.




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