Jacinto leyó la carta y casi rompió en llanto. Era fuerte su declaración, era fuerte el sufrimiento que esa pequeña flor negra llevaba dentro de sí. Jacinto no sabía qué hacer. Pensó y pensó, mucho tiempo lo meditó en su almohada, en el camino a la escuela hasta encontrar esa solución rápida que pudiera hacer a la pequeña Ross salir de su horrible agujero y encontrar la luz.
Ross estaba en su lugar como de costumbre pero ahora tenía algo nuevo en su rostro y lo ocultaba con un mechón de cabello negro profundo como la noche. Miraba como de costumbre por la ventana, había estado lloviendo muy temprano y los cristales tenían miles de gotitas que bajaban formando ríos efímeros. Jacinto la miró, recordó la carta, estuvo a un pelito de llorar pero se sorbió las lágrimas. Ross estaba más seria que nunca, estaba buscando como salir de su horrible agujero y encontrar la luz.
Al entregar la tarea, la rosa negra dejó caer el cuaderno y miró a su profesor con ojos llenos de esperanza. Jacinto sin querer se volvió y no la miró de nuevo hasta que regresó a su banco. El profesor logró distinguir un disco verdoso en su ojo derecho, cubierto por maquillaje rosado, casi blanco. Nuevamente a soñar despierta mirando por la ventana, en busca de una salida de su horrible agujero y encontrar la luz.
La clase discurrió tranquila, sin embargo el corazón de Jacinto se encontraba inquieto. El borrador dejó una estela blanca cuando todas las florecitas salieron corriendo del salón y el maestro se dispuso a limpiar el pizarrón. Al volverse distinguió nuevamente a Ross, ahí en su pupitre aun mirando hacia afuera. Jacinto se dejó caer en la silla y se dispuso a revisar sus apuntes. De un momento a otro Ross se encontraba a su lado, con lágrimas en los ojos. Dijo: “Quiero salir de este horrible agujero y encontrar la luz”.
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Editado: 15.07.2020