El Jardín Del Pecado

El Jardín del Sueño y la Sangre

El fuego negro se apagó tan silenciosamente como había surgido. Lucien no cayó: fue arrancado del suelo. El aire se volvió líquido, pesado, y una oscuridad espesa lo envolvió como un manto.

Sintió el mundo desvanecerse..El jardín, la nieve, la mansión, todo se disolvió. Y de pronto, estaba en otro lugar. Un jardín idéntico al suyo… pero sin color. Las flores eran grises, el cielo negro, y la fuente central rezumaba sangre. A su alrededor, flotaban fragmentos de vidrio suspendidos en el aire, cada uno mostrando reflejos del pasado: Ariadna sonriendo, Ariadna llorando, Ariadna sangrando. Lucien cayó de rodillas.

—No… esto no es real.

Una voz lo envolvió desde todas partes.

—¿No lo es?

Rhaziel apareció entre los rosales muertos, caminando descalzo sobre la nieve oscura.
Cada paso que daba hacía marchitar lo que tocaba.

—Bienvenido, Lucien —dijo con calma— Estás en el jardín que nace cuando duermes.

—Esto no me pertenece.

—Te equivocas. Es tu reflejo. Tu amor, tu miedo, tu culpa.

Lucien se levantó, tambaleante.

—¿Qué quieres de mí?

Rhaziel sonrió con una dulzura cruel.

—Nada que no hayas querido tú primero.

Lucien frunció el ceño.

—No lo entiendo.

—Claro que lo entiendes. Siempre quisiste protegerla. Pero proteger… también es poseer.

La frase cayó como un cuchillo..Lucien retrocedió.

—Yo la amo.

—Por eso mismo la destruirás.

El cielo tembló..Las flores grises comenzaron a abrirse, mostrando en su interior ojos dorados. Miles de ellos. Observaban, parpadeando al ritmo de sus respiraciones. Lucien apretó los puños.

—No escucharé tus mentiras.

—¿Mentiras? —Rhaziel se acercó, su voz se volvió un susurro venenoso— ¿Acaso no sientes celos cuando ella sonríe sin ti? ¿No temes que un día te mire y vea al monstruo?

Lucien bajó la cabeza. Su pecho ardía.

—Calla.

—¿Por qué? ¿Porque tengo razón?

La Bestia rugió dentro de él, alimentándose de su ira. Rhaziel lo sabía. Su sonrisa se ensanchó.

—Esa criatura dentro de ti no nació del infierno, Lucien. Nació de tu amor. De tu deseo de que nadie más la tocara.

Lucien levantó la mirada, desesperado.

—¡No! ¡No es eso!

—Oh, pero sí. ¿Qué crees que soy yo, sino la misma llama que te consume, llevada a su perfección?

Rhaziel extendió la mano. Del suelo emergió una figura envuelta en luz: Ariadna..Dormía, flotando, su cuerpo rodeado por pétalos grises que se movían como respiraciones. Lucien se lanzó hacia ella, pero una barrera invisible lo detuvo. Rhaziel observó su desesperación con deleite.

—Ella está en tus sueños ahora.

—¡Déjala en paz!

—¿Por qué? Ella también sueña conmigo.

Lucien golpeó la barrera, pero el cristal no se rompió. Sus manos sangraron. Rhaziel se acercó a Ariadna, rozándole el cabello con los dedos.

—Tan pura… tan frágil… No entiende lo que ama.

—¡No la toques! —rugió Lucien, y la Bestia dentro de él despertó por completo.

Sus ojos se tornaron dorados, su voz se mezcló con un gruñido. Rhaziel sonrió satisfecho.

—Eso es. Déjala salir.

Lucien avanzó. El suelo se quebró bajo sus pasos. De su espalda brotaron sombras, alas de humo y fuego. El rugido estremeció el jardín. Pero Rhaziel no retrocedió. Extendió una mano y lo detuvo con solo un gesto..El impacto fue devastador: Lucien cayó, jadeando, el suelo temblando bajo él. Rhaziel se agachó, mirándolo de cerca.

—Eres fuerte, Lucien. Pero aún tienes algo que yo perdí hace siglos.

—¿Qué cosa? —escupió él con desprecio.
Rhaziel sonrió.

—Un corazón que aún puede romperse.

Ariadna, dormida, murmuró su nombre.
Lucien levantó la cabeza. Rhaziel se irguió y miró hacia ella con ternura fingida.

—¿Ves? Hasta aquí me llama. Hasta en su sueño más profundo, su alma me recuerda.

Lucien apretó los dientes. Su respiración se volvió un rugido. La barrera vibró. Las sombras que salían de su cuerpo se transformaron en raíces negras, vivas, impulsadas por la furia.

—¡NO! —gritó Lucien, y las raíces rompieron el cristal, estallando en mil fragmentos.

Ariadna cayó suavemente en sus brazos.
Lucien la sostuvo con desesperación, su frente pegada a la suya.

—Despierta… por favor, despierta…

Ella abrió los ojos. Su voz fue apenas un suspiro.

—Lucien… ¿dónde estamos?

—En una pesadilla. Pero ya casi acaba.

Rhaziel los observó, tranquilo.

—Qué romántico.

—Esto termina ahora.

Lucien se levantó, aún sosteniéndola. El fuego dorado y el fuego negro chocaron en el aire. El jardín tembló. Las flores grises ardieron, derramando lágrimas de sangre.

Rhaziel sonrió.

—¿De verdad crees que puedes vencerme?

—No… —dijo Lucien—. Pero puedo encerrarte conmigo.

Se volvió hacia Ariadna, la miró a los ojos una última vez.

—Cuando despierte… prométeme que no volverás aquí.

Ella negó, llorando..

—No te dejaré solo.

—Ya lo estás haciendo, amor mío. Solo que aún no lo sabes.

La abrazó con fuerza, y el jardín estalló en luz. El fuego dorado se expandió, devorando el suelo, las flores, el cielo. Rhaziel gritó algo que sonó como una maldición, y su figura se desintegró en sombras. Ariadna fue arrojada hacia atrás, fuera del sueño. Despertó en su cama, jadeando, empapada en lágrimas.bLucien no estaba. El jardín afuera ardía en silencio. Y en el espejo del dormitorio, una sombra dorada sonrió, susurrando:

No lo encerró conmigo. Fue él quien quedó encerrado conmigo.




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