El Jardín Del Pecado

El Pecado del Padre

El silencio después del fuego era insoportable. La mansión había quedado a oscuras, solo iluminada por el resplandor dorado que aún emanaba del pecho de Ariadna. Lucien estaba dentro de ella, su voz era un susurro y su aliento, una corriente de calor en el interior de su alma..Pero esta vez, no había miedo. Solo un propósito.

—Lucien… —susurró ella, de rodillas sobre el suelo helado— Si puedes oírme, si aún me sientes déjame darte mi fuerza.

No, Ariadna no lo hagas. Azazel aún me domina. Podría usarte.

—No me importa —respondió ella, apretando los puños sobre su pecho— No vine a salvarte para rendirme ahora. El amor que siento por ti no se detiene ante un demonio.

El aire se estremeció..El fuego azul regresó, y con él, la voz grave de Azazel..Su figura emergió del espejo, altiva y perfecta, con un brillo dorado en los ojos y un odio silencioso en el rostro.

—Qué necedad tan humana… —dijo, con voz suave— ¿Dar tu alma por alguien que ya me pertenece? Lucien no es tuyo, pequeña flor.
Él es mío. Mi creación..Mi hijo.

Las palabras golpearon el aire como cuchillas..Ariadna se incorporó lentamente, temblando, pero sin bajar la mirada.

—No. Lucien no te pertenece. Él es libre, y su alma no tiene dueño.

Azazel sonrió, pero su expresión no tenía ya el brillo del placer, sino el de la rabia contenida.

—Tú… — dijo con desprecio — Tú eres la ladrona. La que robó lo único puro que había en mí. Lucien me obedecía. Me temía..Hasta que tú lo miraste… y lo hiciste dudar.

Las llamas se tornaron negras..Los espejos del salón se quebraron. El suelo se abrió bajo sus pies, mostrando un abismo en llamas. Azazel extendió su mano y el aire se curvó, atrayendo a Ariadna hacia él. Lucien gritó dentro de ella, su voz desgarrada:

¡Ariadna, aléjate!

Pero ella no retrocedió. Las marcas doradas en su piel comenzaron a brillar con intensidad, extendiéndose por su cuello y sus brazos.

Confía en mí, —susurró ella dentro de su mente— Te daré lo que él teme más que la oscuridad.

Lucien sintió el calor de su alma fundiéndose con la suya..Una energía azul y dorada comenzó a fluir entre ambos, expandiéndose como fuego sagrado. Azazel gruñó, retrocediendo.

—¿Qué estás haciendo?

Ariadna levantó la cabeza, sus ojos brillando con la misma luz que los de Lucien.

—Uniendo lo que tú separaste. El hombre y la bestia. El amor y el deseo. La luz y el fuego.

Lucien emergió lentamente desde dentro de ella, su cuerpo formado por la misma energía que la envolvía. Las llamas los rodearon a ambos. Sus miradas se encontraron. Él temblaba, pero su sonrisa era pura, redentora.

—Eres mi fuerza —le dijo.

—Y tú, mi razón —respondió ella.

Lucien dio un paso hacia Azazel..El demonio lo observó con furia y orgullo entremezclados.

—¿Te atreves a desafiarme? ¿A mí, que te di la vida? Yo soy tu origen, tu sombra. Todo lo que eres proviene de mí.

Lucien extendió la mano, y una ráfaga de energía azul y dorada golpeó el suelo frente al demonio. Su voz retumbó con un eco que parecía provenir de los cielos y del infierno al mismo tiempo.

—Entonces te devuelvo lo que me diste. Tu poder. Tu maldición. Tu dolor.

El fuego envolvió el cuerpo de Azazel, quien rugió con furia. Sus alas negras se desplegaron, rompiendo el aire. Su rostro, antes perfecto, se distorsionó en un grito de rabia. El suelo tembló, y las paredes sangraron oscuridad.

—¡No puedes vencerme! —bramó— ¡Soy eterno! ¡Soy tu padre! ¡Y ella es solo una intrusa!

Lucien avanzó, el aura de Ariadna ardiendo junto a la suya. Cada paso hacía que el fuego del demonio se apagara.

—Entonces aprende, padre que incluso los eternos pueden amar.

Azazel cayó de rodillas, gritando, su cuerpo consumido por luz..Pero en el último instante, antes de ser absorbido por el abismo, su mirada se volvió hacia Ariadna. Y su furia tomó una forma nueva: celos.

—Lo robaste de mí… —susurró con voz quebrada, antes de desaparecer— Mi hijo. Mi obra. Mi amor.

El silencio fue absoluto. El fuego se disipó.
Lucien cayó al suelo, exhausto, y Ariadna corrió hacia él..Lo sostuvo entre sus brazos, su respiración temblando, la luz aún vibrando en su piel..Él abrió los ojos. Azules. Por fin, completamente azules.

—Lo hicimos… —dijo débilmente.

—No —susurró ella, acariciando su rostro—
Lo hicimos juntos.

Lucien sonrió. Pero antes de que pudiera hablar otra palabra, el suelo volvió a temblar.
El aire se llenó de un olor a azufre y ceniza.
Una risa, más profunda, más lejana, resonó desde el abismo.

¿Crees que un padre puede morir mientras su hijo respira?

Ariadna se giró, helada. En el centro de la habitación, las sombras tomaban forma otra vez. Una mano negra emergió del suelo, goteando sangre y fuego. Los ojos de Azazel resurgieron, encendidos con una locura distinta: no de poder sino de posesión. La voz del demonio resonó, suave, casi humana:

Si ella es tu luz, entonces yo seré tu sombra.

Lucien la abrazó con fuerza. Pero en el reflejo del espejo detrás de ellos Azazel sonreía, sosteniendo el corazón dorado de Lucien entre sus manos.




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