Nunca había sentido mi cuerpo tan frágil.
La infección no cedía, y cada día me costaba más levantarme de la cama.
Mi piel ardía, mis músculos dolían, y la fiebre parecía robarme la conciencia poco a poco.
El dolor físico se mezclaba con la desesperación emocional: no podía comunicarme con mi madre ni con mi padrastro.
Todo debía permanecer en secreto, como si mi sufrimiento fuera algo prohibido, algo que debía esconder del mundo.
Me desmayé varias veces.
Sentía que me desvanecía, que mi cuerpo no me pertenecía, que mi mente flotaba en un limbo entre la conciencia y la inconsciencia.
Las otras mujeres del refugio seguían su rutina.
Se levantaban temprano, se vestían, se preparaban para ir a la iglesia, y yo las miraba desde mi cama, sin fuerzas, con una mezcla de envidia y resignación.
Mientras ellas cantaban himnos y se arrodillaban en oración, yo permanecía atrapada entre sábanas ásperas y cobijas que olían a humedad, sintiendo cada latido de mi corazón como un recordatorio de lo débil que era.
El aislamiento me dolía más que la fiebre.
No había consuelo de nadie, ni palabras de cariño, ni siquiera la mirada de mi madre que tantas veces había extrañado.
Me sentía invisible de nuevo, pero ahora no era por rebeldía ni por castigo, sino por la enfermedad que me confinaba y por el secreto que debía guardar.
Cada tos, cada mareo, cada desmayo me recordaba que no podía depender de nadie, que el refugio era un espacio duro incluso cuando intentaba cuidar de mí misma.
Sin embargo, incluso en esa fragilidad, algo dentro de mí comenzaba a surgir.
Observaba cómo las demás se movían, cómo rezaban, cómo enfrentaban su día con determinación.
Y comprendí que la fortaleza no era ausencia de dolor, sino continuar a pesar de él.
Aunque mi cuerpo no respondiera, mi mente empezaba a entrenarse en paciencia, en aceptación, en resistencia silenciosa.
“Estar enferma y sola me enseñó que el dolor puede atraparnos en cualquier forma,
y que la invisibilidad no solo se vive entre castigos y cadenas,
sino también en la debilidad y el aislamiento.
Aprendí que incluso cuando el cuerpo falla,
la mente puede observar, aprender y prepararse para lo que viene,
esperando el momento en que volver a levantarse sea posible.
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sufrimento, valor dolor y sacrificio, autoayuda y superación personal
Editado: 26.11.2025