El Jardín de los No Muertos

8. Tulipa Ignis

Me encontré tirado de espaldas contra el piso, con un dolor punzante en mi costilla y la mano que me había cortado. Tardé un momento en reaccionar. Me alertaron los crecientes gruñidos de podridos que se acercaban a la casa. El sonido del violín retumbó en la habitación.

Incliné la cabeza e intenté comprender la imagen frente a mis ojos. Había chocado con una maceta de barro enorme que se había cuarteado por la parte superior. Desde el suelo, vi un tulipán gigantesco color escarlata, con las puntas amarillentas casi tocando el techo mientras Pouli tocaba el violín frenéticamente.

Tulipa ignis ‒murmuré.

‒¡Detente!

Sandi se abalanzó sobre Pouli intentando robarle el violín, más él dio la vuelta y Sandi quedó colgada de su espalda.

‒¡Por favor, detente! ‒insistió Sandi.

‒No pueden detenerme ‒respondió él en tono rápido.

Pouli se echó para atrás y estrelló a Sandi contra la pared un par de veces. Los cuadros colgados se cayeron al piso. Sandi se aferró a su cuello hasta que las caras de ambos se tornaron rojas.

‒No lo entiende, no lo entiende ‒gruñó Pouli acelerado ‒. Ella lo necesita, es la única forma de salvarla.

Pouli dio un par de pasos hacia adelante y aventó la espalda contra la pared poniendo todo su peso en el golpe. Sandi arqueó la espalda y dejó escapar un gemido suave antes de soltarlo y caer al suelo. Me recargué en el filo de la maceta para levantarme y mis dedos se hundieron en la tierra hirviendo.

Ahhhhhhhh.

Mi piel ardió hasta el punto en que la reciente corta que iba de mi palma a la muñeca se cauterizó. El olor a carne ahumada llenó la habitación. Saqué la mano al instante y la meneé en el aire mientras aullaba con todas mis fuerzas.

‒¡No la toques! ‒suplicó Pouli y al fin dejó de tocar.

‒¿Pero qué te pasa? ¿Estás loco? ‒gritó Sandi. Se arrastró hasta el violín y lo apresionó entre sus brazos.

El tulipán hizo un sonido grave. La parte superior de los pétalos se abrió y expulsó una nube de humo gris que recubrió el techo. El ardor en mi mano permaneció en los lugares donde aún había pedazos de tierra mojada. Salí corriendo hacia la cocina y metí la mano en una garrafa de agua.

Una vez que el frío relajó mi piel saqué la mano. Tenía la piel llena de ampollas, se había oscurecido y arrugado. El gruñido de los podridos se acercaba peligrosamente. Escuché un golpe seco dentro del cuarto. Me envolví la mano en un trapo mojado y me apresuré al cuarto donde Pouli y Sandi forcejeaban por el control del violín.

‒No lo entienden, tengo que salvarla ‒sollozó Pouli jalando el violín hacía su pecho ‒. El mundo ya no es lo que era antes, las reglas no son lo que solían ser. Los científicos ya no estudiamos la ciencia, esperamos tratar de comprender el caos. ¡Tienen que dejarme tocar! ¿No lo ven? ¡Está funcionando! Alba puede escuchanos, quiere florecer.

‒¿Alba? ‒pregunté.

‒Sí ‒gruñó Pouli entre dientes ‒. Mi esposa, mi buena y tenaz Alba.

‒¡Escucha! ‒sermoneó Sandi ‒. Estás atrayendo a todos los podridos de la colonia.

‒¿Esa cosa es su esposa? ‒cuestione. Mi mano ardió y la comezón se apoderó de mi mente.

Pouli soltó el violín y Sandi cayó al suelo de un sentón abrazada al instrumento musical.

‒No lo entienden ‒ recitó Pouli con una voz devastadora. Se echó para atrás y levantó la cabeza hasta que el tulipán rojizo se reflejó en sus anteojos protectores ‒. Sucedió hace diez meses y 23 días. Llegó como una plaga que pudre la esperanza. Yo estaba en el aviario y las niñas y Alba en el jardín... Ninguno estaba preparado. Era una muralla de neblina. Al principio atrajo mi atención su belleza y lo impresionante que parecía. Recubrió por completo el aviario. Cuando nos dimos cuenta de que estaba llena de esporas ya era demasiado tarde... ‒quedó de rodillas y dejó caer los  brazos hacia los lados ‒, pero estás esporas no eran como las de los infectados, no, no nos trasformaron en cadáveres hambrientos, nos alteraron a un nivel molecular. Sé que Alba sigue ahí, puedo sentirla. Debe haber una manera de regresarla a su forma humana.

‒Lo único que vas a lograr es que el ruido atraiga cosas peores que podridos ‒gruñó Sandi, se paró todavía abrazada al violín y caminó hacia atrás dirigiéndose a la puerta ‒. Confié en ti, pero sólo eres un loco. Nada más que un...

Tuuuuuuuuuuuum Tuuuuuuuum Tuuuuum.

‒No, no, no ‒murmuró Pouli agarrándose la cabeza‒. Está de regreso. ¡Es Tifón!

‒¿Tifón? ‒cuestioné.

‒La muerte andante ‒respondió Pouli ‒. La niebla negra. La niebla negra. ¡Ya viene la oscuridad!

‒Es la cosa que destruyó el refugio ‒dije con la mirada clavada en Sandi.

‒Tenemos que salir de aquí ‒contestó ella.

Sandí y yo salimos de la cabaña. Aunque la luna estaba cubierta por nubarrones y la noche acechaba a los árboles del viejo mundo, se alcanzaba a definir una nube negra repleta de esporas anaranjadas acercarse desde el horizonte. Era el fin de ese lugar, ese pequeño espacio que parecía ser la última esperanza de la humanidad, el último vestigio del viejo mundo.

El gutural de los podridos aumentó de volumen. Si queríamos sobrevivir tendríamos que movernos rápido. Sandi tomó nuestras armas de la entrada y guardó mi violín en su estuché en lo que yo iba a la habitación por nuestras mochilas. Al entrar me envolví la mano en un pedazo de sábana y le dije al gato que descasaba en la litera, que teníamos que salir de ahí y como si me entendiera me siguió a la entrada. Le pasé a Sandi su cubrebocas y goggles y me puse los míos. Nos pusimos las botas en la escalera del porche. Miré a las agujetas desabrochas y escuché el resonar de los podridos acercándose. No había tiempo que perder, me levanté de un salto y regresé a la cabaña.

‒¿Jiro, dónde vas? ‒cuestionó Sandi.




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