El Jardín De Las Estrellas

I

Para Ainé era bastante aburrido escuchar las historias sobre hadas y duendes que le contaba su abuela, una anciana la cual pasaba sus días entre la cocina y su silla mecedora; ya fuera cocinando, o tejiendo bufandas las cuales vendería en invierno a cualquier viajero que pasará por cerca de su casa, a las afueras de la ciudad.

 Ainé podría asegurar que su abuela vivía en la demencia, pues siempre le contaba las mismas historias mágicas que tanto la habían fascinado durante la infancia, y ahora solo la fastidiaban.

—Eran buenas historias para una niña, pero ya tengo 25 años.— Dijo en voz un poco alta cuando la anciana quiso empezar un relato, antes de dormir 

—La magia no tiene edad.— contestó la anciana —Y tú serás magia hasta el día que mueras.

—No puedo ser magia, porque la magia no existe más que en tu cabeza, ya hasta pareces una bruja— grito Ainé bastante molesta.

—Soy una bruja— respondió la anciana tirando la puerta tras de sí.

Esa noche Ainé reafirmó que su abuela ya había perdido la razón, y aunque la fastidiaba con sus historias, sabía que no podía abandonarla ya que era la única persona que la había cuidado desde que tenía uso de razón.

Aunque intentó conciliar el sueño, la preocupación por la demencia de su abuela la mantuvo despierta, y después de dar vueltas y vueltas en su cama decidió salir y caminar un poco. Se sentó en el césped y se quedó contemplando el cielo estrellado, lo admiró por un largo rato, misteriosamente ese cielo estrellado siempre le brindaba toda la tranquilidad y paz que pudiese necesitar.

De repente apareció una estrella fugaz, de gran brillo, que al parecer de Ainé, no cayó  muy lejos. La emoción la curiosidad la llevo a salir corriendo hace el lugar donde aún se veía el resplandor, justo tras de una pequeña colina.

Caminó hasta llegar a la base de la colina, tomó aire y se dispuso a subir, poco a poco llegó a la cima, y no pudo dar crédito a lo que tenía ante sus ojos. Un campo completamente florecido, cientos de flores de todos los tamaños y colores que jamás había visto, un pequeño sendero de piedras llevaba a una especie de altar desde el cual otra piedra emanaba un brillo amarillo tenue, que ilumaba todo el lugar.

El ambiente era cálido y acogedor, así que fue avanzando poco a poco hacia la roca brillante, admiró y se deleitó ante las formas, colores y fragancias de tantas flores. Rodeó el altar observando detalladamente, tocó con sus dedos y sintió la finura de la piedra.

Fijo su mirada en la piedra brillante, no tenía forma regular, solo un trozo, tampoco cortes detallados, solo era un trozo alargado de piedra que emitía luz tenue. Puso lentamente su indice derecho, y sintió que aquella roca era cálida, uno a uno fue poniendo sus dedos. Finalmente afianzó su mano. El calor emitido por la roca le resultó tan agradable, que no pudo resistir y colocar la otra mano.

Una brisa agitó las flores del campo, Ainé observó cómo aparecían anillos brillantes en sus dedos, las viejas y sucias sandalias empezaron a brillar relucientemente y su cabello suelto se acomodó perfectamente sosteniendo una corona.

—Como en la cenicienta.— exclamó admirando su ahora fino vestido.

El golpe de la brisa movía graciosamente las flores, como si bailarán al compás de  alguna silente melodía. 

—Ainé, reína de las hadas y la magia— anunció una voz fuerte y seca

Completamente asustada soltó la roca que aún brillaba, y dió un salto hacia atrás, cayendo de espaldas sobre el suelo que le pareció tan suave como el mismo algodón.

—Permitame, majestad.— Un misterioso, pero elegante hombre le ofreció su mano.

Se incorporó sin aceptar la ayuda, el joven caballero bajó la cabeza y recogió sus manos tras su espalda.

—¿Quién eres?— preguntó Ainé, en cuanto se puso de pie.

—Soy Ilán, majestad.— dijo haciendo una venia.— Lider del ejército de magos, a su servicio 

Ainé detalló rápidamente las facciones del sujeto, era un tipo alto, de ojos brillantes, con cabello casi rubio y barba abundante.

—¿Por qué me has llamado reína de las hadas y la magia?

—Porque lo es, majestad. Es usted la única heredera de Dina, reina de las hadas, y de Arán, rey de los magos.

La sangre de Ainé se heló por completo al oir esos nombres y recordó alguna de las historias de magia que su abuela le contó, y ella asumió como delirios o historias que solo imaginaba la anciana. Hasta hace unas horas, para la joven, la magia era solo un delirio de una anciana demente, y ahora es ella reina de ese mundo fantasioso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.