La lluvia cesó con un suspiro. El amanecer llegó con una luz turbia, teñida de gris, como si el cielo dudara entre bendecir o maldecir lo que veía. Ariadna despertó con el peso del silencio sobre el pecho. Lucien seguía dormido, su respiración acompasada, pero en cada exhalación se oía un rugido lejano, apenas contenido.
El jardín ya no dormía. Sus ramas se movían, incluso sin viento. Los pétalos caídos se disolvían en el suelo, alimentando raíces que parecían escuchar.bAriadna se levantó con cuidado, descalza, y caminó hasta el ventanal.bAllí, más allá de la verja de hierro, vio las sombras de tres hombres con faroles.
—El Círculo… —susurró, con un temblor en la voz.
Lucien abrió los ojos sin moverse.
—Ya están aquí, ¿verdad? —dijo con calma.
—Sí —respondió ella— ¿Cómo lo supiste?
—Porque el jardín dejó de latir.
Se incorporó despacio. Sus movimientos eran controlados, elegantes, pero había algo en ellos una tensión, una rigidez que no pertenecía al hombre sino a la Bestia. Ariadna lo notó, y sintió el alma apretársele de miedo y ternura.
—No quiero perderte otra vez —susurró.
Lucien se volvió hacia ella. Sus ojos azules brillaban con un resplandor dorado que iba y venía.
—Entonces no mires —le dijo con voz grave— Porque lo que haré… no será humano.
Ariadna dio un paso hacia él, negando.
—No. No voy a esconderme mientras luchas solo.
Lucien tomó su rostro entre las manos. Su contacto era cálido, pero su mirada… ardía.
—Te amo demasiado como para dejarte ver en quién puedo convertirme.
Ella lo abrazó con fuerza.
—Entonces déjame recordarte quién eres cuando la oscuridad te reclame.
El primer golpe resonó en la puerta principal.
Lucien caminó hasta el vestíbulo. El eco de sus pasos era el mismo de su padre, el mismo de todos los varones condenados de su linaje. El jardín entero se volvió hacia él, como un ejército esperando órdenes. Ariadna lo siguió a distancia. En su pecho, el corazón latía al ritmo del suyo. El aire tenía sabor a hierro.
—Lucien de Rouvres —dijo una voz detrás de la puerta—. En nombre del Círculo, abre.
Lucien abrió. Tres hombres vestidos con abrigos oscuros y guantes de cuero lo observaban desde el umbral. El del centro llevaba un medallón con forma de raíz.
—Has roto el pacto —dijo.
—He roto las cadenas —corrigió Lucien.
—Y has unido tu sangre a la de una intrusa.
—He unido mi alma a la única capaz de redimirme.
El hombre del medallón alzó un libro negro.
—Entonces pagarás el precio.
Lucien sonrió, pero no era una sonrisa humana. La Bestia despertó. El aire se partió. Una ráfaga invisible los arrojó hacia atrás. Los tres hombres cayeron sobre la grava, mientras el cielo se encendía en dorado.vLucien caminó hacia ellos. Su sombra era más alta, más ancha. El jardín rugió.
Ariadna gritó su nombre, pero él ya no la escuchaba. El rugido que escapó de su garganta no pertenecía a la tierra ni al hombre. El medallón del Círculo se encendió. El líder pronunció palabras en un idioma antiguo, y del suelo surgieron raíces negras.bLucien extendió el brazo y las detuvo con solo mirarlas. El poder se quebró. Pero la Bestia aprovechó esa grieta. Los ojos de Lucien se volvieron completamente dorados. La oscuridad, ahora, tenía dueño. Ariadna corrió hacia él.
—¡Lucien, basta! ¡No eres esto!
Él giró el rostro lentamente. Por un momento, no la reconoció. Y luego… algo se rompió.
Su mirada vaciló, como si dos conciencias lucharan dentro del mismo cuerpo.
—Ariadna… vete.
—No
—Por favor… —susurró él, y una lágrima dorada rodó por su mejilla.
Ella lo abrazó desde atrás. El contacto fue fuego. Lucien gritó, no de dolor, sino de contención.
Las raíces se detuvieron.bEl viento cesó.bY el jardín se quedó en silencio. Los hombres del Círculo se levantaron tambaleantes.
—No podrás controlarlo —dijo el del medallón.
—Ya lo hago —respondió Lucien con voz doble, mitad suya, mitad de la Bestia.
Los tres huyeron, perdiéndose entre los árboles. Ariadna seguía abrazándolo, temblando. Lucien respiraba con dificultad, pero sus ojos eran ahora azules.
—Aún estás aquí —dijo ella.
—Solo porque tú lo estás.
Se miraron en silencio.bEl jardín volvió a latir, lento, como si aceptara la tregua.bPero una nueva voz resonó en el aire.nSuave, femenina. Venía del bosque.
El amor lo contiene todo….incluso la próxima condena.
Ariadna se aferró a él. Lucien levantó la mirada hacia el horizonte. Entre los árboles, una figura femenina vestida de negro avanzaba lentamente. Su rostro era hermoso, pero sus ojos… eran los mismos dorados de la Bestia.
—¿Quién es ella? —preguntó Ariadna en un hilo de voz.
Lucien no respondió.nSolo apretó su mano.
—El jardín no se rinde —susurró— Solo cambia de rostro.
La mujer sonrió, levantando la vista hacia ellos. El viento trajo su voz como un eco de promesa:
Me llamo Vera. Y vengo a reclamar lo que me pertenece.
El reloj de la mansión marcó la hora final del amanecer. Ariadna lo entendió: la historia apenas comenzaba. Lucien, de pie frente al jardín, cerró los ojos.Sabía que la Bestia no era lo más peligroso. Era su madre. Y el amor que ahora lo salvaba… podía convertirse en el arma que lo destruyera.
#1710 en Novela romántica
#145 en Thriller
#69 en Misterio
#darkromance, #romanceoscuro #mafiaromance, #romancepsicologico
Editado: 07.11.2025