En un mundo que no es nuestro, ubicado en los sueños, el hombre vivía en armonía con los dioses por miles de años. Pero la maldad se apoderó del corazón del hombre y así pierde su inocencia.
Al ver corrompida la esencia del hombre, los dioses deciden romper lazos con ellos, ya que no cuidaban los regalos que les entregaron. Pero decidieron dejar un pedazo de este paraíso en la tierra, para que el hombre regresa el camino de la pureza, donde todos podían ver sus maravillas y riquezas, sólo desde la distancia, ya que, al ingresar a este bosque sagrado, la muerte sería su castigo.
Para ello, determinaron los límites del bosque con un haz de luz rojo y para proteger sus riquezas nombraron a un Guardián. Él sería por siglos la imagen de la muerte ante el hombre, aunque jamás nadie lo ha visto, solo a sus víctimas afuera de la línea roja, dejando solo sus cuerpos sin vida.
Es así como el hombre nombró al lugar de los dioses como el jardín de la inocencia.
...
En un poblado a 50 km de los límites del jardín de la inocencia, una joven se preparaba para un viaje con esperanzas e ilusiones de su boda que se aproximaba. La despedían afuera de su casa su prometido y madre, antes de subir al carruaje, siendo escoltada por varios guardias, además de ir con su dama de compañía.
— Si el clima es favorable, espero regresar en 2 días — dice Verónica
— Pequeña, cuidado en el camino, existen muchos bandidos por los alrededores — le contesta su madre.
— Madre, soy fuerte y ya he realizado viajes sola y más largos que esté. Además, voy con Felicia, ella sabe defenderse ante algún atrevido — Verónica ríe divertida
— Déjame acompañarte mi amor, el camino que realizarás es peligroso — dice Roberto — Tengo miedo de perderte, no me perdonaría si algo te llegase a ocurrir
Verónica mira Roberto con ternura.
— No puedes venir, sabes que no podemos estar juntos hasta que seas mi esposo, el vestido de novia que me dará mi prima, es el más hermoso que nunca he visto.
— Pero te aseguro que no lo veré, sólo quiero acompañarte para saber que estás bien.
— Mi amor, aún te quedan cosas por hacer aquí, mi padre llegará mañana. Por otro lado, la escolta que me diste es bastante grande.
— Señorita, es momento de marcharnos si es que queremos llegar antes de la puesta de sol — interviene Felicia
Verónica toma las manos de Roberto y las besa.
— Volveré en 2 días, cuida de mi madre y no te preocupes, regresaré.
— Que Dios te proteja hija mía. Adiós — se despide la madre de Verónica.
Verónica sube el carruaje en compañía de su doncella y se despiden desde la ventana, pero está saca la cabeza y grita desde el carruaje muy feliz.
— Regresaré en 2 días, no empiecen la boda sin mí.
Verónica tiene 21 años, es hija de una acomodada familia que encontró fortuna en la venta de especias. Su belleza es indudable, tiene grandes ojos grises muy expresivos, lo que le daban una apariencia dulce, su cabello castaño oscuro era largo que le llegaba hasta la cintura con suaves ondulaciones, lo que le permitía realizarse hermosos peinados. Su delgadez no ocultaba sus delicadas curvas que eran llamativas a pesar de los vestidos poco reveladores que le obligaba a usar su padre, protegiendo los atributos de su adorada hija y para evitar que su prometido tuviera pensamientos lascivos con ella antes del matrimonio.
De muchos pretendientes, quién fue digno de cortejarla era Roberto. Ellos se conocían desde la adolescencia y sus padres eran buenos amigos. No existía mejor combinación que unía a los negocios familiares con el amor.
Roberto era alguien serio y determinado. Su presencia imponía respeto, debido a que era alto y de espalda ancha, sus ojos marrones por lo general demostraban madurez, pero siempre eran tiernos al ver a Verónica, ya que desde que la conoció, ha estado enamorado de ella y con cada gesto adorable y romántico que él realizaba, no muy tarde, ella le entregó su corazón. Ahora su boda se aproximaba y con ellos, todas las ilusiones de una vida feliz.
El carruaje sigue su camino por el borde de un acantilado y abajo del él, se encontraba el jardín de la inocencia. La emoción de ver tan bello lugar desde la lejanía, hizo saltar de alegría a Felicia, quién apremia a su señora para que lo vea.
— Mire señorita, se puede ver desde aquí el jardín.
— Si pudiera sólo tener una de esas flores doradas del jardín para adornar mi cabello, sería la más envidiada de todas - decía Verónica con un tono soñador.
— Yo me conformaría con ver una criatura mística. Mi padre una vez me dijo, que vio un pájaro con plumas que cambiaban de color.
— Tú crees que sea verdad todas esas cosas que venden en el mercado de joyas. Dicen que son piedras del jardín.
— No lo creo señorita, estafadores existen en todas partes y el Guardián del jardín no dejaría vivo a nadie quien se atreva a cruzar la línea roja
— Dice que los mata de forma horrible. Mi futuro suegro dijo que uno de sus trabajadores encontró a un desafortunado fuera de la línea roja — Verónica le hablaba con tono macabro a Felicia — lo encontraron destajado en cinco pedazos. La familia tuvo que unir sus miembros para colocarlo en el féretro.
— Señorita no me diga esas cosas, me da mucho miedo — decía asustada Felicia.
Verónica no se detenía y seguía asustando a Felicia y hablaba con voz misteriosa.
— Dicen que tampoco perdona a los niños que entran en sus territorios, es un ser maldito que los Dioses no quisieron tenerlo cerca y por eso le dieron tan malvada misión. Algunos dicen que es un monstruo con cuerpo de elefante y cabeza de León
— Por favor señorita, no continúe — dice Felicia suplicante y llorosa — no quiero escuchar más esas cosas, me dan mucho miedo y ahora que estamos tan cerca de jardín, pienso que podríamos caer en él, eso me causa pánico.
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Editado: 13.12.2021