El Jardín Del Pecado

El Corazón Dividido

El fuego aún ardía dentro de él. Lucien se encontraba de pie frente al espejo del gran salón, con el pecho descubierto y el cuerpo cubierto de heridas doradas que no sangraban, pero dolían como si cada una marcara su alma. Su reflejo no era uno, sino dos. El de la derecha lo miraba con tristeza, los ojos azules llenos de humanidad, devoción y amor. El de la izquierda sonreía con deseo, los ojos dorados ardiendo como brasas. Ambos respiraban al unísono, ambos lo odiaban y lo necesitaban.

—Eres débil —susurró la Bestia desde el espejo— No puedes protegerla. Ni siquiera puedes protegerte a ti mismo.

Lucien apretó los dientes, temblando.

—Ella no necesita cadenas.

—No. Pero necesita un dueño.

—¡No hables así de ella!

—¿Y cómo debería hablar de quien hace arder cada nervio de mi cuerpo? —respondió la Bestia con una sonrisa— Tú la amas con ternura yo la amo con hambre. Y en el fondo, tú también la deseas como yo.

Lucien golpeó el espejo, pero este no se rompió. El reflejo dorado no desapareció: se rió.

—Puedes negarlo, pero cuando la besas, soy yo quien la siente. Cuando la acaricias, soy yo quien despierta en tu pecho. Yo soy tu deseo. Yo soy tú.

Lucien retrocedió, llevándose las manos al rostro. El aire se volvió espeso, cargado de azufre y rosas podridas..La voz de Azazel resonó desde la oscuridad, envolviéndolo como un abrazo invisible.

—Déjalo salir, hijo mío. El amor puro solo te hace débil. La ternura destruye lo que tocas.
Pero el deseo…. el deseo lo consume todo, y de las cenizas nace el poder.

—¡Cállate! —rugió Lucien, cayendo de rodillas.

Su cuerpo temblaba. La Bestia sonreía en el reflejo, cada vez más viva. Las luces del salón parpadeaban, y las paredes se cubrían de símbolos antiguos que brillaban en oro oscuro.

—¿Aún crees que puedes existir sin mí? —susurró Azazel desde dentro— ¿Aún crees que puedes amarla sin querer poseerla?
Nadie puede amar sin destruir un poco lo que ama.

Lucien se apretó el pecho, jadeando. La voz del Padre retumbaba dentro de su mente. La Bestia se deslizó fuera del espejo, emergiendo como humo dorado, tomando forma humana. Era él mismo más hermoso, más peligroso, más perfecto.

—Mírame —ordenó la Bestia.

Lucien lo hizo, respirando con dificultad.

—Eres yo…

—Soy lo que escondiste. Soy lo que deseaste callar cuando la tocaste, cuando ella tembló bajo tus manos. Soy la parte que no se atreve a mentir sobre lo que siente.

Lucien dio un paso atrás, pero la Bestia lo siguió. Sus rostros casi se rozaron.

—No puedes eliminarme, Lucien. Soy tu otro rostro. El amor te hace humano, pero el deseo te mantiene vivo.

De pronto, escucharon su voz.

—Lucien…

Ariadna. Ella estaba en el umbral, pálida, temblando. Los dos se giraron hacia ella. Lucien dio un paso, con la mirada suplicante. La Bestia también avanzó, los ojos encendidos, como un depredador ante la luz.

—No te acerques a él —dijo Lucien con voz temblorosa.

—¿A cuál de los dos? —preguntó la Bestia suavemente.

—¡A mí! —rugió Lucien.

—No —corrigió la Bestia, sin apartar la vista de ella—.Ven… Ven conmigo. Conóceme sin miedo.

Ariadna tembló. Su corazón latía tan fuerte que dolía. Miró al hombre que amaba, luego a su sombra. Ambos eran él. Ambos la amaban. Y ambos podían destruirla. La Bestia extendió una mano.

—Yo no prometo paz pero sí verdad.

Lucien tomó la otra.

—Y yo no prometo eternidad pero sí amor.

Ariadna sintió que el alma se le desgarraba.
El aire alrededor vibraba..El fuego en las antorchas se volvió negro..Las rosas del suelo florecieron y sangraron al mismo tiempo.

Azazel apareció entre las sombras, observando con deleite.

—Qué hermoso es el caos del amor —susurró— Un alma dividida, dos corazones temblando y una mujer que será su perdición.

Lucien cayó de rodillas, gritando. La Bestia se desvaneció en humo y lo rodeó, penetrando su piel. Su cuerpo convulsionó, la marca del pecho brillando como un sol maldito. Ariadna corrió hacia él, lo abrazó, pero el calor era insoportable. El alma humana y la Bestia se fundían otra vez, guerreando dentro de su pecho.

—¡Lucien! —gritó ella — ¡Resiste!

—No puedo… —jadeó él, con voz doble, humana y demoníaca a la vez— Él me quiere para sí. Y tú eres la llave.

Azazel rió.

—Exacto, mi preciosa flor..Solo hay una forma de salvarlo: elige qué parte de él debe morir.

El fuego estalló. Lucien cayó inconsciente.
El suelo se agrietó bajo sus pies. Y mientras Ariadna lo sostenía entre sus brazos, vio algo que la dejó sin aliento:

Dos corazones latiendo en su pecho, uno azul y uno dorado. Esa noche, mientras Ariadna lo vela, una voz susurra desde el cuerpo dormido de Lucien:

Si me eliges a mí, te amaré hasta el fin del mundo. Y si me eliges a mí….Serás mía para siempre.

Al amanecer, Lucien abre los ojos y no recuerda quién de los dos es.




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