La mansión estaba en silencio. Ni el viento se atrevía a cruzar sus puertas..Ariadna permanecía de pie en medio del salón, con el fuego extinguido y la bata blanca ennegrecida por el humo..Sus manos temblaban. Y debajo de la piel, algo latía.
Un pulso ajeno..Un corazón que no era solo suyo.
—Lucien… —susurró, tocándose el pecho.
El eco de su voz llenó el aire como un rezo y una maldición. Por un momento, creyó haber enloquecido. Pero entonces lo escuchó: una respiración que no era la suya, un susurro cálido que surgía desde dentro.
No tengas miedo… estoy aquí.
Ariadna cayó de rodillas, el alma a punto de romperse.
—¿Dónde estás?
En ti. En tu sangre, en tu mente, en tu deseo. No pude resistir el fuego, pero tampoco pude abandonarte.
Su voz era la de Lucien. Pero había algo más. Un temblor, una vibración profunda, como si el amor se mezclara con la oscuridad. Ariadna tembló..
—¿Eres tú o la Bestia?
El silencio duró demasiado..Luego, la respuesta llegó, triste, rota.
Soy ambos.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. El fuego del hogar se reavivó sin que nadie lo tocara. Las llamas formaron figuras humanas, sombras entrelazadas en una danza de amor y agonía. Ariadna sintió su respiración acelerarse. Lucien estaba dentro de ella, sí pero también en todo alrededor. En las paredes, en el aire, en su mente. Su voz la envolvía, como si la acariciara desde dentro.
Puedo sentir lo que sientes tus pensamientos, tus miedos, tus sueños. Y tu amor, Dios, tu amor me quema.
Ariadna apoyó las manos en el suelo.
El calor subía desde sus venas hasta el cuello.
No quiero hacerte daño… pero Azazel me usa, me empuja…
De pronto, un destello negro cruzó su visión.
Las velas se apagaron. Una risa resonó desde todas partes.
—¿De verdad creíste que podrías contenerlo? —la voz de Azazel vibró desde las sombras—Lo trajiste a ti, Ariadna. Ahora él es parte de tu cuerpo, de tu alma… y de tus deseos.
Ella alzó la mirada. Las paredes se cubrieron de espejos, y en cada uno se reflejaba una versión diferente de Lucien: uno sonriendo con ternura, otro besando su cuello, otro con los ojos dorados, devorándola con la mirada.
—No… — murmuró — Esto no es real.
—¿No? —Azazel rio suavemente— Dime entonces… cuando su voz te susurra dentro, ¿qué sientes?
Lucien habló dentro de su mente, suplicante.
No lo escuches, Ariadna. Él quiere que me odies.
—¿O tal vez quiere que lo ames más de lo que puedes soportar? —insinuó el demonio, acercando su voz al oído de ella— ¿No sientes cómo tiembla tu corazón al oír su nombre? ¿No sientes que lo deseas incluso ahora?
Ariadna cerró los ojos con fuerza, respirando con dificultad..Pero el calor en su pecho aumentó. Su cuerpo entero ardía..Era él..Lucien.
Perdóname… no puedo controlarlo.
Ella se cubrió el rostro, pero las lágrimas se mezclaron con el fuego de su piel. Las marcas doradas comenzaron a extenderse desde su corazón hasta sus brazos, como raíces incandescentes. Cada vez que pensaba en él, esas líneas brillaban más. Azazel sonrió desde la penumbra.
—Lo ves, pequeña flor… el amor es la enfermedad más perfecta..Él ya no te pertenece, y tú ya no te perteneces a ti misma.
Lucien gritó dentro de ella, su voz resonando en cada rincón de su mente.
¡Aléjate de ella!
El suelo tembló. Las ventanas se rompieron.
Y las sombras se abalanzaron sobre el fuego..Azazel extendió una mano invisible, y Ariadna fue levantada del suelo, suspendida en el aire. Su cuerpo brillaba con luz dorada. El rostro de Lucien apareció, apenas visible, sobre su piel. Su mirada era desesperada.
Te amo, Ariadna. Pero si no me detienes te destruiré.
Ella gritó, liberando una oleada de luz azul que envolvió toda la habitación.
El fuego se apagó. Azazel retrocedió, con una sonrisa peligrosa.
—Así que aún queda fe en ti —dijo con voz fría— Perfecto. La necesitarás para cuando elijas entre amar o vivir.
El demonio desapareció, dejando un silencio que dolía. Ariadna cayó al suelo, exhausta. El eco del corazón de Lucien seguía latiendo dentro de ella. Cada vez más rápido. Cada vez más fuerte. Ella lo sintió. Su alma no resistiría mucho más. Y sin embargo, la idea de perderlo era más dolorosa que el infierno mismo. Cerró los ojos, y en ese instante, la voz de Lucien habló dentro de su mente, dulce, dolida, y rota:
No temas, amor mío. Si mueres, moriré contigo. Pero si vives el infierno aprenderá a amar.
Esa noche, mientras la mansión dormía, Ariadna se despertó con un escalofrío. En el espejo frente a su cama, el reflejo de Lucien la miraba y sonreía.
—Ya no estoy solo dentro de ti… — susurró su voz desde el reflejo — Ahora tú también estás dentro de mí.
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Editado: 07.11.2025