El fuego del salón ardía sin calor. Lucien estaba sentado frente a la chimenea, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en las brasas. Ariadna dormía en el piso superior, y por primera vez en días, el jardín guardaba silencio. Su respiración era irregular, como si cada aliento tuviera que robarlo..Sus manos, cerradas en puños, temblaban.
—¿Qué eres ahora, Lucien? —susurró para sí mismo— ¿Hombre? ¿Monstruo? ¿Ecos de ambos?
El silencio no respondió.. Solo el chasquido de una brasa lo acompañó.
Levantó la vista y vio su reflejo en el vidrio de la ventana. Los ojos azules parecían pacíficos… pero en el fondo del iris, una chispa dorada parpadeó. Siempre estaba ahí. Esperando. Lucien presionó los dedos contra su pecho. Sintió el corazón latir con fuerza, pero el ritmo no le pertenecía. Era como vivir dentro de una jaula de carne, compartida con otra conciencia.
—No puedes tenerlo todo —susurró una voz dentro de él.
No era imaginación. Era la Bestia. Lucien cerró los ojos.
—No quiero tenerlo todo —murmuró — Solo quiero sentirme libre, aunque sea un día.
La Bestia rió, un sonido grave que resonó en su mente como el eco de una caverna.
—La libertad no existe para los que aman.
—Ni para los que odian.
—Por eso somos iguales —dijo ella— Yo te deseo libre… solo para volver a enjaularte.
Lucien se llevó las manos al rostro.
—¿Por qué no puedes dejarme?
—Porque me creaste —respondió la voz, suave, casi tierna— Soy el precio de tu compasión, el rostro de tu miedo. Cada vez que elegiste perdonar, me alimentaste.
—No quiero más violencia.
—Entonces muere —susurró la Bestia—. Pero sabes que no puedes. Ariadna no te dejaría.
Un sollozo seco escapó de su garganta..Las lágrimas no caían; ardían dentro, como hierro fundido en el pecho. Le dolía existir.
Le dolía saberse amado y, al mismo tiempo, temer ser aquello de lo que Ariadna algún día tendría que huir..Se miró las manos..Eran humanas, pero en ellas vivía la memoria de las garras..Recordaba el tacto de la piel de Ariadna, su ternura, su perdón… y se odiaba por pensar que quizás merecía su miedo más que su amor.
El fuego crepitó, y por un instante, creyó escuchar la voz de ella llamándolo desde el piso de arriba. No se movió. Tenía miedo de subir, de mirarla y descubrir que sus ojos ya no lo veían como un hombre, sino como un reflejo a punto de romperse.
—Ariadna… —susurró— Si algún día no soy yo quien te mire… si la Bestia toma mi voz y mis manos… prométeme que huirás.
Nadie respondió. Pero el fuego, que antes chispeaba, pareció inclinarse hacia él, como si el jardín mismo lo escuchara. Lucien cerró los ojos, exhausto, y apoyó la cabeza contra el respaldo del sillón..La Bestia permaneció callada. Solo su respiración se mezcló con la de ella. Era la misma. Siempre la misma. Como dos corazones latiendo dentro de una misma prisión.
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Editado: 07.11.2025