El Jardín Del Pecado

La Dama del Espejo

La noche había dejado de ser silencio. En los pasillos de Clairmont Manor se oían susurros, pasos que no existían, y el leve sonido de una respiración que no pertenecía a nadie. Ariadna dormía en brazos de Lucien, pero su cuerpo ya no irradiaba calor. Su piel, tan suave como la nieve, parecía ahora de mármol. Y su pulso, aunque presente, latía con dos ritmos distintos: uno humano y otro imposible. Lucien la observaba desde el borde de la cama, los ojos enrojecidos, la mente al borde del abismo. Sabía que algo había regresado con ella. Algo que la amaba tanto como él… pero que no era él.

Cerca de la medianoche, el viento golpeó las ventanas con fuerza. Lucien se levantó, tomando el candelabro. El fuego temblaba como si respirara miedo.

—¿Quién anda ahí? —preguntó. Nadie respondió.

Entonces la vio. A través del espejo del pasillo. Ariadna o algo que tenía su rostro. Vestía un largo vestido negro, el cabello suelto y los ojos de un gris metálico, vacíos, pero terriblemente bellos. Su sonrisa era tan dulce como cruel.

—No temas, Lucien —susurró la figura tras el cristal— Solo he venido a reclamar lo que me pertenece.

Lucien se acercó lentamente, el corazón latiendo con violencia.

—Tú no eres ella.

—Soy su reflejo —dijo ella con una calma hipnótica— La parte que ella dejó atrás para poder amarte. El deseo que la mantenía viva. El dolor que tú mismo despertaste.

El espejo vibró. Lucien retrocedió, pero una mano surgió del cristal y lo tomó del rostro. Era fría como el hielo, pero suave como la piel de Ariadna.

—¿Aún puedes amarme así? —preguntó aquella voz, idéntica a la de su esposa, pero más grave, más sensual, más peligrosa.

Lucien apartó la mano, con los ojos llenos de fuego y desesperación.

—No eres amor..Eres lo que lo corrompe.

Ella rió suavemente.

—Entonces… ¿por qué me miras como si aún me desearas?

Lucien cerró los ojos. La odiaba por tener razón. Ese rostro, esa voz, esa esencia todo en ella era Ariadna, pero sin su pureza, sin su dulzura..Era el deseo desnudo, el anhelo sin control. El reflejo sonrió.

—Te lo advertí el amor que desafía a la muerte siempre despierta a la oscuridad. Y la oscuridad soy yo.

A la mañana siguiente, Ariadna despertó con los labios amoratados..El jardín, visible desde su ventana, estaba marchito..El rosal donde había renacido ahora tenía espinas negras. Lucien entró al cuarto con el rostro pálido.

—Ariadna… ¿recuerdas algo de anoche?

Ella negó suavemente.

—Solo sueños. Estaba frente a un espejo. Y alguien alguien tenía mi rostro.

Lucien se acercó, tomándola de la mano.

—No era un sueño.

—¿Qué quieres decir?

La miró con ternura y horror mezclados.

—Tu reflejo cobró vida. Y te quiere arrebatar el alma.

Ariadna se cubrió la boca, intentando respirar. Las lágrimas brotaron de sus ojos.

—¿Entonces todo esto fue un error? ¿Traerme de vuelta fue condenarnos?

Lucien negó con firmeza, sosteniéndola contra su pecho

—Nada que nazca del amor puede ser un error. Si el destino quiere convertirlo en maldición… lo desafiaré otra vez.

Ariadna lo miró con devoción, pero también con miedo.
Sabía que su reflejo no mentía del todo. Una parte de ella sentía esa presencia. Un pensamiento que no era suyo. Un deseo que la consumía desde dentro. Esa noche, volvió al espejo. No por curiosidad sino por necesidad. La habitación estaba a oscuras. Solo la luna iluminaba el cristal. Y allí, esperándola, estaba la otra. La Dama del Espejo.

—Sabía que regresarías —dijo la sombra, sonriendo—
Porque tú y yo somos lo mismo.

Ariadna tembló.

—No. Yo soy amor. Tú eres vacío.

—¿Vacío? —replicó la sombra, riendo suavemente—.
Soy la parte de ti que lo ama incluso cuando te destruye.
La parte que lo desea aunque te duela. La parte que no teme ser bestia, porque entiende que él también lo es.

Ariadna apretó los puños.

—No te necesito.

—Claro que sí —susurró el reflejo, acercándose al cristal—
Sin mí, no podrás protegerlo. Sin mí, tu amor se desvanecerá. Déjame entrar, Ariadna. Solo juntas podemos salvarlo o poseerlo.

El espejo empezó a brillar con una luz blanca..El aire vibró.
El jardín fuera de la ventana se agitó, como si los rosales gritaran..Lucien, en su estudio, sintió el cambio y corrió hacia la habitación. Abrió la puerta justo cuando Ariadna extendía la mano hacia el espejo.

—¡No lo hagas! —gritó él.

Pero ya era tarde..El reflejo la tomó de la muñeca y tiró con fuerza. Lucien corrió, sujetándola antes de que fuera absorbida. El cristal estalló, lanzando una ráfaga de luz que los arrojó al suelo. Cuando la claridad se disipó, Lucien la abrazó, temblando.

—¿Estás bien?

Ariadna levantó la mirada..Sus ojos ya no eran los mismos. Uno era azul. El otro, gris metálico. Ella sonrió, lentamente.

—Sí, Lucien… estoy bien.

Pero la voz no era del todo suya. Esa noche, mientras dormía, Lucien sintió una mano recorrer su pecho.

Te amo, susurró ella al oído.

Pero cuando abrió los ojos, vio en el reflejo del tocador una sonrisa ajena, helada, que no pertenecía a la mujer que dormía junto a él.

Ahora soy las dos… y ninguna.




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