El fuego ya no tenía color. Las llamas eran blancas, casi transparentes, como si hubieran perdido la fuerza de existir. Lucien yacía sobre el suelo de mármol, con el pecho abierto por una herida invisible. No había sangre, pero el vacío dentro de él ardía más que cualquier herida mortal.
Ariadna lo sostenía entre sus brazos..Su piel estaba fría. Su respiración, apenas un hilo. Y lo peor el resplandor azul de su alma había desaparecido.
—Lucien, mírame —susurró ella, acariciando su rostro con manos temblorosas— Tienes que resistir. Él no puede tenerte.
Lucien abrió los ojos, lentos, cansados. El azul se mezclaba con un dorado apagado.
Una mezcla perfecta… y rota.
—Ya me tiene… —dijo, con un hilo de voz— Mi corazón está con él.
Ariadna lo abrazó con desesperación.
—No. Lo recuperaremos. Te lo prometo.
Pero incluso mientras hablaba, el aire se volvió denso, como si algo antiguo y poderoso respirara desde el fondo de la tierra. La mansión tembló. Las velas se apagaron una a una. Y en el silencio absoluto, una voz resonó, grave y dolida.
—¿Qué clase de hijo intenta matar a su padre?
Las paredes se agrietaron, dejando escapar humo negro. El suelo se abrió y de él surgió una columna de fuego carmesí. Y allí, entre las llamas, apareció Azazel. Su piel, antes perfecta, ahora estaba cubierta de fisuras ardientes, y en sus manos sostenía algo que brillaba con un resplandor dorado el corazón de Lucien.
Ariadna retrocedió, horrorizada. Podía sentir el pulso de ese corazón incluso a distancia. Cada latido retumbaba dentro de ella, como si fuera el suyo propio. Azazel sonrió.
—¿Ves lo que me hiciste, pequeña flor? Creí que podía destruirte, pero lo que realmente hiciste fue enseñarme algo nuevo. Celos. No sabía lo que era hasta que lo vi amarte.
Lucien intentó levantarse, tambaleante.
Su mirada era pura rabia y dolor.
—Suéltalo. Suéltalo, maldito.
Azazel lo observó con una mezcla de orgullo y desprecio.
—Mi hermoso hijo. ¿Sabes lo que sentí cuando te creé? Fue amor. Mi primer amor. Y ella vino a arrebatármelo.
Ariadna dio un paso adelante, su voz firme pese al miedo.
—Yo no robé nada. Tú lo hiciste prisionero de tu oscuridad. Solo lo liberé.
Azazel giró hacia ella, los ojos llameando.
—¿Liberarlo? ¿De mí? ¿Del fuego que le dio vida?
—Del infierno que lo mantenía encadenado —dijo ella, con el alma ardiendo en la voz.
Azazel rió, y el sonido fue tan profundo que el aire se quebró.
—Entonces, si lo amas tanto soporta lo que él siente.
Extendió su mano. El corazón dorado latió una vez, y Ariadna gritó..Un destello atravesó su cuerpo, haciéndola caer de rodillas. Sintió el calor y el dolor de Lucien dentro de ella, como si las llamas la atravesaran desde adentro. Lucien rugió de furia y corrió hacia ella, pero una barrera invisible lo detuvo.
—¡Basta! —gritó— ¡Déjala fuera de esto!
Azazel lo miró con una sonrisa dolida.
—No puedo. Ella lleva parte de ti dentro. Y si quiero destruirte, debo tocar lo que más amas.
Lucien cayó al suelo, jadeando, con lágrimas de rabia.
—¿Por qué, Padre? ¿Por qué hacer esto?
Azazel se inclinó hacia él, con voz temblorosa, y por primera vez, no sonó como un demonio sino como un hombre roto.
—Porque eras mío. Porque por siglos solo tuve el silencio y el vacío y cuando tú naciste, supe lo que era amar algo tan profundamente que el dolor era insoportable.
Lucien lo miró, incrédulo.
—Eso no es amor..Es prisión.
El demonio sonrió, pero en sus ojos había lágrimas de fuego.
—¿Y acaso el tuyo no lo es también? ¿No la encadenas con tu necesidad, con tu deseo, con tu miedo a perderla?.No me niegues, hijo mío..Somos iguales.
Lucien apretó los puños. El aura de Ariadna comenzó a brillar de nuevo, azul y pura. Ella se levantó, temblando, pero firme.
—No. El amor no es posesión. El amor es poder compartido.
El fuego dorado se encendió alrededor de ambos. El aura de Lucien y la de Ariadna se fundieron otra vez, ardiendo más allá de lo humano. Lucien alzó la mirada, con lágrimas doradas.
—Padre. Por primera vez, no te temo.
Azazel retrocedió. La luz era insoportable. Su piel se resquebrajaba.
—¡No! ¡No puedes arrebatarme lo que es mío!
Lucien extendió su mano hacia él, y Ariadna hizo lo mismo. Una corriente de energía los unió. Azazel gritó, su figura tembló, deshaciéndose en humo y fuego. El corazón dorado en sus manos comenzó a temblar hasta que escapó de su control y regresó al pecho de Lucien. El demonio cayó al suelo, ardiendo, sus ojos llenos de furia y de algo aún peor: dolor humano.
—¿Qué sabes tú del amor? —jadeó— Tú también me amarás, Lucien. Cuando ella te rompa, volverás a mí. Porque todo hijo regresa a su origen y yo soy el tuyo.
Lucien lo miró una última vez.
—Entonces entiérrate en tu propio amor, Padre. Porque el mío me libera.
El fuego se expandió y consumió el cuerpo de Azazel, que desapareció entre gritos y promesas de venganza. El silencio regresó. Lucien cayó en brazos de Ariadna, agotado, con su corazón brillando de nuevo dentro del pecho. Ella lo sostuvo, respirando entre lágrimas.
—Te tengo, mi amor. Ya no podrá tocarte.
Lucien la miró, débilmente, con una sonrisa apenas visible.
—Eso crees… —susurró.
Ariadna frunció el ceño.
—¿Qué…?
Lucien alzó una mano temblorosa, y al hacerlo, Ariadna vio una marca negra en su muñeca. Una espiral en forma de ojo, aún caliente. Él la miró con terror.
—No lo destruyó. Azazel no murió. Se quedó dentro de mí.
Esa noche, mientras Ariadna duerme a su lado, el cuerpo de Lucien tiembla. Una voz susurra dentro de su mente, suave como un beso:
Ahora siento lo que tú sentiste, hijo mío. Y debo admitirlo… ella también me fascina.
En el reflejo del espejo, Azazel la observa dormir con los mismos ojos que ahora tiene Lucien.
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Editado: 07.11.2025