Poca inspiración me llena para iniciar este corto, o quizás, largo escrito. Sin embargo, una extraña sensación irreconocible y de dudosa procedencia, recorre por todo mi cuerpo al recordar ciertas vivencias, amargas y alejadas de la comodidad qué me hace ser humana; una sensación parecida a el impreciso deseo de querer iniciar una nueva jornada en plena madrugada a causa de un pequeño e insignificante deseo. Pero por ahora, solo puedo afirmar con certeza, el anhelo indescriptible que tengo por plasmar mis sentimientos desde el día en el qué lo conocí, sin importar el tiempo, el clima ni las dolencias inevitables al traer a mi mente su recuerdo limpio y perfecto.
De pequeña he vivido dentro de una caja de cristal, de esas que son expuestas en los teatros con la intención de revivir emociones en el gran y alentador público. Siempre me han atraído las cosas dramáticas, los libros y películas qué ocultan bajo la manga, sus verdaderas emociones e intenciones; me gusta lo extraño, lo qué pasa desapercibido por quienes no buscan lo que mi corazón quiere.
—¡El teatro es maravilloso¡—Gesticulaba de forma silenciosa pero animada desde el fondo más oscuro, del cerrado y calmado lugar a mis siete años.
Y bien, mi comentario siempre era el mismo al finalizar la entrada, porqué de cierto modo, sentía la necesidad de hacerle saber al universo lo que sentía ante el arte del actuar...Pero, en ocaciones, mis emociones también se rendían al cerrar el telón. ¿Qué nos hace pensar que en realidad, aquellos fugaces y enternecedores actores, no viven en carne propia aquellas sensaciones cargadas de melancolía y nostalgia? He llorado frente a grandes obras al imaginarme inmersa en la situación a pesar de qué mi alma, pedía a gritos el mantener la calma para evitar desmoronarse.