El Jardín de los No Muertos

19. Con dolore

El agua presionó contra mis músculos y congeló mis nervios. Aguanté la respiración y busqué un referente que me indicara hacia a dónde ir, más la oscuridad del agua del río era profunda y aprensiva. Parecía que estuviera perdido en una habitación rodeado de abismos. Nadé sin saber la dirección. Mis pulmones se bloquearon y una cascada inversa de burbujas salió de mi boca y cruzó frente a mis ojos. La luna destelló sobre mi espalda e iluminó mis manos. Levanté la barbilla y mis pupilas destalleron. El oleaje difuminó la silueta de la balsa. Subí, pataleé con todas mis fuerzas y, al emerger a la superficie, una ola me empujó de vuelta al fondo del río. Giré entre burbujas y algas. El agua se metió por mi nariz hasta inundar mi cerebreo. Logré recuperar el control de mi cuerpo y distinguí el enorme cuerpo de esa bestia acuática en la oscuirdad.

Alguien me asió del brazo y me jaló hacia la superficie. Respiré a grandes bocanadas. El agua empapó mi cara y goteó por los mechones de cabello. Mis pulmones se expandieron una y otra vez. Vomité una vocanada de agua y meneé la cabeza para recuperar la compostura. Ermi me sostenía entre las olas, tenía la muñeca amarrada entre dos de los mecates que unían la balsa para evitar caerse. La corriente meció la balsa de un lado al lado hasta que chocamos con una pared y la balsa se quedó atascada en posición vertical. Ermi apretó los dientes. Frente a mí, la neblina se expandía sobre el oleaje y bajo mis pies la corriente del río golpeaba con fuerza. La balsa se meneó de izquierda a derecha, se bamboleó entre las aguas excitadas. El monstruo eclipsó el cielo y su silueta cubierta de musgo se elevó, y al hacerlo una ola me golpeó en la cara y llenó de burbujas mi garganta. Del cuerpo del monstruo saltaron los peces tratando de regresar al agua, veían con mirada estupefacta hacia el vacío mientras el aire los asesinaba.

La creatura movió sus tres cabezas  y al mismos tiempo, cada una sacó una hilerar de pequeños colmillos filosos y gruñeron al unísono. El sonido desgarró mi corazón. Me dieron ganas de llorar, quería sumergirme y nadar lo más lejos que pudiera. Ermenegildo chilló y yo resbalé unos centímetros hacia el río. Mis botas se sumergieron en el agua. La mano de Ermi ya estaba morada y las cuerdas alrededor de su muñeca habían raspado su piel hasta hacerla sangrar.

No sé de dónde salió, pero Sandi trepó hacia la punta de la balsa y la empujó con ayuda del remo. Alcancé a distinguir su mirada atemoriza detrás de los cristales salpicados de sus lentes. La fuerza del impulso desatoró el bote, pero el remo de madera reventó en las manos de Sandi y ella dejó escapar un alarido crepitante antes de soltar el pedazo de madera. La balsa regresó al río con un golpe seco. Mi cara rebotó contra los troncos amarrados. Ermenegildo se desató de los mecátes y buscó a tientas por su resortera. Su mano hinchada y ensangrentada le agregó un peso invisible a mi corazón.

La criatura extendió las garras afiladas y soltó un zarpazó contra la balsa. Me apresuré al frente y tomé el pedazo de remo que había dejado caer Sandi para detener el golpe. La madera se destrozó al instante y la balsa aceleró hacia el frente. Una de las cabezas amenazó con morder a otra. Las cabezas menearon los cuellos alargados y emitieron un zumbido tenue. Como si la presencia de Sandi las hubiese hipnotizado, dirigieron las tres cabezas ausentes de ojos hacia ella. La balsa avanzaba a prisa, chocó y la punta se hizo trizas. Dimos vueltas y vueltas. Me aferré a las cuerdas. Sandi salió volando y la sostuve de la mochila.

‒¡Jiro, no me sueltes! ‒gritó Sandi aferrandose a mi brazo.

‒¡Nunca lo haría! ‒aullé.

La balsa se estabilizó lo suficiente para que me levantara y jalara a Sandi de regreso. La criatura se sumergió en el río y nadó a toda velocidad. Busqué algo que pudiera aventarle, mi palo de golf o cualquier cosa con la que pudiera defenderme, pero no había nada. La creatura estaba a punto de impactarnos y antes de llegar, dio un salto en el aire. La oscuridad aún gobernaba el ambiente, más entre las sombras definí su cuerpo alargado. Tenía una aleta con picos desproporcionados en la columna y una de las cabezas tenía un pedazo de metal clavado en el cuello. La creatura se sumergió nuevamente a la profundidad de las aguas del río y una ola elevó la balsa.

El impacto vino de la derecha. Nos sacó volando y apenas y nos dio tiempo de aferrarnos a la balsa. Nos estrellamos contra un edificio. Las astillas salieron volando, la balsa quedó inclinada y nos seguimos moviendo ahora siguiendo el cause del río. Debajo de nosotros la creatura circuló el velero. Escalé hacia la punta de la balsa y grité:

‒Suban.

Sandi y Ermenegildo me siguieron, nos colocamos del lado contrario de la inclinación y usamos nuestro peso para nivelar lo que quedaba del velero. Quedamos en silencio. Sandi desenvainó su lanza y caminó de espaldas, viendo hacia el agua.

UUUURRRRUUUAAAAA.

El sonido me lastimó los tímpanos, vibró con tal fuerza en mi cerebro que pensé que lo iba a licuar. El agua salpicó por todos lados. Sandi se cayó de sentón y resbaló al río. Ermenegildo se aferró al filo del bote. La balsa se tambaleó y amenazó con volcarse. Me agarré del mecate y estiré la mano para agarrar a Sandi. Fenrir salió de la mochila de Sandi y trató de escalarle la espalda, clavándole las garras sobre los hombros. Sandí aulló con un suplicio de ardor. Empujé a Fenrir al fondo de la mochila y Sandi se agarró de mi brazo.

Nos vamos a quedar con el gato ‒resongó ella entre dientes emitando mi voz.

‒No creo sea momento de sarcasmos ‒contesté jalándola hacia la balsa.

Caímos en la madera y el velero se tildó hacia nosotros. Ermenegildo trepó a la sima para balancearla. Chocamos con lo que parecía la punta de un camión hundido. Ermenegildo perdió el equilibrio y cayó al río. Sandi y yo nos aventamos al frente. La balsa se volteó por completo y quedamos bajo del agua. Vi la cola de la creatura rodearme. Aguante la respiración, pero el terror buscaba hacerme gritar. Las burbujas de oxígeno desaparecían frente a mis ojos. Empujé la balsa hacia un lado y la corriente me llevó consigo. Rasgué la madera sumergida y me sostuve de un mecate suelto. Me impulsé a patadas y traté de subir, más las olas seguían repicando contra mi cara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.