El Jardín de los No Muertos

1. Looting 2 Survive

"Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad

pueden producir la insoportable desesperación

que resulta de perder la propia identidad."

H. P. Lovecraft

 

Pateé algo en el piso y un tintineo metálico atrajo mi atención. Salté dos nidos de araña y busqué entre las hojas muertas y la basura hasta encontrar un celular descompuesto. Lo sostuve con el cuidado de un arqueólogo examinando los utensilios divinos de una civilización antigua. La pantalla estaba opaca y tenía un par de cuarteaduras. En la esquina tenía amarrado un colgante para celular cuyo hilo estaba envuelto por una costra mohosa. La lluvia y el tiempo había corroído casi por completo la figura sujeta al colgante, por la forma, asumí que en el pasado había sido un cerdito o alguna clase de animal de patas pequeñas y cuerpo robusto. Le di la vuelta al teléfono y se me hizo un nudo en la garganta. La carcasa rosada tenía una fotografía que, aunque turbia, dejaba ver la silueta de dos personas abrazadas tomándose una "selfie". Supongo que, en la obscuridad de un nuevo mundo, los adornos del pasado no hacen más que dañar el alma en vez de resucitarla.

Mi aliento empañó las gafas de protección. El cubrebocas encerró el sonido de mi respiración agitada que retumbó en mis tímpanos. Aventé el teléfono y seguí mi camino. El viento helado me golpeó el pecho y respirar se volvió un tanto más difícil. Me persiguió el crujir de hojas secas quebrándose bajo mis botas de cuero. Había que ser cuidadoso de donde pisabas, pues el suelo no sólo estaba tapizado por hojarasca y basura, había también montes de tierra que eran el hogar de los insectos. Aprendí esa lección a la mala, cuando en una de mis primeras excursiones pisé uno de esos montículos y como resultado se me subieron montones de cucarachas por la pierna. Un escalofrío bajó por mi columna. Me aseguré de tener el pantalón metido en la bota y sellado por cinta adhesiva.

Resultaba extraño pensar que en algún momento ese había sido uno de los lugares más concurridos en la ciudad. Recuerdo que el centro comercial Galerías del Monte solía estar lleno de música, apenas se escuchaba entre el bullicio de la gente y las risas. Las losetas relucían y todo el segundo piso olía a palomitas de mantequilla. Ahora sólo había silencio y de vez en cuando el gruñido de una de esas cosas.

Sin duda el mundo había cambiado. La naturaleza se había adueñado de todo. Las raíces habían crecido sin importar los obstáculos, quebrando el suelo, las paredes, todo. Los techos se habían enmohecido y agrietado. El musgo recubría las ventanas y tragaluces. Es por eso que, a pesar de ser de día, el centro comercial estaba sumergido en la oscuridad, iluminado solamente por delgadas tiras de luz que cruzaban entre los orificios de la hiedra.

A pesar de ello, lo peor de todo, sin duda eran los insectos. A donde quiera que volteara encontraba un par de ojos diminutos acechando. Me acomodé el gorro de tela y se me erizó la piel al imaginar las patas de una araña caminando sobre mi espalda. Me aseguré de tener la cremallera de la chamarra hasta arriba y me subí la capucha para protegerme de los insectos que a veces caían del techo. Incrementé el paso. Esta vez, el sonido de los huevecillos de insecto quebrándose bajo mis pies me atormentó.

Bajé por unas escaleras eléctricas detenidas hacia el primer piso de la plaza y me quedé parado frente a una tienda. El vidrio del aparador estaba roto y la puerta hecha trizas. Alcé el rostro y alumbré el letrero empolvado:

LE MUSIQUE

INSTRUMENTOS Y ACCESORIOS CON RITMO

Tapé mi linterna con la mano dos veces para señalar que había encontrado el lugar. Una chica usando una chamarra de oso panda bajó al primer piso y se acercó. Traía puesta la capucha, la cual tenía orejas negras y aplastaba su cabello castaño desordenado. Por protecciones traía unos goggles de laboratorio sobre un par de lentes cuadrados y su cubrebocas era negro con un estampado blanco de colmillos de vampiro. Llevaba en la espalda un arco y en la cintura una aljaba llena de flechas. Su nombre era Sandi. Éramos amigos incluso antes del fin mundo y ahora sólo nos teníamos el uno al otro.

Sandi dirigió su linterna al interior de la tienda y tras asegurarse de que no había peligro, asintió. Di un paso al frente sobre los restos de cristal y el vidrio crujió. Me siguió con paso dudoso hasta las góndolas y cada uno se posicionó frente a un pasillo.

­‒Recuerda: arco de violín, 4/4, fibra de carbono ­‒dije en voz suave ­‒. ¿Si te acuerdas?

­‒No, Jiro ‒­respondió ella a media voz. Alcancé a notar como entrecerró los ojos bajo sus lentes y goggles de laboratorio ­‒. Es demasiado difícil, son tres especificaciones. ¿De verdad crees que pueda recordarlo? ¿Tal vez me acuerdo de ellas y se me olvida respirar? Ya sabes que mi cerebrito es así de pequeño.

­‒¿Sabes, Sandi? ‒repliqué alumbrando su rostro ‒. Un simple "sí me acuerdo" hubiera sido suficiente.

‒¡Oh, pobre, Jiro! ­‒musitó Sandi tocándose la frente con el dorso de la mano ­‒. A veces puedo ser tan mala. Ya relájate. Busquemos esa cosa y sigamos con el resto de la lista.

Sandi se fue por el pasillo izquierdo que estaba pegado a la pared y yo me adentré en el que estaba frente a la puerta. Alumbré los estantes llenos de cuerdas de guitarra y di un paso atrás al notar que entre cada espació había telarañas y diminutos ojos amarillos. Apreté los dientes y me acomodé las gafas protectoras.

­‒De este lado no está ­‒gritó Sandi. Quien ya se encontraba al final del pasillo y dirigía su linterna hacia mí.

Shhhh ­‒repuse llevando mi dedo frente al cubrebocas ­‒. Uno de ellos podría escucharte.

‒Jiro, relájate ‒contestó ella ‒. Llevamos looteado esta plaza por casi dos años. Si algún podrido estuviera aquí nos lo hubiéramos encontrado hace mucho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.