El Jardín Del Pecado

Dos almas, un cuerpo

El viento soplaba helado entre los restos del jardín..Los pétalos negros caían como ceniza. El cielo, agrietado por relámpagos dorados, parecía observarlos con un ojo eterno.

Ariadna dio un paso atrás, sin poder respirar.
Frente a ella, dos figuras idénticas. Ambas eran Lucien. Ambas le pertenecían y sin embargo, una no era humana.

El primero la miraba con una ternura casi imposible: ojos azules, cansados, dolidos, la voz apenas un suspiro. El otro, con mirada dorada, la observaba con hambre. Su presencia llenaba el aire, dominaba el espacio, como si el propio mundo tuviera que inclinarse ante su deseo.

—Ariadna… —dijo el humano, con voz quebrada— No te acerques a él. No soy yo.

—No lo escuches —interrumpió la Bestia, sonriendo con calma peligrosa— Ambos somos él. Solo que uno aún se niega a aceptar lo que siente realmente.

Ariadna retrocedió un paso. Su corazón se debatía entre la calma y la locura..Cada uno representaba un extremo de su amor: la dulzura y la pasión, la ternura y la oscuridad. Lucien, el humano, extendió su mano hacia ella.

—Estoy aquí. Puedo volver. Solo necesito que me recuerdes quién soy.

La Bestia lo miró con desprecio.

—Eres débil. Ella no necesita recuerdos. Necesita sentir.

En un segundo, la Bestia desapareció y reapareció tras ella, su aliento en su cuello, su voz tan baja que parecía vibrar dentro de su piel.

—Yo la amé antes que tú —susurró— Yo fui el deseo que la despertó cuando aún no sabía amar.

Ariadna contuvo el aliento. Su cuerpo tembló, no de miedo, sino de algo más profundo: el reconocimiento de esa parte oscura en ella que también lo deseaba. Lucien humano dio un paso adelante, furioso.

—¡No la toques!

La Bestia sonrió sin apartarse.

—¿Y qué harás? ¿Amarla hasta destruirla con tu pureza? La pureza no la protege. La condena.

Ariadna se giró, mirando a ambos.
Su voz temblaba.

—Basta… no quiero que se hieran.

—No nos hieres tú —dijo la Bestia con un dejo de tristeza— Nos hiere el amor que sentimos por ti. Tú eres la grieta que nos divide.

Lucien humano se acercó lentamente.
Sus manos temblaban.

—Ariadna, mírame..Yo soy el hombre que te prometió amor, no fuego..Soy quien quiere verte libre, no arrodillada ante mí.

Ella sintió que el alma se le partía..Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Y tú… —susurró mirando a la Bestia— ¿qué quieres de mí?

La Bestia alzó su rostro con suavidad, casi con devoción.

—Todo..Tu miedo, tu deseo, tus lágrimas.
Quiero tus noches, tus secretos. Quiero que mi nombre arda en tu boca cuando pronuncies el suyo.

Su voz era tan hermosa que dolía. El aire se volvió pesado. El fuego de las estatuas se avivó. El humano dio un paso más, su mirada firme.

—No la tendrás..Ella no es una posesión. Ella es amor.

La Bestia se rió, oscura, amarga.

—¿Y acaso el amor no es posesión?.¿No la ataste tú también con tus promesas? Dices que la amas, pero temes su oscuridad.
Yo no.

El silencio cayó como una sentencia.. Ariadna miró a los dos y comprendió algo terrible: ambos tenían razón..El humano la amaba con pureza… pero también la limitaba. La Bestia la deseaba con locura pero también la veía completa, incluso en su sombra. Las lágrimas resbalaron por su rostro..Lucien humano la tomó de la mano.

—Elígeme a mí. Y todo esto terminará.
Podremos ser libres.

La Bestia extendió su mano también.

—Elígeme a mí. Y conocerás lo que es amar sin miedo, sin juicio.

Ariadna sintió que el corazón le ardía..El aire alrededor vibraba con energía. Las flores muertas comenzaron a abrirse, los pétalos se tiñeron de rojo vivo. Lucien humano la miraba con desesperación.

—Ariadna, no dejes que te robe lo que somos.

La Bestia la observó con calma.

—No te pido que me elijas..Solo que no lo niegues. Tú también tienes una bestia dentro.

Ariadna cayó de rodillas, llorando. El fuego la rodeó. Los dos Lucien se acercaron a la vez.
Uno le ofrecía su mano, el otro su sombra. Y en ese momento, el jardín rugió. La tierra se abrió en dos. Una figura emergió del abismo: Azazel, observando con sonrisa satisfecha.

El amor es mi obra maestra. Ninguna maldición es más perfecta que dos almas que se aman y se odian al mismo tiempo.

El humano se interpuso frente a Ariadna.

—¡No la toques!

Azazel lo miró con burla.

—Ella ya me pertenece… a través de ti.

La Bestia rugió, lanzándose contra el Padre.
El impacto estremeció todo..El fuego devoró el jardín, las estatuas gritaron, y Ariadna vio cómo ambos Lucien se fundían otra vez, entre luz y oscuridad, amor y rabia, deseo y culpa.

Cuando el silencio regresó, solo quedaba uno. Un hombre arrodillado, jadeando, cubierto de sudor y lágrimas. Sus ojos eran mitad azules, mitad dorados. Ni completamente humano, ni totalmente Bestia. Ariadna se acercó con miedo y esperanza. Él levantó la mirada.

—No sé quién soy… —susurró— Solo sé que te amo.

Ella lo abrazó, con el alma temblando. Y mientras lo hacía, sintió el corazón de él latir dos veces.nDos ritmos distintos dos almas dentro del mismo cuerpo. Esa noche, Ariadna se despierta sola. En el espejo de la habitación, un mensaje arde con fuego dorado:

Uno de nosotros debe morir para que la ames de verdad.

Y una sombra con ojos dorados la observa desde el umbral, sonriendo.




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