‒Por favor ‒musité. Mi voz era apenas un susurro entre el caos a nuestro alrededor.
Pouli entreabrió la puerta y de un jalón nos metió al cuarto. Antes de que cerrara la puerta, alcancé a ver los pedazos de madera encendida disparase cuando un tentáculo impactó contra el suelo. Aquel verde y escamoso miembro de hiedra estaba cubierto de un líquido fangoso, que incluso con el cubrebocas y el humo del incendio a nuestro alrededor, me provocó un par de arcadas desde el fondo de mi esófago.
Fenrir a penas y logró entrar antes de que Pouli azotara la puerta y empujara el mueble para bloquear la entrada de nuevo.
‒¡Ayúdenme! ‒gritó Pouli exasperado.
Sandi y yo nos apresuramos al mueble y empujamos. Mi visión estaba nublada y casi no entraba oxígeno a mis pulmones. Miré alrededor. No había escapatoria. Los podridos acechaban en cada salida. La casa temblaba de miedo, el horror que generaban cientos de monstruos golpeando las paredes me crispó los músculos. Los podridos quebraron la madera y metieron los brazos para alcanzar algo, cualquier cosa, pero algo vivo, algo libre.
Sandi y yo nos abrazamos. Ambos sabíamos que ahí terminaría. Con medio escuadrón ausente y medio esperando.
‒¡Jiro, lo siento mucho! ‒sollozó Sandi ‒. Lamento que todo esto pasara. Es mi culpa que estemos aquí y... te lastimo cada que intentó salvarte.
‒Así pasa cuando juegas en cooperativo ‒respondí dándole un beso en la frente ‒. Venga, Sandi, última vida, juntos hasta el último nivel.
Chocamos el puño y respondió con media sonrisa:
‒Juntos hasta el último nivel.
Nos levantamos y tomamos nuestras armas.
‒El que mate más podridos gana ‒agregué con mi palo desenvainado.
‒Por favor, Jiro ‒contestó ella sacando una flecha de su aljaba ‒. Tendrías más suerte tocando tu violín y matándolos de aburrimiento.
‒Tienen que salir de aquí ‒exclamó Pouli.
‒No hay escapatoria ‒respondí ‒. Sólo queda saber cuántas hordas sobrevivimos. Venga. Ahora eres parte del escuadrón.
El calor creció. Estaba empapado en sudor. Tenía la garganta seca y respiraba deprisa. Mi mano palpitó, la sangre traspasó la sábana que use para vendarla. Pouli se dirigió a su escritorio y apretó la manija de un cajón. Se detuvo una vibración en el suelo, de la cual no me había percatado, hasta que desapareció su existencia.
Me hice para un lado extrañado. Pouli tomó dos trapos mojados de una cubeta y los usó para evitar quemarse al empujar la maceta. Podía ver el esfuerzo que hacía por la posición de sus piernas. El tulipán gigante se movió unos cuantos centímetros y reveló una rendija en el suelo.
Pouli gruñó y los trapos se encendieron. El fuego se expandió a sus guantes de cuero y los volvió jirones, más debajo no había piel, si no plumas. Sandi y yo dimos un paso atrás con la boca abierta. Los sonidos de los podridos y de la madera incendiándose se mezclaron con los gritos de Pouli aguantando el dolor de las quemaduras. La maceta emitió un calor tan absorbente que incluso el sudor de mi frente se evaporó. Sandi y yo dimos un paso al frente para ayudarle a mover el tulipán, pero Pouli renegó diciendo:
‒¡No! No toquen a Alba ‒. Empujó la maceta y el resto de su ropa se incendiaron en un pestañeo, revelando un plumaje rojo y dorado.
Su cuerpo lucía como un ave enmascara que en vez de brazos tenía alas enormes y lustrosas, sus piernas eran alargadas y terminaban en garras. Pouli llevó el tulipán gigante hasta el otro lado del cuarto hasta revelar un hoyo. La peste que despedía el orificio era el engendro de una cloaca y la humedad de un bosque.
Pouli se aferró a los barrotes de la reja y jaló hasta que el hierro se desprendió del piso. Lanzó la reja hacia la puerta y el movimiento de sus alas generó una briza que refrescó mi pecho. Sandi, Fenrir y yo nos asomamos al vacío que quedó expuesto. El contorno parecía haber sido mordisqueado, pues tenía pedazos de tierra y cables sobresaliendo. A pesar de que dentro reinaba la oscuridad, había algo antagónico, el aire que emanaba de ahí era refrescante y contrastaba con el calor que había en el cuarto. Aquel hueco parecía llevar a un lugar silencioso en comparación con el cuarto en donde nos encontrábamos, donde los gruñidos y el incendio no me dejaban ni siquiera pensar.
‒Esto da a las alcantarillas, ‒dijo Pouli cansado ‒, era la única forma de mantener a Alba fresca.
Volteamos a ver el tulipán gigante, la maceta se cuarteó por completo y las puntas del tulipán enrojecieron.
‒No queda mucho tiempo ‒continuó Pouli ‒. No sé qué pasará ahora que no puedo controlar su temperatura. Tenías razón, Jiro, no soy más que un monstruo. Uno más de ellos. Un híbrido entre las esporas que perdió su humanidad.
Pouli se quitó la máscara y la aventó al piso. Tenía la cara de un ave cuyo pico estaba herido. Se inclinó y toqué sus plumas calientes y la cicatriz de su pico.
‒No, yo me equivoqué, Pouli ‒contesté.
‒Bajen, no sé cuánto tiempo me queda. Tengo la teoría de que, si luzco como un ave, probablemente muera como una al respirar el aire del nuevo mundo.
Sandi bajó por la escalera de metal sin despedirse y Fenrir la siguió de un salto. El cuarto se estaba quebrando, el techo estaba a punto de ceder, al igual que la puerta y las paredes.
‒¿Por qué no vienes con nosotros? ‒dije antes de iniciar mi descenso.
‒Mi lugar es aquí, junto a mi amada.
El tulipán detrás de Pouli parecía enfurecido, sacó humo y los pétalos se trasformaron en flamas. Pouli me entregó un par de máscaras similares a las suyas y una linterna antigua.
‒Gracias, Pouli ‒susurré ‒. Disculpa por pensar que eras un caníbal.
‒Haces bien en tener cuidado, Jiro ‒repuso él en voz queda ‒. El nuevo mundo es más peligroso de lo que parece. Sandi y tú me recuerdan a un par de pequeños aventureros que conocí en otra vida ‒ carraspeó y continuó con voz grave ‒. Pero deben recordar que las aventuras no carecen peligro. Sigan derecho y en la primera intersección den vuelta a la derecha, ese camino los llevará cerca del centro. Espero encuentren a sus amigos.
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Editado: 07.03.2024