Ella hablaba sin parar de lo que quería, pedía con tal exigencia que no daba cabida a una respuesta rápida y sensata que la complaciera. Estaba agotado de tanto trabajo, no había parado en semanas, dia tras día. Así que deje que expusiera todo lo que tenía que decir con la mente dispersa en otros asuntos, mientras ordenaba las palabras exactas con las que sabía que finalmente calmaría todas sus demandas. Tenía paralizado a Tommy sin saber que decirle desde hacía más de quince minutos, pero él no tenía la experiencia para lidiar con esos "casos complejos". No era diferente de las cientos de chicas o de sus madres a las que había conocido en esta profesión y que regularmente se convertían en mis mejores clientes. Eso si, todas eran iguales, hermosas, a la última moda, mimadas y malcriadas. Estaba harto de lidiar con niñas de ese estilo, pensaba entre otras cosas en lo administrativo que tenía pendiente en mi oficina, mientras que al mirarla directamente a los ojos ganaba tiempo haciéndola creer que le prestaba atención a sus pataletas. Cuando al fin dejo de hablar o mejor dicho exigir, esperaba que mi respuesta fuera un si absoluto, pero era más que imposible. Yo no cultivaba flores.
Estuvo media hora solo exigiendo algo que no se podía cumplir en un tiempo tan corto, en una estación de flores escasas. Bastó simplemente mencionar a otra chica de su círculo para que cambiara de idea sin ni siquiera despedirse con educación. Dejé escapar el aire como quien se saca un peso de encima y miré a mi ayudante como un profesor a un alumno.
A pesar de la clara ironía su voz suave y tierna como la de una niña atrajo mi atención. Ni siquiera la vi entrar a la tienda, tampoco la conocía ni la había visto antes. Vivía en una ciudad muy pequeña hacía muchos años como para diferenciar una turista de las habitantes y ella sin duda tenía que ser extrangera, tenía aires de haber conocido mundo y un acento indescifrable. Un vistazo rápido me dio la información necesaria para una primera impresión.
Aunque llevaba zapatillas blancas de tacón no era muy alta, tenía un vestido blanco con hojas verdes entallado en la cintura. Su cabello la hacía lucir como un sol en la mañana, era rizado, rubio, atado con una cinta verde que le hacía de cintillo y que no controlaba tan irreverente melena. Sus ojos claros aceitunados resaltaban en un rostro redondo, pero lo que más me llamo la atención fue su sonrisa. Hacía que toda ella de pronto resplandeciera. Sacudí la cabeza y me dije que era otra bonita chica que llegaba a comprar flores costosas, difíciles de conseguir para espacios reducidos con poca creatividad y que no me dejara impresionar por lo bonita y dulce de su apariencia.
Se echó a reír entrecerrando sus ojos y no fue la única, mi asistente rió también. Cuando lo miré con cara de pocos amigos dejo de hacerlo y giró de inmediato hacia otro lado, sentí su pequeña burla y sin mas dijo que se encargaría de arreglar los pedidos en la trastienda intencionalmente para dejarme solo con lo que parecía otro caso de capricho. Estaba resignado a atenderla.
No supe que fue lo que me impulso de pronto si sus palabras o su forma de decirlo, pero tenía ganas de ayudarla en lo que fuera, o mas bien en lo que pudiera. O quizá era necesario volver a ver esa resplandeciente sonrisa cálida de aquel sol, había algo dulce en ella que inexplicablemente me traía calma. Algo que necesitaba aunque fuera por un rato.
La hice pasar a lo que creí sería una larga lista de pedidos extraños teniendo que adaptarme a sus exigentes modos de acuerdo a la última tendencia en Italia, o por que alguna afrancesada amiga popular las usó. Cuando decidí cumplir mi anhelo de convertirme en paisajista soñé con amplios jardines que hicieran sentir a los que los recorrieran como en algún cuento, como fuera de lo cotidiano, como en otro mundo. Un paraíso en la tierra en donde la naturaleza hiciera parte de la humanidad. Un lugar lleno de flores y encanto, pero solo me llevó hacia la burguesía y sus creencias de que todo debe ser exageradamente impactante dejando de apreciar a la naturaleza en sí misma, convirtiéndola en un adorno superficial solo para impresionar lo que dure un evento o estación. Y así, poco a poco fui perdiendo esa pequeña ilusión de paraíso, pasando a ser una muestra más de lo amplio de sus cuentas bancarias.